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En su texto el narrador Walter Benjamín solía anotar que después de la guerra las gentes sobrevivientes volvían enmudecidas del campo de batalla; señalaba que vivir las violencias empobrecía los espíritus de las personas y sus vínculos de comunidad. Si con esta idea del filósofo Benjamín nos sumergimos en las tramas de ciudad, podríamos sembrar algunas preguntas sobre el habitar urbano y respecto a la actitud citadina en relación con la existencia de estos tiempos. Partamos de reconocer que en las metrópolis actuales estamos saturados de dispositivos productores de relatos agresivos que encarnan muy diversas ideologías y prácticas; eso ocurre, paradójicamente, en medio de crecientes experiencias de soledad y silencio de los habitantes. Preocupa que en medio del bullicio y la aglomeración, lo que haya sean vacíos comunicativos y distancias emocionales que atropellan con finísimas violencias afectivas el ethos colectivo.
Golpea la intratabilidad en parques y avenidas, la fragilidad de los habitantes de calle, el maltrato entre los transeúntes, la actitud desconfiada hacia quien se aproxima, la violación de las normas básicas de tránsito, la aglomeración de residuos en los andenes, las recurrentes noticias de corrupción en las instituciones públicas, el riesgo de victimización, el malestar que ronda los cuerpos en movimiento. Mientras eso pasa y se vuelve pan de cada día, el márquetin entronizado en todas las transacciones posibles, el perfilamiento permanente de consumidores, la novedad de la virtualidad en las luchas políticas, nos sitúan en la emergencia de un conjunto de dispositivos que la ciudad va incorporando como formas de producir, apropiar y adaptar relatos hiperindividualizados; emergen así imágenes y discursos, que siendo aparentemente novedosos, sostienen tramas restringidas de la vida personal y colectiva que sujetan a las poblaciones, a los diversos grupos humanos y a cada persona que circula por el andén urbano.
Simplemente se sale de casa, se surcan avenidas y calles para ir por el mundo urbano reconociéndolo e inventándolo de alguna manera
Otro filósofo, Rodolfo Kusch, recuerda que por la ciudad se va, se viaja, se explora, se camina, se deambula en función de muy diversas actividades: ir al trabajo, al estudio, al parque, a hacer deporte, a encontrarse con otros y otras. Simplemente se sale de casa, se surcan avenidas y calles para ir por el mundo urbano reconociéndolo e inventándolo de alguna manera. Un problema creciente de este discurrir, cuando se piensa la ciudad de salida, de expedición cotidiana, es que cada vez los relatos están más homogeneizados y prehechos, los destinos y rutas se estandarizan en sus definiciones y experiencias; se empobrece la vida cuando se rutiniza el vivir, especialmente por aquello de que se pierde la sorpresa y se cortan las posibilidades de expresión de la subjetividad de las y los habitantes. Sin embargo, en medio de esas dinámicas, a pesar de ellas, la vida citadina sostiene, con su peso cotidiano, otros asuntos que evidencian situaciones en las cuales los pobladores y pobladoras trascienden el reducido mapa comunicativo al cual le someten los poderes en disputa.
Nos salva de ese circular por la urbe formal que materializa el ir y venir en sus lógicas productivas, de consumo, de administración, que siempre hay oportunidad de regresar, se viene de vuelta al lugar de partida; la ciudad de vuelta es el regreso al hogar, al vecindario, al barrio, al pedazo –como dicen los muchachos de las comunas populares-, a veces se vuelve con agotamiento, con cansancio, con preocupaciones, pero siempre hay una habitación o una esquina que acoge emocionalmente, que relaja e incluso que posibilita reír de riesgos y desgracias; esa agencia se hace con relatos del vivir, con tejidos de sentido de lo que importa en las vidas de las personas y grupos humanos; así es que se crea y recrea el mundo compartido; pero no seamos ingenuos, ahí también están los dispositivos incomunicativos con sus diversos formatos mediando y buscando someter la experiencia compartida; asistimos entonces a una lucha que no es simple entre el vivir urbano y los mecanismos de cooptación, coerción y control comunicativo, que ya no son tan normativos y disciplinantes, porque ahora centran sus relatos en la captura y manipulación de los sueños, los anhelos y los miedos de las gentes.
Así la vida en la ciudad; entre silencios, temores y opresiones que se enfrentan con las narraciones de la existencia, hechas desde el caminar, inscribiéndonos en narrativas otras que son expresión de luchas para no perder la capacidad de relacionamiento social, de vínculo familiar, amistoso y vecinal. En medio de tanta manipulación, siempre es posible recurrir a la fuerza de los vínculos, si se aprende a sobrevivir con relatos comunes entre multitudes solitarias.
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