Hace 11 años, sin soltar su pasión de reportero de la guerra y la paz, acompañó el sueño de 12 periodistas de fundar un medio independiente y nació este portal
La firma del Acuerdo de paz entre las Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos el 26 de septiembre del 2016 en Cartagena parecía ser el final de su largo recorrido, incansable, narrando desde la Colombia profunda la huella de décadas de conflicto.
Valiente, cuando en los tiempos de la Seguridad Democrática de Álvaro Uribe Vélez se tenían vedados territorios y la interlocución con campesinos o pobladores de las llamadas zonas rojas era delito y ni qué decir de atreverse a darle la palabra a los comandantes de las Farc, allí estaba Jorge Enrique Botero, haciendo la tarea, sin pensar en riesgos, batallando para que no perdiera en los retenes del ejército su cámara, las memorias con testimonios y grabaciones. Gracias a éstas, Colombia conoció el horror del cautiverio, las imágenes de los secuestrados cercados por alambres de púas que traían a la mente los campos de concentración nazis y la fiereza del Mono Jojoy pasando revista y recibiendo jóvenes recién reclutados que encendieron la conciencia de la ciudadanía para salir a las calles a gritar masivamente «No al Secuestro». Fue también Jorge Enrique el primero en registrar con lente y su narración entre quebrada la celebración de la libertad de quienes dejaban años, hilachas de vida en la selva.
Las suyas eran solo unas de las muchas historias que los colombianos tenían que conocer y más cuando se iniciaba la búsqueda de una reconciliación. Se volvía urgente, casi imperativo, crear un medio independiente y la era digital lo permitía. Jorge Enrique acompañó con entusiasmo la idea y armamos la Fundación Las2orillas, que le dio vida al portal el 13 de junio de 2013. Nos propusimos mostrar el país desde sus múltiples aristas, y en el peor de los casos, al menos desde las dos orillas, y de allí nuestro eslogan: Todas las historias, todas las miradas, desde todos los rincones.
Después de haber reportado el horror de la guerra, Botero no podía hacer otra cosa que terminar la tarea con la firma de la paz. Desde el día uno, en el que empezaron los diálogos, el secreto mejor guardado del gobierno Santos estuvo listo para revelar lo que se le venía al país y desde entonces empezar a contar, incansable, como un notorio empecinado, el día a día de las negociaciones.
Se instaló en La Habana, porque si alguien se tomó en serio la reportería como la esencia del periodismo fue Jorge Enrique. Ver, oír, entender y narrar. Alquiló un pequeño apartamento en El Vedado, que consiguió por un golpe de suerte que sabía acariciarla hasta que el aguijón de la muerte lo traicionó, desde el que se trasladaba diariamente al hotel Palco, epicentro de los diálogos, localizado en Miramar, donde permanecían acuartelados los negociadores de las Farc y del gobierno, en las cómodas casas cedidas por el gobierno cubano. Su pequeño apartamento cerca del Hotel Nacional se convirtió en el lugar de encuentro para conocidos y extraños; Jorge Enrique lo sabía todo.
Fue nuestro corresponsal desde La Habana con entrevistas exclusivas a los comandantes a los que nadie tenía acceso cuando recién comenzaban las negociaciones con tanto sigilo, como aquella primera conversación con el negociador de las Farc, Iván Márquez quien después de ocho años es uno de los pocos sobrevivientes de la disidencia que lideró y bautizó como Nueva Marquetalia, que busca ahora reeditar el diálogo con el gobierno Petro o el momento que captó de Santrich tocando saxo en medio de la tensión de las negociaciones cuando el reloj del tiempo iba en su contra.
Su entusiasmo con el proceso de paz fue tan grande como su decepción. Compartimos la ceremonia de la firma de Santos y Timochenko frente a un público vestido de blanco en Cartagena con un entusiasmo y un optimismo que pronto lo marchitaría el NO en el Plebiscito por la paz que se que se impuso el 2 de octubre del mismo año. Y se fue esfumando su libro que tenía en mente de que tomó rumbo a La Habana: El fin de la guerra.
Botero se refugió en la tranquilidad de Honda para escribir y pronto le dio la vuelta a su proyecto, según me contó con cierta ironía. El libro se llamaría entonces El fin de las Farc. Ya era inocultable su desencanto. Conoció tanto del juego del poder por dentro, de los intereses cruzados, de las mentiras, de las traiciones; el poder tanto del establecimiento como de la insurgencia, de los gobernantes como de los comandantes guerrilleros, que decidió finalmente recurrir a la ficción para no callar para siempre. Publicó entonces un relato ficcionado que bautizó Blanca Oscuridad.
Se nos fue cuando menos se esperaba, se lo llevó la enfermedad con la velocidad y la intensidad con que vivió, sin atenuantes, pero nos quedó debiendo el libro, el relato periodístico plagado de verdades, así fueran incómodas para tantos, como él siempre supo hacerlo.
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