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La mayoría de los analistas militares tanto de Occidente como de Rusia coinciden en que el fracaso de la incursión ucraniana en Kursk y el imparable avance de las tropas rusas en el frente de Donest han puesto contra la pared al régimen de Kiev. Su ejército está al borde del colapso, el volumen de bajas es monumental (+ de 16.000 en la primera semana de septiembre), sus arsenales están semivacíos y tanto Estados Unidos como Francia y Alemania (sus principales proveedores de armamentos sofisticados), enfrentan actualmente problemas financieros y logísticos para reponerlos en el corto plazo y garantizar el flujo ininterrumpido de suministros que ha alimentado la guerra hasta ahora. En este contexto adquiere el sentido de una señal premonitoria la renuncia o destitución de 6 ministros del gabinete de Zelenski y el hecho de que la Rada (el parlamento ucraniano) no haya conseguido siquiera los votos suficientes para incluir en el orden del día la destitución de una diputada que se opone radicalmente a continuar la guerra. La unidad del bloque político que hasta la fecha ha defendido su continuidad se resquebraja.
Si dicho colapso es eminente, la pregunta que sigue es ¿Qué hacer? El secretario de Defensa de Estados Unidos, general Lloyd Austin, se apresuró a responder que Washington no está dispuesto a permitir la derrota de Ucrania y ofreció apoyarla “as long it takes”, “mientras sea necesario”. Y distintos voceros de los países europeos miembros de la OTAN apoyaron su posición y reiteraron una vez más que la victoria de Rusia en esta guerra es “inaceptable”. Por su parte un vocero del gobierno de Zelenski exigió de la Unión Europea la entrega de 85.000 millones de euros de ayuda en los próximos dos años. Y Kamala Harris en su discurso ante la pasada Convención Nacional Demócrata, declaró su voluntad de garantizar que las fuerzas armadas de los Estados Unidos sigan siendo “the most lethal force on the planet”, “la fuerza más letal del planeta”. O sea, en todos los escenarios, incluido obviamente el de Ucrania.
Los problemas que enfrenta la voluntad de continuar la guerra contra Rusia, en el caso de que las fuerzas armadas ucranianas queden fuera de combate (aparte de los mencionados arriba), son tanto políticos como militares. El principal obstáculo político sería un triunfo Donald Trump en las elecciones presidenciales del próximo 4 de noviembre, en el caso de que una vez elegido él quisiera o pudiera cumplir su reiterada promesa poner fin a la guerra de Ucrania de inmediato. Pero no es el único. También cabe mencionar el doble triunfo electoral en Turingia, Alemania, tanto de Alternativa por Alemania como de la Alianza Sahra Wagenknecht. Dos formaciones políticas cuya creciente popularidad se debe seguramente a que exigen poner fin al apoyo del gobierno alemán al régimen de Zelenzki y restablecimiento de las relaciones con Rusia. Sin embargo, en este punto tampoco cabe la certeza. Ni los partidos de la coalición semáforo en cuyo nombre gobierna actualmente el canciller Olaf Scholz, ni Die Linke ni la oposición democristiana, parecen dispuestos a poner fin al apoyo a la guerra de Ucrania y buscar la paz con Rusia. Y muchísimo menos los media hegemónicos que, para contribuir a bloquear las propuestas de AfD y de BSW, acusan sin tregua a la primera de neonazi y a la segunda de comunista y de agente de Putin. El escenario político en España, Francia e Italia es semejante. No hay oposición política significativa a continuar la guerra contra Rusia.
En el plano militar la manifiesta voluntad de continuarla es muy probable que adopte una estrategia inspirada en la adoptada por la Gran Bretaña luego del colapso del ejército francés en 1940, que llevó al mariscal Petain a rendirse y a suscribir un armisticio con la Alemania nazi. Privado del teatro francés de guerra terrestre, Churchill decidió continuar la guerra por vía aérea. La adaptación de dicha estrategia a la situación actual del frente ucraniano, tendría estos términos. Primero: retroceder en el frente sur, el principal de la guerra, hasta el río Dnieper, una formidable barrera natural que prácticamente coincide con los límites territoriales de la Operación militar especial decidida en 2022 por Vladimir Putin. Él nunca pretendió ocupar la Ucrania del oeste, consciente de los peligros a largo plazo de ocupar unos territorios habitados por ucranianos y no por ruso parlantes. Segundo: mantener a toda costa, como cabeza de playa, el saliente de Kursk y, tercero, intensificar los ataques con drones y misiles balísticos de gran alcance contra las profundidades de Rusia. Abrigando la misma esperanza que abrigó Churchill de que el bombardeo despiadado de las ciudades alemanas llevaría al pueblo alemán a rebelarse contra Hitler. No lo consiguieron, como es bien sabido. Y es aún más que dudoso que una tormenta de fuego desencadenada desde el cielo contra Rusia por la OTAN podría conseguir el derrocamiento de Putin.
Rusia advirtió a los embajadores de Alemania, Francia y Gran Bretaña que si misiles de largo alcance fabricados por ellos se lanzan desde Ucrania contra Rusia, responderá atacándolos directamente
Algún vocero de la OTAN ya habló de que su plan inmediato era potenciar por parte de Ucrania de los misiles de largo alcance con patentes occidentales. A lo que un crítico respondió que esa sería solo una operación de maquillaje, porque los complejos sistemas de lanzamiento de dichos misiles exigen el manejo in situ de expertos militares occidentales y el concurso indispensable de los satélites militares norteamericanos. Por lo que no sorprende que la semana pasada el ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia haya convocado a los embajadores de Alemania, Francia y Gran Bretaña en Moscú y les haya advertido que, si misiles de largo alcance fabricados por ellos se lanzan desde Ucrania contra las profundidades de Rusia, Rusia responderá atacándolos directamente a ellos y no a Ucrania.
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