«Bar ‘La Catedral’, cartel de la cerveza, plata o plomo», sentencia un póster, letras blancas sobre fondo negro, con tipografía de un legendario whisky norteamericano que data de 1846, adherido a la pared donde un televisor en lo alto, y un mega reproductor de sonido, dan cuenta, a todo volumen, del inconfundible falsete del ‘Cacique de la Junta’ en ‘Tú eres la reina’, quizás el más eufórico y sonado de sus azarosos vallenatos.
Es la tarde de un día ordinario de septiembre, y por suertes andariegas nos topamos con ‘La Catedral’; no la cantinita plebe de la avenida ‘Alfonso Ugarte’, de Lima, que inspiró al Nobel peruano Mario Vargas Llosa a escribir su portentosa novela ‘Conversación en La Catedral’, sino el descabellado Bar ‘La Catedral’ del barrio Puente Aranda (carrera 53#14-39), ubicado a 500 metros de la Cárcel Modelo de Bogotá, en un sector industrial apretado de chatarrerías, costureros de uniformes militares; talleres de torno, ornamentación, soldadura, mecánica de carros y motocicletas; piqueteaderos, tiendas barateli, y corrientazos de diez mil pesos.
Una barriada estrato overol, estómago de carga pesada, y guargueros incontenibles de lúpulo, a cualquier hora y por cualquier motivo, o sin motivo; no más que ‘La Catedral’ esté abierta desde medio día, y en volandas llegar a golpear el mueble, y bajar cerveza a pico de botella, o alguna de las bebidas espirituosas, depende del poder adquisitivo del cliente, y de la paleta de emociones con la que aterrice para pedirle melodía a ‘La Mona’, una acuerpada catira venezolana que, sin temblarle el pulso, lleva las riendas del negocio.
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‘La Catedral’ es un local empotrado en el primer piso de una casa antigua del barrio Puente Aranda, con el nombre de la mítica cárcel que el temible capo de la cocaína Pablo Escobar Gaviria mandó a construir para entregarse, y de la que terminó fugándose; engallado con fotografías del mafioso, del portal de la Hacienda Nápoles y la avioneta de su primer embarque de droga; una réplica del cartel ‘Se Busca’, con millonarias recompensas, donde figuran ‘El Patrón’ y sus secuaces: ‘Popeye’, ‘Otto’ ‘Tyson’, ‘Ñangas’, ‘Juan Caca’ y ‘La Kika’, entre otros lavaperros de la novela negra del crimen organizado que estremeció a Colombia.
‘La Mona’
El urumitero Silvestre Dangond arremete desde el parlante atronador con ‘Niégame tres veces’, y ‘La Mona’ se presenta como Nacelis Remberthy Torres, de 33 años, oriunda del Estado de Monagas, Venezuela. Dice, mientras sirve cervezas a dos mirones recostados en la barra, que llegó hace 7 años a Bogotá, huyendo de la tragedia y la miseria del nefasto socialismo bolivariano que tiene sumido a su país, y hoy, sin ninguna esperanza por la inquina de Maduro, enquistado en el poder.
-¿Cómo vino a parar a este sitio?-, le pregunto a Nacelis, frente a la mirada matrera de los tipos de la barra.
La historia es larga, y se la resumo: soy licenciada en Administración de Recursos Humanos, pero extranjera y recién llegada a Bogotá, me tocó emplearme en lo que fuera, hasta mesera fui, que es un honroso trabajo. Luego, como secretaria de una empresa de grúas, y después en una de torno. En este barrio no falta el empleo para el que quiere salir adelante. Pero quise independizarme, y con ahorros y un crédito bancario compré este negocio.
-¿Tal y como está?
No. La señora que me lo vendió tenía el bar, pero también restaurante. Dejé solo el bar, porque con la venta de comida sabía que se me iba a triplicar la carga. Y sí, tal como está, si se refiere al nombre y a la decoración, porque la gente ya estaba acostumbrada al sitio. Del señor Pablo (Escobar) conocía su historia desde que estaba chamita. Pero cuántas bromas han hecho de su vida: libros series, películas, ropa, hasta pocillos, y cuántos bares habrá con ese mismo nombre en Colombia, y más en Medellín.
«¿Quién es tu jefe?»
El interrogatorio salpica a los de la barra, y uno de ellos, tiznado y de mirada encabronada, con suéter de meterse debajo de los carros, corta el hilo de la conversación y rezonga a pulmón henchido:
Eso no pasa nada, llave. Aquí es bueno, barato y se pasa bacano. ‘La Mona’ nos refresca la rutina y nos pone la música que nos gusta. El sitio es sano y ella se ha hecho querer del gremio mecánico. Lo del mafioso es un vacile, una película rayada, no le pare bolas. Jártese más bien una pola.
-¿Se la pido? ¿De cuál toma?
-No señor, gracias, estoy trabajando.
-¿Y cuál es el embale? Nosotros también estamos camellando-, refunfuña el tiznado.
Paso una bola de saliva ante el filoso reclamo del ojibrotado, y recuerdo la pregunta que el sheriff, después de una plomacera sangrienta entre bandidos y policía, le hace a un lavaperros tendido en el suelo, botando espuma y con los estertores de la muerte, como ilustra el video del sonado corrido ‘La banda del carro rojo’, primer éxito de Los Tigres del Norte.
-¿Quién es tu jefe?
-Yo no sé cantar-, responde el malandro con los ojos torcidos en su agonía.
El preso # 9
«Nunca se me pasó por la cabeza que fuera a abrir un bar, pero así es el destino», retoma Nacelis.
-¿De qué horas a qué horas atiende?
Abro a las 12 del día y cierro a las 12 de la noche.
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-¿Cómo le ha ido?
-Bien, es rentable, a principio de semana, lento, pero lo que es viernes y sábado, lleno. Con gente afuera tomando y oyendo música. Solo abro de martes a sábado, porque el domingo por acá es desierto. Y, el lunes, para mis quehaceres y vueltas personales.
-¿Y se la juega sola?
A veces, cuando le queda tiempo, viene una amiga de por aquí cerca a ayudarme. Los viernes y sábados me colabora un muchacho. De resto, sola con el trajín: hacer aseo, surtir, servir a las mesas, poner la música, inventariar, todo lo que demanda un negocio de estos.
-Cómo se ha ganado el respeto en medio de una clientela de un gran porcentaje machista.
Una es la que se encarga de que ese respeto quede como una marca, y la gente lo entiende desde el principio. Además, que ya es una clientela fija, y me conocen, porque llevo años trabajando en este barrio.
-Pero no faltará el que le echa los perros…
Sí, pero con respeto, y yo hago la que no es conmigo. De hecho, la mayoría sabe que tengo novio y con nombre propio: Alfredo Garavito, propietario de una empresa de torno.
-En dónde vive, Nacelis.
-En el barrio Galán. Aquí cerquita, pasando el puente de Las Américas. Cuando salgo muy cansada pido taxi o Uber. Y, si no, me voy a pie hasta la casa.
-¿En serio?, ¿sola a media noche?
Si uno demuestra miedo, pasa como con los perros que huelen el temor y se botan a atacarlo. Pero, dígame usted que es periodista, ¿cuál sector de Bogotá es seguro?
-¿Ha pensado en cambiar de trabajo, o cree que el bar aguanta para rato?
Sí, lo he pensado, porque por más que sea buen negocio, no deja de ser agotador. Pero es lo que me da para vivir mientras encuentro un empleo, ojalá que tenga que ver con mi licenciatura en Administración de Recursos Humanos.
Se aproxima la noche, y las mesas del Bar ‘La Catedral’ empiezan a poblarse. Es momento de despejar pista, porque ‘La Mona’ inicia en forma su rutina.
De oídas de algunos clientes remato apuntes: al bar viene gente de todas las edades, más hombres y mujeres, la mayoría operarios de la vecindad, el «parche», que llaman, y de vez en cuando, el penado de La Modelo, a quien la justicia le ha dado carta de libertad, y pasa a desfogar los «tragos amargos» del cautiverio con el anís de las botellas, hasta agotar lagrimones y monedas con ‘La Cárcel de Sing Sing’ y ‘El Preso número 9’, del venerable maestro Alci Acosta; o con ‘El Preso’ de todos los presos del mundo para el eterno azote de baldosa: el de Fruko y sus Tesos.
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