Por: Juan David Correa – Ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Hace ocho años, el actor y escritor Julio Correal vino hasta la sala de redacción de la revista Arcadia para hablar de la ley de actores que corría en el Senado una suerte incierta por cuenta de varias polémicas que iban desde la discusión sobre el uso de actores profesionales en las películas colombianas, que se llenaron de personas sin experiencia ni estudios de arte dramático, y demandas por causas sociales como una mayor regulación de los horarios de trabajo.
En ese entonces yo era el director de esa revista que, lamentablemente, decidieron cerrar en su casa matriz al considerar que el periodismo cultural, al igual que las artes vivas que hoy reconocemos, deben ser un negocio o no ser. He ahí la cuestión, cuatro siglos después.
O no: he ahí la distracción sobre lo verdaderamente importante que sigue siendo posible gracias a una parodia que hace Gonzalo en La tempestad: «En mi república —dice— dispondría de todas las cosas al revés de cómo se estilen. Porque no admitiría comercio alguno ni nombre de magistratura: no se conocerían las letras, nada de ricos ni pobres, áreas de tierra, cultivo, viñedos: no habría metal, trigo, vino ni aceite; no más ocupaciones; todos, absolutamente todos los hombres estarían ociosos; y las mujeres también, que serían castas y puras; nada de soberanía».
Algo ha corrido de agua bajo el puente en estos ocho años. En ese momento escribimos al alimón un editorial preguntándonos por la suerte de los actores y las actrices en el país. Estoy seguro de que la suerte de muchos de nosotros no ha cambiado de manera drástica en esta década, pero estoy persuadido de que gracias a organizaciones como la Asociación Colombiana de Actores (ACA), y sucedáneas como la Asociación Colombiana de Trabajadores de la Industria Audiovisual (ACTV), algo, poco a poco, empieza a cambiar en el país.
Sé, de buena fuente, que esta lucha por conformar un sindicato ha sido tenaz, y que nada de lo que está sucediendo esta noche, cuando se entregan los Premios Bravo, los primeros que ofrece el sindicato mismo a sus colegas, ha sido producto de la fugacidad ni del oportunismo.
Sé que muchos de ustedes han sido castigados por los canales más comerciales por atreverse a establecer una organización sindical, organizaciones que antes de este gobierno, aún eran sospechosas. Sé que con el reconocimiento del sindicalismo como sujeto de derechos en este gobierno, poco a poco las cargas tendrán que comenzar a equilibrarse, como es apenas natural en una sociedad que defiende las instituciones y sus diversas formas de organización.
Entiendo que estos premios son más que una celebración, y le apuntan a crear una red mediante la cual, además de las demandas laborales, sociales y legales a las que todos tenemos derecho, debe haber, también, instancias en las que sean los propios profesionales los que reconozcan el trabajo de sus colegas.
Eso, lo sabemos, ocurre en decenas de países que, como el nuestro, han desarrollado una industria audiovisual persistente, aunque hoy sea parte, como casi todo, de las múltiples crisis que vivimos debido al ultracapitalismo.
Esta noche se premia la esencia de lo que son ustedes. Se reconoce la dedicación, la paciencia, la memoria, el trabajo y, por supuesto, el resultado de todo eso que queda en la memoria de miles como nosotros que somos sus espectadores y que, gracias a su fuerza y su potencia, podemos hablar de muchas cosas, compañeros del alma, compañeras. Y por eso esta noche aplaudimos la sustitución, la memoria afectiva, la imaginación moral, la conciencia del cuerpo, la respiración, la presencia espiritual frente a un público o una cámara.
Todas y todos ustedes son seres admirables que comprendieron, hace mucho más tiempo que el resto de los mortales, que la verdad escénica es la verdad interior de quien busca una emoción genuina para poder interpretar a otros, a otras.
Pienso en la verdad escénica que encontraron con gran potencia Camila Valenzuela, buscando a Manuela Sáenz; Victoria Hernández, repitiendo «¿Quién dijo que la guerra duele?», en esa errante Madre Coraje; en la fuerza de los dos tiempos en los que Policarpa Salavarrieta es personaje en el estallido social de 2021, y protagonista en el de hace doscientos años, según Myra Patiño; y en Euphemia, esa doncella aria en la mitad de una guerra que ha durado demasiado tiempo, interpretada por Juana Manjarrés.
Cada una y cada uno de ustedes ha conseguido sustentar un mundo, lo cual no es poco: han usado su cuerpo y su voz, su mirada y su aliento, para regresarnos a formas esenciales de lo que somos: hemos visto nacer la vida en cada una de sus actuaciones.
Cada una y cada uno de ustedes tiene una larga historia, por jóvenes que parezcan, que se hunde en la fundación misma de este Teatro Colombia; en los primeros radioteatros; en el Palomar; en la Escuela Nacional de Arte Dramático; en los teatros de los años cincuenta; en el arribo y la expulsión de Seki Sano; en amigos entrañables que se han ido, como el gran Carlos José Reyes, a quien esta noche quisiera rendirle un homenaje.
Una historia que está en grandes actrices como Inés Prieto, o actores como Álvaro Rodríguez y Víctor Mallarino, que han pasado su vida reconociendo a otros, buscando en ellos señas particulares para entender que hay algo siempre jugándose en nosotros; para saber que somos seres cambiantes, extraños, desiguales, emocionales, profundamente contradictorios.
Seres como Gonzalo, que en La tempestad usa su imaginación paródica y con el poder de la palabra y la imposible posibilidad de ser el rey piensa y declara: «Todas las producciones de la naturaleza serían en común, sin sudor y sin esfuerzo. La traición, la felonía, la espada, la pica, el puñal, el mosquete o cualquier clase de súplica, todo quedaría suprimido, porque la Naturaleza produciría por sí propia, con la mayor abundancia, lo necesario para mantener a mi inocente pueblo».
A ustedes, mi abrazo. A todos, un largo y sostenido Bravo.
Bogotá, 29 de septiembre, de 2024
Teatro Jorge Eliécer Gaitán: Premios Bravo, ACA
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