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Hay varios acontecimientos que hablan de la vulnerabilidad de la vida en el planeta: los indicadores de calentamiento global y cambio climático, los recientes fenómenos pandémicos, especialmente, el del coronavirus que ha evidenciado altos niveles de vulnerabilidad y desigualdad social en el mundo, y por supuesto, la creciente pérdida de especies y del tejido biodiverso de la tierra que genera gran preocupación en el conjunto de la población mundial, asunto este último que se discute por estos días en Cali en el contexto de la COP16. En ese horizonte, al recordar que las mayorías humanas habitamos las ciudades, entornos creados artificialmente que modifican e incluso suprimen los ecosistemas naturales, parece pertinente explorar las huellas, los vestigios de la biodiversidad en las aglomeraciones urbanas que sufren los efectos de ocupar y ordenar el territorio sin adaptarse necesariamente a él y más bien sometiendo los tejidos naturales vitales a un régimen de apropiación etnocéntrica.
Recordemos también que los ecosistemas urbanos varían de una ciudad a otra. Sin embargo, las ciudades pueden albergar especies preexistentes y nuevas, y dar cobijo a múltiples especies migratorias en una dinámica bastante contradictoria de confrontación entre entornos artificiales y naturales. Aunque se podría pensar que la biodiversidad se ve reducida debido a la expansión del cemento y el asfalto, muchas urbes albergan una sorprendente diversidad de vida. Los tejidos verdes, como parques, ríos de agua superficial y subterránea, jardines, y reservas ecológicas, son espacios vitales para especies de flora y fauna. Estas áreas actúan como refugios para especies autóctonas y también como hábitats para especies nómadas. Reportamos que en la lucha citadina entre el verde y el cemento, no siempre el gris tiene las de ganar en los espacios urbanos.
Los beneficios de mantener y promover la biodiversidad ecológica en las ciudades son múltiples. No solo mejora la calidad del aire y regula la temperatura mediante el efecto de enfriamiento de los árboles, sino que también mejora la salud mental y física de los habitantes, al ofrecer espacios de recreación y contacto con la naturaleza. Adicionalmente, la biodiversidad urbana contribuye a la armonía de las ciudades frente al cambio climático y a otros desastres naturales, ya que los ecosistemas diversos tienden a ser más adaptables; este tipo de apuesta solo sería posible sí dentro del BIOS reconocemos la dimensión intercultural que habla de la diferencia, la alteridad y la diversidad de la vida humana.
La biodiversidad cultural urbana refiere a la variedad de costumbres, tradiciones, lenguajes, saberes y conocimientos que se desarrollan dentro de las comunidades humanas. Las ciudades son lugares para el intercambio y la adaptación cultural, donde las prácticas tradicionales relacionadas con la naturaleza también se transforman y encuentran nuevos significados. Un ejemplo de esta interacción se observa en los mercados urbanos, donde se intercambian plantas, alimentos y remedios tradicionales de sus regiones de origen. Las huertas comunitarias, que se están popularizando en muchas ciudades, son un ejemplo contemporáneo de cómo la biodiversidad cultural y ecológica se entrelazan, permitiendo a las comunidades urbanas cultivar productos nativos y preservar conocimientos tradicionales sobre agricultura, salud y alimentación. Además, la arquitectura y el diseño urbano también son reflejos de la biodiversidad cultural. En muchas ciudades, los espacios públicos y privados se diseñan para integrar elementos naturales y culturales, como jardines, parques o plazas que respetan las tradiciones locales de uso del espacio.
Las rutinas contaminantes y la lógica del “desarrollo” vuelve las ciudades espacios para las cosas y no para las gentes y comunidades
Es momento de afirmar que la biodiversidad ecológica y cultural no son fenómenos separados, sino profundamente interrelacionados. Las formas en que las personas organizan y habitan los espacios urbanos afectan directamente la biodiversidad ecológica, y viceversa. Por ejemplo, en muchas ciudades, los bosques existentes se han convertido en lugares no solo de conservación de la naturaleza, sino también de interacción social y de generación de festividades y prácticas culturales. Desde este horizonte es clave problematizar las rutinas contaminantes y la lógica del “desarrollo” que vuelve las ciudades espacios para las cosas y no para las gentes y comunidades, el urbanismo atrapado en el hierro, el cemento, el vidrio y las fibras sintéticas, la movilidad con combustibles fósiles, pues estos y otros artificios nos alejan de un morar saludable y un buen vivir colectivo.
Un enfoque integrado de ecología urbana promueve una ciudad más habitable y justa, demanda políticas que protejan la biodiversidad ecológica y cultural, asegurando que las ciudades puedan afrontar los graves desafíos ambientales y sociales de este tiempo. La preservación de especies nativas, la protección de tradiciones culturales y el fomento de una planificación urbana sostenible son elementos claves para el futuro de nuestras ciudades. Para avanzar en ese sentido, es esencial un enfoque holístico que promueva el buen vivir de los pobladores, supere la crecientes desigualdades sociales y contribuya a la conservación del patrimonio natural y cultural que define las urbes como espacios dinámicos, tramados en una biodiversidad que merece ser protegida, valorada y celebrada. Ojala el evento en curso en Cali, – la COP16 -, nos deje aprendizajes colectivos al respecto y no solo la resaca de la fiesta y unos cuantos denarios para los operadores de servicios de locación.
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