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La palabra “clientelismo” ha venido desapareciendo del debate público sin que su práctica contra la democracia haya desparecido. Por el contrario, parece ser que está mutando hacia formas mucho más masivas, sobre todo mutando por la vía de una nueva narrativa justificadora. Ahora, en el gobierno del “cambio”, todas las vagabunderías las justifican entre sí con el cuento de que en ellos la corrupción no es corrupción por la sencilla razón de que lo que están haciendo es “aprovisionarse” de los recursos que necesitan para no dejarse quitar el poder por parte de las “oligarquías asesinas” o que en ellos el clientelismo no es clientelismo porque se trata de girarle las platas públicas a los sectores más olvidados, aunque para ellos los únicos que merecen salir del olvido son aquellos a quienes el Pacto Histórica recuerda y enlista en sus computadores.
Me contaron dos empresarios del campo con quienes me reuní esta semana, uno de Tolima y el otro de Casanare, que están viviendo la experiencia de la renuncia de varios de los trabajadores porque ya no tienen ningún interés en trabajar. Eran personas que llevaban entre cinco y ocho años en los proyectos agrícolas. Cuando les preguntaron por el motivo de la salida, contaron que tenían que dejar de aparecer en las nóminas para poder vincularse a los listados del Sisbén con el fin de recibir los subsidios del programa llamado “Colombia sin hambre”. Dicen que empezaron a girar plata a diestra y siniestra, eso sí, con los listados en la mano para la fidelización política -léase clientelización- al Pacto Histórico. No es gratuito que este programa lo esté manejando directamente Gustavo Bolívar desde el Departamento de Prosperidad Social.
Yo no sé cuántos billones del presupuesto nos va a costar a los colombianos sostener el plan clientelar del Pacto Histórico. Porque eso sí, no se nos olvide que el clientelismo es un especie de privatización del Estado para beneficio y usufructo político de un sector en particular. Como viven de sabroso los del cambio regalando la plata ajena. La eterna historia de ganar indulgencias con camándula ajena.
Definitivamente esos funcionarios de Petro son un desastre. Además de esa extraña mezcla ideológico-corrupta que no es más que una de las peores versiones de la doble moral, también son muy deficientes como administradores, como funcionarios de la cosa pública. No son capaces de estructurar una política pública bien hecha por nada del mundo. Eso pasa cuando su verdadera preocupación no es gobernar sino destruir un sistema con el fin de atornillarse en el poder.
Lo que están haciendo va a tener consecuencias peores que clientelismo que hemos conocido
Lo que están haciendo va a tener consecuencias peores que clientelismo que hemos conocido, que es una de las formas tradicionales de la corrupción política -bien vale la pena retomar los libros tan importantes que ha escrito el profesor Francisco Leal Buitrago sobre el tema-.
Quienes hemos trabajado por años la agricultura sabemos que uno de los problemas estratégicos del campo es la escasez de personas para trabajar en los proyectos agrícolas. El promedio de edad de la población ya está por encima de los 55 años. Los jóvenes no quieren trabajar en las actividades del campo.
¿Cómo es que los funcionarios de este gobierno no se sentaron a pensar por un minuto las consecuencias fatales que tuvieron los subsidios de Chávez en la cultura del trabajo en Venezuela? ¿Cómo es que no se sentaron a mirar el daño que van a causar en el sentido del trabajo para la construcción de la dignidad humana? ¿Cómo no se sentaron ni por un minuto a medir el golpe moral que recibe una sociedad cuando se deteriora el sentido del trabajo en la dignidad humana?
No en vano alguien me hacía caer en cuenta de que Gustavo Petro nunca ha destacado por ser el más trabajador ni el más cumplido. Sus medallas no han sido precisamente por el mérito a la disciplina y el trabajo. Qué mala cosa eso de querer convertir en políticas públicas hasta los defectos personales más indeseables.
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