En el universo de los libros, estos se desaparecen porque sí y porque no, eso todavía no lo ha querido entender el 99% de esta tribu
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Van por ahí con un libro en la mano o en el bolso, se acomodan, aunque no tienen dificultad en ir de pie. Abren su libro, retoman su lectura. Se distraen poco, salvo si ven a otra persona en la misma tarea. Entonces, les entra la curiosidad de saber de qué obra se trata. En ocasiones los ves con paso lento, apenas levantan la mirada para cruzar la calle. Están en las cafeterías o en los bares. Eso sí, hay quienes consideran que el leer libros es un acto más íntimo y prefieren hacerlo en casa, en la comodidad de su cuarto.
Hay quienes no sueltan un libro hasta terminarlo, y otros que, casi por religión, necesitan varios a la vez, como si la mezcla de todos esos hilos narrativos les diera el placer de una historia mayor. Están los veloces, devoradores de páginas, y los lentos, que encuentran su realización en cada línea y que no tienen reparo en repetir hasta tres y cuatro veces una buena página. Esta gente habla de los libros como si fueran amigos, confidentes o maestros. No todos son constantes, algunos tienen la manía de abandonar lecturas, incluso esas que para otros serían esenciales.
Muchos de ellos, son recomendadores incansables, capaces de enumerar diez o veinte títulos con pasión, y de esos los hay mujeres y hombres por igual, con el regalo del verbo en la palabra y con la habilidad para que sus manos le agreguen el suspenso necesario. También están aquellos que prefieren guardar silencio, conscientes de que cualquier resumen traicionaría la obra. Esta tribu abarca todos los estratos, ciudades y lenguas.
También están los que veneran los libros nuevos, los tratan con una devoción casi ritual. Les colocan pequeñas marcas para no dañar las páginas, los guardan en bolsas especiales y se lavan las manos antes de tocarlos, como si fueran a cargar a un bebé recién nacido. Son los hinchas de libro objeto, aman las editoriales independientes y cuidadosas de cada detalle. Repito, esta gente, disfruta desde el olor a tinta fresca hasta la perfección de sus esquinas; los acarician, aman los que tienen piel de durazno. En el otro extremo, están los que consideran que entre más antigua y más dueños haya tenido una obra, más interesante se vuelve. Habría que verlos explorando anotaciones de lectores pasados, imaginando las vidas detrás de esas palabras garabateadas al margen. Encuentran belleza en lo amarillento y rugoso del papel, en ese crujir leve que cuenta los años, es como si las yemas de sus dedos pudieran conectarse con esos otros, con su nostalgia. Así es la vida, es solo una página que viene y otra que se va.
Hablemos de los buscadores de tesoros literarios, exploradores de librerías en las zonas viejas de las ciudades y en las ventas informales. En Colombia, se consiguen promociones desde dos mil, tres en cinco, y en mejores condiciones a diez o a veinte mil. No son pocos los que roban libros a sus amigos y conocidos. Incluso se murmura sobre el «Club de las ladronas de libros caros» en la FILBO, un grupo de chicas no precisamente necesitadas, pero irresistiblemente atraídas por el fetiche literario. Hay muchos que dicen, yo no presto mis libros. Porque en el fondo conservan la infinita vergüenza de no haber devuelto alguno. Si algo tienen los libros, es que no hacen parte del patrimonio familiar, simplemente pertenecen al uno o al otro.
Hablando de las generaciones, hay niños que han leído más que la media nacional antes de perder su primer diente, y gente mayor que ya va por su cuarta o quinta lectura de Guerra y paz de Tolstói. Los hay dedicados a un solo género o autor, explorando su escritura con una devoción absoluta; y también los desordenados, que leen lo que el día les repare. Así se meten a una librería y pasan dos o tres horas, tan descarados que se leen obras completas sin pagar un peso, amén que así sea.
Anímate, entra a la casa de uno de los miembros de esta tribu, hay quienes tienen hasta cinco mil y más ejemplares, es como su santuario, como ese montón de velas e imágenes que promueve la tribu de las abuelas, o de las nonas como decimos en los Santanderes. Mira que si se les pierde un libro, pueden pasarse todo un día en su busca. Que yo lo tenía aquí, que lo vi hace tantos meses, que su portada es de tal color. Los libros se desaparecen porque sí y porque no, y eso todavía no lo ha querido entender el 99% de esta tribu.
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