Un viajero sapiosexual busca el Jardín de las Mentes. Tras hallar tierras áridas, encuentra un jardín fértil de ideas y reflexión, donde su alma halla paz
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Había una vez un viajero llamado Tahisin, cuya búsqueda en la vida no era de riquezas, poder ni belleza física, sino del jardín más exuberante y fértil que pudiese encontrar: el Jardín de las Mentes. Tahisin era sapiosexual, alguien cuyo corazón y alma vibraban con la melodía de las ideas y el brillo del intelecto.
Tahisin recorría el mundo como un jardinero en busca de tierra fértil. Cada persona que conocía era como una semilla, y cada conversación, como una ventana al suelo que la contenía. En algunos encuentros, hallaba tierras áridas, donde solo crecían las plantas de lo superficial: las flores de la vanidad y las hojas de lo mundano. Aunque hermosas a simple vista, estas plantas no podían sostenerlo ni alimentar su espíritu.
Pero un día, llegó a un valle escondido, donde se encontró con un hombre llamado Carlos Eduardo Maldonado. A primera vista, Carlos Eduardo no era llamativo, ni adornado con las excentricidades que suelen capturar miradas pasajeras. Pero cuando Tahisin comenzó a leer y conversar con él, descubrió que su suelo era profundo y rico. Cada palabra que pronunciaba Carlos Eduardo era como una semilla que brotaba inmediatamente, formando un árbol frondoso lleno de frutos de conocimiento y flores de reflexión.
La conversación fluía como un río, alimentando el Jardín de Tahisin. Escuchar, leer y hablar con Carlos Eduardo era como caminar por un bosque vivo, donde cada árbol albergaba un nuevo mundo de ideas, y cada sombra ofrecía un rincón para reflexionar. Los silencios no eran incómodos, sino espacios fértiles para que la mente floreciera.
Tahisin se dio cuenta de que no buscaba un jardín ya cultivado, sino aprender como un jardinero. Alguien con quien pudiera plantar ideas, regarlas con curiosidad y verlas crecer bajo la luz de la reflexión compartida. En la inteligencia de Carlos Eduardo, no solo halló un jardín; encontró un hogar para su espíritu inquieto.
Desde ese día, Tahisin entendió que, para él, la verdadera belleza radicaba en el paisaje interno de una mente curiosa y sabia. Y en ese Jardín de las Mentes, donde las palabras eran flores y las ideas frutos, su corazón encontró su descanso.
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