En los últimos tiempos el sueño americano se ha convertido en una pesadilla, por eso, inmigrantes en EE.UU. ven en Trump, un radical antinmigración, una esperanza
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La imagen me pareció tiernamente sobrecogedora: en el árbol de Navidad de una familia de amigos colombianos residente en New Jersey, legales, con papeles, con ciudadanía, con trabajo estable, con casa propia y con una vida tranquila y apacible, no colgaban guirnaldas, ni bolitas de colores, ni santas, ni estrellas, ni campanas, ni espigas, ni banderitas de Colombia, solo esfinges de Donald Trump. Sí, lo quieren hasta ese nivel y están seguros de que mejorará las condiciones de vida que en su opinión consideran se han ido desmejorando cada vez más, desde que llegaron hace 25 años detrás de hacer realidad el sueño americano.
No son los únicos. Carol, una estadounidense, hija de padre irlandés y madre cherokee, expresa con un español que incluye modismos precisos de nuestra jerga y buenas groserías —vivió en Tuluá, Valle del Cauca varios años— su inconformidad frente a la situación de los Estados Unidos y el gobierno de Joe Biden. Compara con asombro el encarecimiento de la canasta familiar, de los impuestos, de los carros, de la gasolina, de la renta, de la vivienda… de absolutamente todo, como cualquier colombiano desde siempre. Lo de los huevos la quebró: 18 huevos en 19 dólares es una afrenta a la economía básica. Allá como aquí los huevos son indispensables.
Jairo, el tamalero de Queens, un caleño que lleva 40 años en el país del norte, asegura con más vehemencia que ahora trabaja mucho más duro y vive menos bien que hace unas décadas. Añade que además de las condiciones propias de la economía local, en los años ochenta había plata en forma porque los señores de la droga colombianos dominaban el mercado y de ellos se beneficiaban directa o indirectamente todos los nacionales residentes en Nueva York. Aunque se consigue de todo en los supermercados ‘latinos’, el precio de las carnes ha subido exponencialmente desde que a Estados Unidos las guerras que promueve no le arrojan los réditos económicos que le supusieron en el pasado.
Ahora Donald Trump echa mano de un viejo ardid que le ha funcionado a la perfección desde hace siglos a políticos de todas las latitudes: “promesa hecha, promesa cumplida”. Y lo cierto es que —como todos los políticos—, no cumplió a cabalidad con todas las que hizo en su primer gobierno, pero ante la situación de desesperanza de un pueblo que ve cómo se desmorona el imperio, sigue en la promesa de llevar a los Estados Unidos al sitial que ha ocupado en la historia reciente de la humanidad. No va a expulsar a todos los inmigrantes, eso sería dispararse en los dos pies, pero lo dirá cada que pueda y lo hará en medidas dosis.
Javier, otro colombiano que lleva una década bajo el amparo el Tío Sam, recomienda a los ‘latinos’ luchar en cada país porque en Estados Unidos solo se vive para trabajar, para nada más y el trabajo escasea. Se mueve en el mundo del transporte: acarreos, domicilios, mudanzas, basuras, escombros, etc. Asegura que las condiciones han desmejorado. Un carro vale hoy doce veces más que hace treinta años y el salario solo se ha multiplicado por cinco. Hoy es impensable para un trabajador que gane por horas y no cuente con papeles, acceder a una vivienda propia, aunque los intereses sigan siendo bajos comparados con los que se pagan en Colombia. Ya no abunda el empleo y las oleadas masivas de inmigrantes de todo el mundo han estrechado las posibilidades. Aunque los ilegales siguen viviendo tranquilos mientras paguen impuestos y no cometan infracciones o delitos.
Así están las cosas en un país donde cada vez se ven más personas en situación de calle y zombis afectados por el fentanilo en sus aceras. Muchas calles de Nueva York están llenas de basura y ahora en la Roosevelt Avenue hay un policía cada dos bloques para evitar atracos, ventas ambulantes y prostitución. En la Northern Boulevard desaparecieron los dispensadores gratuitos de comida, donde los que más tenían dejaban algo a los menos favorecidos. En Harlem y en el Alto Manhattan han vuelto las balaceras y los apuñalamientos entre personas dedicadas al tráfico de estupefacientes. En el Bronx hay desconfianza en las calles y murmullo social de que los subsidios del gobierno se reducirán.
El llamado sueño americano adquiere ribetes de pesadilla en los Estados Unidos. Hay quienes consideran que siempre ha sido así. Toda esa horda de mano de obra barata a la que con una doble moral han tratado, ahora está del lado de quien solo piensa en riqueza: Trump. Es tal la situación de los fuereños, que no quieren que lleguen más de sus iguales y que el país cierre sus fronteras para que otros no puedan hacer lo que ellos hicieron. Argumentan que no solo ha crecido la inseguridad, sino que tanta oferta ha dañado el mercado y la demanda de mano de obra está por el suelo. Hay gente que trabaja por muy poco porque tienen asegurada la comida y la dormida en los albergues del gobierno.
Donald Trump no solo entendió la complejidad de la situación, sino que le sacó el rédito electoral que lo instala de nuevo a la Casa Blanca y al electorado poco le importa su actitud pendenciera, su pasado de intrigas y negocios chuecos y menos que haya sido condenado (no sentenciado) por delitos probos, porque lo que con ansiedad anhelan es que los dólares vuelvan a fluir y en eso este hombre es un experto: en generar riqueza, aunque sea primero para él y uniéndose a multimillonarios como Elon Musk y Robert F. Kennedy Jr.; y a extremistas como Marco Rubio, igual de lenguaraz y mediático que su mentor.
Ver cómo los medios tradicionales en Colombia cubrieron la posesión de Nicolás Maduro y cómo anuncian la de Donald Trump para el próximo lunes 20 de enero me hace pensar en dos cosas: la Fiesta en corraleja y los postulados de Hannah Arendt, historiadora y filósofa alemana: “Un pueblo que no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras”.
Los palcos engalanados… La gente espera el ganado… Esta fiesta sí está buena…
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