El nombramiento del general Pedro Sánchez como Ministro de Defensa es una búsqueda de cambio en las Fuerzas Militares hacia la paz y la protección nacional
Veo con preocupación que varios progresistas y hasta algunos izquierdistas se sienten indignados porque el presidente Gustavo Petro nombró al general Pedro Sánchez como nuevo Ministro de Defensa. Es normal que la oposición de derecha siempre encuentre argumentos para criticar las decisiones políticas del Presidente, con argumentos válidos o sin ellos. Ese es su trabajo. Pero que desde sectores afines al Gobierno del Cambio se compre el argumento de que nombrar a un militar es retrógrado frente a la Constitución de 1991 me parece un exabrupto. Veamos.
Primero, en ningún momento la Constitución de 1991 le quita a los militares y policías el derecho a ejercer cargos públicos distintos a los de su rango. La costumbre política, posterior a 1991, de nombrar civiles como ministros en Defensa no implica ley y menos un “avance en democracia”. Recordemos que bajo la batuta de ministros y de una ministra de Defensa civil, se crearon las autodefensas y pulularon los paramilitares, se cometieron masacres sin fin y al menos 6.402 asesinatos de civiles llamados “falsos positivos”.
Segundo, confundir la democracia con un gobierno dirigido por civiles es un error elemental. Con el nombramiento del General Sánchez no está en cuestión la democracia parlamentaria o electoral y menos la proclamada división de poderes. El régimen de Bordaberry en Uruguay (1972-1976), que instauró una dictadura cívico-militar, no está ni pintado en Colombia. Al contrario, estoy convencido de que el General Sánchez se ganó el derecho a ser ministro cuando en una entrevista del programa “Los Danieles”, el 11 de junio de 2023, luego del rescate de los niños indígenas en la selva de la Amazonia, Daniel Samper Ospina leyó una columna burlándose del presidente Petro y quiso involucrar en la sátira al joven militar entrevistado. El General Sánchez, entonces coronel, con entereza y convicción, repostó que no se prestaba para la burla al Presidente y obligó a los periodistas a centrarse en la operación de rescate a los niños. Esa entereza de carácter y respeto institucional le valió el cargo que hoy ostenta. Las dictaduras no solo son ejercidas por militares sino, con mucha frecuencia, por civiles. Desde los años 70 del siglo pasado, muchos caracterizaron el caso de Colombia como el de una “dictadura civil” y no les faltaron razones.
Tercero, en democracia, confundir que los militares estén separados del ejercicio de la política partidista con separarlos del ejercicio de la política nacional, por ejemplo de la política de paz total del Gobierno Nacional —adoptada en el programa de gobierno triunfante en las elecciones y en el Plan Nacional de Desarrollo adoptado por el Congreso—, eso es un esperpento jurídico y político. El cacareado mensaje del presidente Alberto Lleras Camargo sobre mantener a los militares en los cuarteles y que no fueran deliberantes, se refería al General Rojas Pinilla: que no diera golpe de Estado sin el apoyo de liberales y conservadores de la época. Punto.
Por el contrario, de lo que se trata en nuestra época, es de que la Fuerzas Militares abandonen la doctrina del “enemigo interno”, con la cual se persiguió por igual a todos aquellos que desde los espacios institucionales de la democracia, y claro, a los que desde la insurgencia, retaban al régimen de exclusión y opresión en que ha permanecido Colombia al menos desde los últimos 70 años. Esas eran unas Fuerzas Militares adoctrinadas para combatir el comunismo internacional y en consecuencia consideraban que toda defensa de los derechos humanos, toda huelga, manifestación pública, protesta y hasta las expresiones artísticas, culturales y de intelectuales de izquierda (léase hasta García Márquez) eran dignas de combatirlas para impedir el avance del comunismo interno. Esas Fuerzas Militares deben ahora adoptar los principios de la seguridad humana, de la protección de toda forma de vida, de defensa de la soberanía nacional de la mano de todas las comunidades, pueblos, etnias y culturas de la nación.
Cuando el entonces coronel Sánchez (2023) reconoció que debió convivir y aprender de los chamanes y rescatistas indígenas, para sumar la tecnología y disciplina militar al objetivo común de salvar a los niños indígenas, todos entendimos que Colombia estaba cambiando de verdad.
La pretensión de mantener a los militares separados del pueblo, en sus cuarteles, listos solo para salir a combatir cuando los dueños del poder los convoquen al sacrificio, sin deliberar y sin racionalizar la función social que cumplen, se quedaron pensando en los tiempos de la Guerra Fría. La propuesta del Gobierno del Cambio es que los militares y policías se formen académicamente, desarrollen la cultura, la ciencia y la técnica al servicio de la nación colombiana. Participen de los proyectos de construcción de vías férreas, carreteras, puertos, barcos, aviones, energías limpias, en los proyectos de reforestación y salvación de la Amazonia y otros ecosistemas amenazados, en los aprestamientos ante emergencia y desastres naturales.
Los que hemos vestido el uniforme militar, así sea como soldados rasos o como profesores en la Escuela Superior de Guerra, como ha sido el caso del suscrito, entendemos que el cambio llegó a las Fuerzas Militares bien sea de la mano del excelente defensor de derechos humanos, doctor Iván Velásquez, o del exgeneral Pedro Sánchez. Siga usted, mi General.
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