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Eso es lo que cabría pensar escuchando a los principales lideres políticos europeos ventilar públicamente sus desacuerdos con el plan de paz para Ucrania de Putin. Ninguno de ellos ha cuestionado abiertamente la tesis de Pete Hegseth —el secretario de Defensa de Estados Unidos— de que no hoy no es realista proponerse la recuperación de los territorios ucranianos ocupados por Rusia, como tampoco lo es el ingreso del país eslavo en la OTAN.
Pero Francia, Alemania y Gran Bretaña han reafirmado su apoyo irrestricto al régimen de Kiev y su compromiso con el logro de una paz justa y duradera. Compromiso que, para los países de la OTAN, ha significado hasta ahora la continuación de la guerra con Rusia hasta conseguir la expulsión de los territorios ucranianos ocupados y la incorporación de Ucrania a la alianza atlántica. En la reunión en Kiev de los presidentes de los países bálticos, los países nórdicos y España con el fin de conmemorar los tres años de inicio de la guerra de Ucrania, Úrsula von der Leyen, presidente de la Comisión europea, reafirmó dicho compromiso. Y Zelenski, el presidente de Ucrania con mandato vencido, afirmó que, si la OTAN dejaba fuera a Ucrania, Ucrania tenía que crear su propia OTAN. Antes, en la segunda de las reuniones de urgencia de lideres europeos convocada por el presidente Macron en Paris, había dicho que, si Estados Unidos se retiraba de Europa, “Europa tenía que crear su propio ejército”.
Zelenski ha cumplido también un papel importante de la campaña política y mediática en contra de la decisión de Trump de iniciar las negociaciones con Rusia sin contar con sus aliados europeos ni con Ucrania. Zelenski declaró que “Ucrania no aceptará ningún acuerdo en cuya negociación no haya participado”. Trump le respondió afirmando que es “un dictador” -—en referencia al hecho de que el mandato de Zelenski expiró en mayo del año pasado— le recordó que en tres años ha sido incapaz de realizar una negociación con Rusia que “cualquiera hubiera sido capaz de adelantar con éxito” y le exigió “convocar elecciones”. Solo después de la realización de dichas elecciones “Ucrania podrá unirse a las negociaciones”.
A las demandas de participación en las negociaciones de paz de los lideres europeos, respondió el general Keith Kellog —enviado especial de Trump para Ucrania— diciendo que lo que tenían que hacer previamente “es elaborar y presentar propuestas”. Y el vicepresidente J.D. Vance, conciliador, afirmó “que hay que contar con los ucranianos y los europeos en los acuerdos sobre la guerra de Ucrania”. Se abstuvo sin embargo de precisar cuándo y cómo se han de incorporar los europeos a las negociaciones. El cómo es en este caso decisivo, porque como se preguntó en su día Henry Kissinger: “cuando quiero hablar con Europa con quién hablo”. Actualizo la pregunta de Kissinger y pregunto: ¿con los líderes europeos convocados por dos veces en París por Macron? ¿Con los lideres reunidos ayer en Kiev, con motivo del tercer aniversario de la guerra? ¿O con Úrsula von der Leyen, presidente de la Comisión Europea y con Kaja Kalla, alta representante de la UE para asuntos exteriores?”
La imposibilidad de dar ahora mismo una respuesta clara a estas preguntas, me mueve a sospechar que, la exigencia de la participación europea en las negociaciones de paz con Rusia, no responde en realidad al deseo de los líderes europeos de defender la integridad territorial de Ucrania, la legitimidad de Volodímir Zelenski. O la necesidad de afirmar la soberanía de Europa o simplemente su autonomía estratégica, ante un Trump que, como acaba de declarar Friedrich Merz, el próximo canciller alemán, “admira a los lideres autoritarios” y ha hecho suya la “versión de Putin del conflicto ucraniano”. Creo que de lo que trata realmente este este punto es del reparto del botín ucraniano.
El tema lo sacó a la luz Trump con su habitual estilo agresivo. Dijo que la guerra de Ucrania le había costado a su país la astronómica —y por astronómica increíble— suma de 500.000 millones de dólares y que Ucrania debía pagarlos. “A diferencia de los europeos cuya ayuda fue en calidad de préstamo – afirmó – nosotros lo hicimos sin recibir nada cambio”. La forma de pago que propuso inicialmente fue la de que Ucrania le cediera el 50 % de sus recursos naturales, incluidas las estratégicas tierras raras. Luego, hablo del control de puertos, aeropuertos e infraestructuras. Y se enfureció más de lo que ya estaba cuando rechazó esas demandas. Esta misma semana viajan a Washington el presidente Macron y el primer ministro británico Keir Starmer para reunirse con Trump. Dicen que viajan en representación de sus respectivos países para exigir la participación europea en las negociaciones de paz en Ucrania. Yo lo que creo es que van en representación de la banca Rothschild y de la City de Londres respectivamente, para discutir los términos del reparto del botín ucraniano.
Creo que Macron y Starmer van en representación de la banca Rothschild y de la City de Londres respectivamente, para discutir los términos del reparto del botín ucraniano
Los poderes financieros que están detrás de ambos están muy preocupados porque el plan de paz y las exigencias económicas a Trump están afectando seriamente los intereses de los principales tenedores de la ingente deuda ucraniana. Esa deuda tiene dos respaldos. El primero son los 300.000 millones de dólares de activos rusos confiscados, cuyos intereses están sirviendo para pagar intereses. El fin de la guerra o por lo menos de las sanciones a Rusia le quitaría a la deuda ucraniana ese respaldo. La exigencia de Trump en términos de recursos naturales e infraestructura le quitaría ese otro respaldo. Y la preguntas entonces serían: ¿Que respaldo le quedaría a dicha deuda en la posguerra de un país devastado por la deuda? Y en cuanto a la nueva deuda indispensable para reconstruir el país ¿qué puede ofrecer el nuevo gobierno en respaldo de la misma, si ya Trump ha decidido quedarse con todos los bienes y recursos que le podrían servir de respaldo. No me sorprende que ayer mismo, Úrsula von der Leyen haya comparecido ante la prensa para anunciar un nuevo paquete de ayuda a Ucrania de la UE de 3.500 millones de euros, que, sin embargo, no irá destinada a la compra de nuevos armamentos sino a socorrer a los tenedores de los bonos de la deuda ucraniana, afectados por las dificultades que experimenta actualmente el gobierno de Zelenski para pagar los intereses de los mismos. Serán tan serias esas dificultades que Von der Leyen ha explicado que esa ayuda se prolongará en el tiempo.
La continuidad o el fin de la guerra de Ucrania ya se perfila como un nuevo campo de batalla de la guerra que Trump está librando contra la oligarquía financiera atrincherada en Wall Street y en la City.
Del mismo autor: Guerra o paz en Múnich
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