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Es impresionante que en la casa que vivió Enrique Grau tenga tantos fetiches de su vida. Las Imágenes que lo rodearon tienen en su mundo un sentido inquietante. Se trata de una red de paradigmas que disponen un alto grado de relevancia, en tanto que las personas que trabajan a ellas reconocen su vigencia, sus categorías y pautas interiorizadas en esas personas que las referencias de tal manera que los conceptos y pautas se sostienen interiorizadas en esas personas de tal manera que los conceptos y marcos de referencia propios de la mi misma red producen credibilidad, se presentan normales empíricamente en un nivel ideológico, teórico y personal. El conjunto de estos elementos es convalidado por y con la interacción de los sujetos, en una vida, profana y vida íntima.


Se trata de La casa Grau donde vivió en Bogotá en la carrera 7 con calle 93 y al lado de una sinagoga. En esa casa donde se guardan celosamente recuerdos, es tan formal como excéntrica. Ese mundo rodeado de conexiones donde sus autorretratos son centros magnéticos de su amor propio.
En estos estos días se encuentra en el taller, una exposición de grabados de mujeres o adolescentes, todas parecidas donde cambian detalles: en la cabeza, sombreros, lazos, flores o alguna circunstancia se regodea en un paraguas para un viaje. Realmente es una monotonía sin imaginación.


En su cuarto guarda en una repisa recuerdos donde se encuentran desde la partida de nacimiento en Panamá, su primera carta al niño dios donde con letra de niño le pide rifles y cuchillos hasta las carteras elegantes de la abuela. Desde un principio de una historia moderna hasta el final del accesorio humano.


Todo el conjunto es sobre su vida y sus obsesiones como las colecciones de objetos precolombinos, santos coloniales, colección de falos. Ropa interior femenina o la vajilla de la abuela. Como el venezolano, Armando Reverón convivía con enormes muñecas de trapo en su cuarto. También aparecen colecciones de elaborados abanicos, vestidos para disfrazarse de mujer o máscaras para el carnaval de Barranquilla.
Es imposible recopilar una lista de todo lo permitido. Pero lo imperativo queda fijado de forma inexorable en una serie de grabados de mujeres todas muy parecidas. Son rostros de una hermandad que, para dar un aire nuevo, agregan adornos circunstanciales.


A estas alturas no me explico la foto de pintores de la ya vieja generación en las escaleras del Museo de Arte Moderno donde la historia muestra la verdad del paso del tiempo: sobran Manzur, Grau, Villegas. Viven para siempre Widemann, Botero, Ramírez y Villamizar. En estos momentos la obra Edgar Negret, aunque dejó de existir ya hace unos años, aparecen ridículas réplicas.
De la misa autora: Entre diamantes y fríjoles

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