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La integridad territorial de las naciones de Europa central ha sido un juego de ajedrez entre las potencias. A través de los siglos han cambiado los límites políticos a su conveniencia. Polonia y Ucrania son dos ejemplos sobresalientes de ese reparto histórico. Se dice que Winston Churchill se negaba a aceptar que Polonia quedara bajo la influencia soviética al terminar la Segunda Guerra Mundial, puesto que la guerra había comenzado cuando Inglaterra honró su compromiso de proteger a Polonia cuando fue invadida por Alemania. Toda esa destrucción para acabar entregándole el país a Stalin.
Ucrania en realidad no ha existido en los tiempos modernos como nación independiente con los límites que tenía antes de la invasión rusa sino desde 1991 cuando se formalizó la disolución de la Unión Soviética. Entonces dejó de ser parte del bloque de naciones socialistas, del cual hizo parte desde 1922, tiempos en que era independiente pero no mucho. Anteriormente había sido dominada por Lituania y Polonia, por los imperios Mongol, Otomano y Austrohúgaro. Desde 1721 formó parte del Imperio Ruso, hasta la Revolución de Octubre. En 1918 declaró su independencia que duró un año antes de ser derrotada e incorporada por el Soviet.
Con el correr de los siglos se crearon dos ucranias, una al oriente más identificada con Rusia, que habla ruso y se siente rusa, y otra al occidente más identificada con Polonia y con Europa. En 2014 Rusia anexó la península de Crimea que haba sido rusa desde el siglo XVIII cuando se la arrebató a los otomanos. Cedida por Nikita Kruschev a Ucrania en 1954, cuando Putin la recupera el asunto pasa sin pena ni gloria porque todo el mundo reconoce que es rusa. Putin aprovecha ese silencio para impulsar a los separatistas que buscaban la anexión a Rusia del Donbás, que son las provincias que se sienten rusas, y para invadirlas en 2022.
Aquello es casi una guerra civil. Rusia peleando por territorios que cree suyos frente a una provincia rebelde. Y se hubiera zanjado con un simple acuerdo de partición territorial, como tantos en el pasado, si no hubiera escalado a una guerra internacional que pone de presente lo que en realidad está en juego que no es el territorio ucraniano sino la amenaza de la OTAN, una alianza militar de la cual hace parte Estados Unidos, acercándose demasiado a las fronteras rusas.
La guerra de verdad es hoy entre Rusia y la OTAN, lo cual explica que Donald Trump quiera saldar pronto el asunto
La guerra de verdad es hoy entre Rusia y la OTAN, lo cual explica que Donald Trump quiera saldar pronto el asunto. Nadie con sentido de la historia podría creer que Rusia aceptaría que Ucrania fuera parte de la OTAN cuando ya el cerco creado por la alianza se había corrido por todas sus fronteras con Europa: República Checa, Hungría y Polonia en 1999. Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía en 2004. Albania y Croacia en 2009. Montenegro en 2017. Macedonia del Norte en 2020. Finlandia en 2023. Las intenciones de Ucrania desbordaron la copa. Putin ve los fantasmas de Napoleón y Hitler en sus fronteras, a quienes tan mal les fue.
Con esos antecedentes la solución al problema, aunque difícil, está cantada: la renuncia de Ucrania a querer ser miembro de la OTAN y la formalización del dominio ruso sobre Crimea y Donbás (20% de su territorio), que ya tiene bajo su control. Es un hecho militar que Ucrania está perdiendo la guerra, más rápido sin la ayuda norteamericana. 350 billones de dólares que tanto hubieran servido para cosa distinta de alimentar una Tercera Guerra Mundial.
La única solución posible a la guerra es la partición de Ucrania y el repliegue de la OTAN. Rusia se protege y reclama lo que es suyo.
La integridad territorial de las naciones de Europa central ha sido un juego de ajedrez entre las potencias. A través de los siglos han cambiado los límites políticos a su conveniencia. Polonia y Ucrania son dos ejemplos sobresalientes de ese reparto histórico. Se dice que Winston Churchill se negaba a aceptar que Polonia quedara bajo la influencia soviética al terminar la Segunda Guerra Mundial, puesto que la guerra había comenzado cuando Inglaterra honró su compromiso de proteger a Polonia cuando fue invadida por Alemania. Toda esa destrucción para acabar entregándole el país a Stalin.
Ucrania en realidad no ha existido en los tiempos modernos como nación independiente con los límites que tenía antes de la invasión rusa sino desde 1991 cuando se formalizó la disolución de la Unión Soviética. Entonces dejó de ser parte del bloque de naciones socialistas, del cual hizo parte desde 1922, tiempos en que era independiente pero no mucho. Anteriormente había sido dominada por Lituania y Polonia, por los imperios Mongol, Otomano y Austrohúgaro. Desde 1721 formó parte del Imperio Ruso, hasta la Revolución de Octubre. En 1918 declaró su independencia que duró un año antes de ser derrotada e incorporada por el Soviet.
Con el correr de los siglos se crearon dos ucranias, una al oriente más identificada con Rusia, que habla ruso y se siente rusa, y otra al occidente más identificada con Polonia y con Europa. En 2014 Rusia anexó la península de Crimea que haba sido rusa desde el siglo XVIII cuando se la arrebató a los otomanos. Cedida por Nikita Kruschev a Ucrania en 1954, cuando Putin la recupera el asunto pasa sin pena ni gloria porque todo el mundo reconoce que es rusa. Putin aprovecha ese silencio para impulsar a los separatistas que buscaban la anexión a Rusia del Donbás, que son las provincias que se sienten rusas, y para invadirlas en 2022.
Aquello es casi una guerra civil. Rusia peleando por territorios que cree suyos frente a una provincia rebelde. Y se hubiera zanjado con un simple acuerdo de partición territorial, como tantos en el pasado, si no hubiera escalado a una guerra internacional que pone de presente lo que en realidad está en juego que no es el territorio ucraniano sino la amenaza de la OTAN, una alianza militar de la cual hace parte Estados Unidos, acercándose demasiado a las fronteras rusas.
La guerra de verdad es hoy entre Rusia y la OTAN, lo cual explica que Donald Trump quiera saldar pronto el asunto
La guerra de verdad es hoy entre Rusia y la OTAN, lo cual explica que Donald Trump quiera saldar pronto el asunto. Nadie con sentido de la historia podría creer que Rusia aceptaría que Ucrania fuera parte de la OTAN cuando ya el cerco creado por la alianza se había corrido por todas sus fronteras con Europa: República Checa, Hungría y Polonia en 1999. Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía en 2004. Albania y Croacia en 2009. Montenegro en 2017. Macedonia del Norte en 2020. Finlandia en 2023. Las intenciones de Ucrania desbordaron la copa. Putin ve los fantasmas de Napoleón y Hitler en sus fronteras, a quienes tan mal les fue.
Con esos antecedentes la solución al problema, aunque difícil, está cantada: la renuncia de Ucrania a querer ser miembro de la OTAN y la formalización del dominio ruso sobre Crimea y Donbás (20% de su territorio), que ya tiene bajo su control. Es un hecho militar que Ucrania está perdiendo la guerra, más rápido sin la ayuda norteamericana. 350 billones de dólares que tanto hubieran servido para cosa distinta de alimentar una Tercera Guerra Mundial.
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