Dentro del juicio por la muerte del astro argentino, los policías que ese 25 de noviembre de 2020 atendieron el caso dieron detalles escabrosos no conocidos
El cuerpo de Diego Armando Maradona estaba hinchado. Estaba casi a punto de explotar. Así lo dijeron quienes lo vieron. Quienes llegaron al lugar encontraron en la escena a un hombre solo, descuidado y tirado en una cama sin lo necesario para salvarle la vida si algo ocurría. Fue una casa que se había convertido en su última trampa. Era el 25 de noviembre de 2020. La noticia corrió más rápido que cualquier balón que hubiera pateado en su vida.
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Los policías que ese día atendieron el llamado lo describieron sin adjetivos grandilocuentes. Un cuerpo. Una remera negra, un short de Gimnasia y Esgrima de La Plata y un abdomen inflado hasta límites. Una barriga que los impresionó, ninguno de ellos había visto antes algo así.
Lucas Farías, uno de los policiales, recordó que había estado en muchas escenas similares, pero ninguna con ese peso. «Era Maradona«. El informe de Medicina Legal diría después que había muerto de un edema pulmonar agudo secundario a una insuficiencia cardíaca crónica. Unas palabras técnicas para decir que su cuerpo no pudo más, que su corazón dejó de empujar la sangre. Una agonía sin testigos.
Pero antes del informe y de la autopsia, y antes de la indignación generalizada, estaba esa imagen: el Diego muy hinchado. Sus últimos días habían sido una mezcla de abandono y descuido, la escena lo mostraba así. Ningún sistema de salud lo monitoreaba. La ausencia de los médicos fue evidente. Al parecer la gente a su alrededor estaba más preocupada por tener acceso a él que por cuidar lo poco que quedaba de él.
Los testimonios de los siete profesionales de la salud, entre médicos y enfermeras acusados de negligencia, reconstruyeron la escena. No había desfibrilador. No había oxígeno. No había una ambulancia a la espera. Había –en cambio– una casa en Tigre mal equipada. Había una habitación con humedad. Había un hombre muerto que apenas salía de su habitación.
«Tenía el abdomen muy inflado, a punto de explotar«, repitió otro de los oficiales que atendieron el fallecimiento del ‘10’. La frase fue titular de prensa. En la televisión, en la radio, en los bares, en las esquinas, en los taxis, en las casas y también en la calle, la pregunta la repetían muchos: ¿por qué murió así?
Aunque su vida fue una acumulación de excesos y un desafío constante a los límites del cuerpo, no fue la muerte lo que sorprendió. Nadie esperaba que la vida de él, del amado Diego, terminara así, con un abdomen tan hinchado que causó impresión. Nadie esperaba que Maradona terminara como un dios olvidado.
En este caso la justicia avanza lento. Se acusa a los médicos, a los enfermeros, a sus cuidadores. Aún se buscan culpables porque la muerte de un ídolo no puede quedarse solo en muerte y ya no más. Todos quieren que la muerte de un ídolo sea un crimen, una traición, una negligencia. La Argentina no puede aceptar que Maradona haya muerto como mueren tantos otros: solo, sin cuidados, en una cama cualquiera.
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