Una cerveza artesanal bogotana y dos paisas fueron las elegidas por la inteligencia artificial como las mejores del país. ¿cuál es mejor para usted?
Pero la sed no se apaga con un sorbo. Se disfraza, se aligera, se disuelve un poco, y luego vuelve. Y en Colombia, donde hace calor incluso cuando llueve —excepto en Bogotá— beber cerveza se convirtió hace tiempo en una forma de vivir: no solo para pasar el tiempo, sino para sostenerlo.
Podría decirse que hay miles —porque los números ayudan a fingir que sabemos de lo que hablamos—, pero vamos a detenernos en tres. Tres cervezas que, por distintas razones, se ganaron el derecho de acompañar la boca de un país que bebe para celebrar, para olvidar, para conversar o simplemente para no estar solo.
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1. BBC Chapinero Porter: la negra que entendió la ciudad
Nació en Bogotá, en un barrio con nombre de obispo, donde los bares sirven café con aguardiente y los hipsters se creen obreros de software. La Chapinero Porter es oscura como una noche sin taxis, con cuerpo de madera húmeda y espuma que recuerda —aunque uno no sepa por qué— al pan caliente.
Es una cerveza que no grita. No quiere refrescar ni disfrazar, sino acompañar. Tiene notas de chocolate amargo y un dejo de café tostado, como si recordara que Bogotá es una ciudad de insomnes.
La BBC (Bogotá Beer Company) comenzó como una fábrica pequeña y terminó convertida en una marca que, aunque fue comprada por los gigantes, todavía carga con la nostalgia del artesano. La Chapinero Porter no es para cualquiera. Y eso la hace mejor. Porque las mejores cosas, ya se sabe, no son las que quieren gustarle a todo el mundo, sino las que encuentran a quien las entienda.
2. 3 Cordilleras Rosé: la rebeldía de Medellín embotellada
En una ciudad donde las palabras se redondean y las mujeres parecen salidas de una canción de reguetón, la cerveza Rosé de 3 Cordilleras decidió no parecerse a nada. Es rosada, sí. Parece una provocación. Pero debajo del color se esconde una mezcla rara de lúpulo y frambuesa, una fruta que en Antioquia solo conocen por televisión.
La Rosé no nació para los parrilleros ni para los bebedores de costumbre. Es una cerveza que incomoda, como esas personas que no encajan pero que uno no puede dejar de mirar. En una tierra donde lo tradicional es ley, esta botella es una forma de herejía.
Los maestros cerveceros de 3 Cordilleras —una fábrica fundada en 2008 por un colombiano que volvió del exilio voluntario en Estados Unidos— querían hacer algo distinto. Y lo lograron. La Rosé no refresca: transforma. No sacia la sed: la cambia de lugar.
3. Apóstol Dubbel: la fe del que fermenta lento
En Envigado, donde los árboles dan sombra aunque nadie se detenga, existe un monje que nunca rezó. Se llama Apóstol Dubbel, y es una cerveza hecha como se hacía antes: sin prisa. La fermentan por semanas. La embotellan sin filtrar. La dejan reposar, como si supieran que el tiempo también es un ingrediente.
Tiene 7 grados de alcohol —los suficientes para cambiar la conversación sin alterar el tono—, y un sabor dulce, oscuro, casi caramelizado, que recuerda a las cervezas belgas, pero con acento paisa.
Apóstol nació como una empresa familiar. Hoy sigue siéndolo. Su fábrica parece una iglesia del lúpulo, y sus etiquetas tienen nombres religiosos: Dubbel, Bock, Trigo, Stout. No hacen cervezas para el calor, sino para el alma.
Y en eso —aunque suene exagerado— hay algo sagrado. En tiempos donde todo se hace rápido, ellos insisten en fermentar lento. Como si cada botella fuera una forma de resistencia.
Uno podría hablar de cifras: decir cuántas unidades venden al mes, cuántos premios ganaron, cuántos likes tiene su cuenta de Instagram. Pero la cerveza no se mide así. La cerveza —como casi todo lo que vale la pena— se mide en momentos.
Una BBC en la terraza después del trabajo. Una 3 Cordilleras en una cita que no promete pero sorprende. Una Apóstol frente al fuego, mientras la noche avanza sin decir adónde va.
Las mejores cervezas de Colombia no lo son por el marketing, ni siquiera por la receta. Lo son porque, cuando llegan, uno entiende que hay días en los que no se necesita más. Que hay veces en que basta con burbujas, un poco de espuma y la promesa de que el mundo puede ser leve, al menos por un rato. Y eso, en un país como este, no es poca cosa.
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