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Tengo la gran fortuna de ser el nieto y el papá de un par de hombres profundamente creyentes y ejemplo de vidas guiada por los valores de bien. He sido por ello, toda mi vida, testigo de como la fe puede ser un camino de accionar piadoso e iluminado. Hoy que se está resolviendo sobre quien será el sucesor de Pedro, buen momento para que, creyentes y no, recordemos el poder de la religión. De la buena religión.
Las acciones de cada uno de los seres humanos que forman parte de una colectividad influyen en todos los demás.
Durante una época muy prolongada de la historia de la humanidad, esos grupos de los que formamos parte eran limitados a aquellos con quienes se tenía un contacto o relación directa y personal.
En la medida que hoy el mundo es globalizado, esa condición de mutua interacción y dependencia no ha variado. Aún hoy, lo que un ser humano hace o deja de hacer, influye en lo que ocurrirá con todos los demás. Sólo que, la posibilidad de que el obrar se acuerde uno a uno o de manera colectiva entre personas identificadas, es ya imposible.
Por esas razones es tan crítico que millones y millones de personas, que nunca se han visto, puedan, en lo fundamental, coordinar sus acciones y compartir sus objetivos, para beneficiarse unos de otros y no ser víctimas de lo que otros hacen mal.
Necesitamos, entonces, creer en valores e ideales abstractos.
Para lograrlo, una alternativa sería que la noción del bien se generalizara y que todos pudiéramos seguirla. Pero no lo hemos logrado aún. Las visiones a ese respecto siguen, tristemente, separándonos en lugar de unirnos.
Mientras tanto, otra alternativa, que sí sucede, es que la absoluta mayoría de los seres humanos que creen en un Dios, están convencidos que su divinidad es una fuente de inspiración para que sus acciones se guíen por valores de solidaridad, amor, compasión, esfuerzo, sacrificio, superación y, en general sentimientos y valores. Esa condición es muy valiosa para que todos ellos obren motivados. Esa razón sí logra que nos unamos alrededor de lo que todos entendemos como el bien.
Ciertamente, si una persona cree en un Dios y los que interpretan la voz de esa divinidad señalan caminos de paz, reconciliación, igualdad, piedad, rectitud, entereza, para las personas será más sencillo unirse en todo ello que tratar de convencer a todos que esas son las características que nos hacen ser mejores seres humanos y ya.
Como nos lo recordó varias veces Vargas Llosa, en ello la religión no ha tenido sustituto.
La sucesión de quién obraba como jefe de la fe católica es, entonces, un evento de la mayor trascendencia. Quién reciba esa responsabilidad, lo mismo que los jefes de las otras y todas las religiones, es, para todos, los creyentes y no, muy importante.
Así, precisamente hoy 133 cardenales estarán iniciando una selección que, a no dudarlo, tendrá un efecto sustancial en la vida de todos nosotros.
Mientras ello pasa, que sea un buen momento para que veamos tanto que nos une, recordemos que, al traducir las palabras de los varios libros, todos los varios dioses dicen lo mismo y nos llevan a las mismas partes de nuestras creencias. Qué los nombres no nos separen.
Del mismo autor: Verdades y mentiras sobre la implementación del Acuerdo de Paz
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