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La elección del papa León XIV y el regreso de Trump reavivan una alianza histórica entre poder y fe. ¿Renace la cruz y la espada en un mundo en crisis? A veces “La historia no se repite, pero rima.”, Mark Twain.
La reciente elección de León XIV, el primer papa con raíces estadounidenses y peruanas, y el retorno de Donald Trump al poder en Estados Unidos podrían anunciar no solo una coincidencia de liderazgos, sino la reedición moderna de una vieja fórmula política: la alianza entre el poder espiritual y el hegemonico.
La elección del cardenal Robert Francis Prevost como León XIV sorprendió al mundo no solo por reafirmar el cambio en la tradición eurocéntrica del papado, pues con Francisco, América Latina tuvo su oportunidad. El nuevo papa ya es símbolo:
Hijo de inmigrantes estadounidenses con profundas raíces peruanas, es un puente natural entre el norte y el sur del continente, entre el poder económico y militar de Estados Unidos y la fe vibrante y socialmente activa de América Latina.
Mientras los ojos del mundo seguían con escepticismo la sucesión pontificia, otra figura que volvió a la escena mundial con su promesa de America First, me hizo preguntar en qué época del la historia un emperador y un papa se unieron en la misma época y bajo los mismos intereses geopolíticos.
Ya sé, Trump no porta corona, ni siquiera pretende un título imperial o eso creemos. Sin embargo, sus actos hablan de una ambición imperial sin precedentes. Él se ha encargado de recordarle al mundo que Estados Unidos consolida el mayor poderío militar de la historia, ha emprendido guerras económicas y arancelarias que reconfiguran las reglas del comercio global, dominando la tecnología de punta e imponiendo sanciones y vetos que redefinen la competencia internacional.
Lo curioso es que al analizar su linaje, la historia sorprende: su padre desciende de alemanes del Palatinado, una región que en la Edad Media formó parte del Sacro Imperio Romano Germánico, qué casualidad, el imperio fundado por Carlomagno, el mismo que fue coronado en el año 800 por el Papa León III. Es irónico. Aunque Estados Unidos fue una colonia británica, ajena al poder romano y a las viejas alianzas entre trono e iglesia, su actual líder encarna raíces que evocan la vieja Europa imperial.
Esto podría considerarse como una simple anécdota si no fuera por las circunstancias históricas que nos rodean. El papa León XIV eligió su nombre no al azar. León I, el Grande, enfrentó y frenó a Atila, el azote de Dios, cuando Roma parecía condenada. León III, en el año 800, encontró en Carlomagno la fuerza necesaria para defender a una Iglesia sitiada por amenazas externas y por la fragmentación interna. Fue él quien, en una ceremonia que definiría el futuro de Europa, colocó sobre la cabeza de Carlomagno la corona imperial, restaurando así el orden perdido tras la caída de Roma. Más tarde, León XIII actualizaría esa alianza entre poder y fe con su Doctrina Social de la Iglesia, anticipando los conflictos del capitalismo industrial.
La elección de León XIV parece declararse heredera de esa tradición: ser el papa de los tiempos caóticos, el líder espiritual dispuesto a dialogar con los poderosos y, si es necesario, aliarse con ellos para evitar el colapso.
Los paralelos no terminan allí, pues el mundo de León III y Carlomagno estaba sumido en guerras, desplazamientos de pueblos, invasiones vikingas y musulmanas y una profunda crisis de las instituciones que sostenian la civilización romana.
Hoy, Ucrania arde bajo el fuego ruso, Israel se encuentra atrapado en un conflicto que amenaza con expandirse regionalmente, China y Estados Unidos libran una guerra tecnológica y comercial sin cuartel, y las instituciones internacionales que ofrecían estabilidad, ONU, OMC, OEA, incluso la OTAN, parecen cada vez más invisibles.
La historia también enseña que estas uniones nunca son simples ni exentas de riesgos
Sin embargo, la historia también enseña que estas uniones nunca son simples ni exentas de riesgos. El Sacro Imperio Romano Germánico restauró el orden, sí, pero también consolidó guerras religiosas, excluyó a los disidentes y subordinó la diversidad bajo una unidad forzada. Las alianzas entre cruz y espada pueden frenar el caos, pero con frecuencia generan nuevas formas de opresión y conflictos futuros.
¿Qué podría salir bien de una colaboración entre Trump y León XIV?
En el mejor de los casos restaurarse ciertos equilibrios globales y ofrecerse una nueva narrativa común que combine poder con justicia. Para Colombia, un papa con raíces peruanas y norteamericanas podría traducirse en mayor atención del Vaticano hacia los conflictos regionales, más apoyo diplomático y moral para defender la democracia y quizás, una voz influyente que modere las duras posturas y el trato fuerte de las políticas migratorias e ideológicas del actual Estados Unidos que ahora busca debilitar el gobierno y llenarnos de temor, para que las futuras elecciones sean en torno a América Primero.
Pero también hay un escenario preocupante. Una alianza demasiado estrecha entre el poder político estadounidense y la Iglesia podría derivar en el incremento de políticas nacionalistas o imperialistas. La historia medieval y moderna está llena de ejemplos donde las buenas intenciones de unir moral y poder terminaron en autoritarismos disfrazados de cruzadas.
Que un papa americano y un presidente con linaje germano se encuentren en esta coyuntura mundial puede parecer una coincidencia histórica. Pero la historia, como decía Twain, no se repite, aunque a veces rima con inquietante precisión. Hace 1.200 años, la cruz y la espada se unieron para restaurar el orden. Hoy, esa posibilidad vuelve a asomar. Queda por ver si nuestros líderes aprenderán de los errores del pasado o si, una vez más, repetirán la tragedia bajo nuevos disfraces.
@HombreJurista
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