Escuelas, hospitales, vías y centros agropecuarios renuevan el rostro de Bolívar, donde las obras públicas comienzan a cerrar brechas históricas
El departamento de Bolívar parece otro. O, más precisamente, está en proceso de volverse otro. Un Bolívar que empieza a construirse con herramientas en mano. Donde antes había lodo, hay asfalto. Donde antes había escuelas rotas, hay megacolegios. Donde antes había viajes eternos en busca de salud, hay hospitales que curan cerca. Y donde antes había una especie de resignación que se aprendía en las esquinas, ahora hay otra palabra que empieza a germinar: obra.
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A esa palabra le ha puesto cuerpo, forma y fecha el gobernador Yamil Arana Padauí, un hombre que parece entender el poder de lo tangible. Porque, a fin de cuentas, gobernar un territorio no es prometer: es dejar marcas en la tierra. Y Bolívar, por estos días, está lleno de ellas.
El viaje podría empezar en cualquier punto del mapa, pero digamos que arranca en Arjona, al norte del departamento, donde se levanta el Centro de Exposiciones Agropecuarias más grande del norte de Bolívar. Un proyecto que parece de otro país: pabellones amplios, corrales modernos, espacio para ferias, vitrinas, negocios, capacitación. El campo —ese que siempre va detrás— por una vez va adelante.
En ese mismo Arjona, como en San Martín de Loba, Tiquisio, Barranco de Loba, Simití, San Cristóbal y Sincerín, la educación también cambió de cara. Allí están los megacolegios, edificios modernos que rompen con la estética del olvido: techos altos, laboratorios, bibliotecas, salones con ventilación real. No es un lujo: es un acto de justicia. Durante años, esos pueblos mandaban a sus hijos a estudiar bajo planchas rotas o árboles. Hoy, pueden hablar de aulas.
Más al sur, en Magangué, hay otra obra que parece símbolo: la remodelación del Hospital Universitario La Divina Misericordia. Por dentro, no parece un hospital del Caribe profundo, sino una clínica de capital. Nuevas salas de urgencias, quirófanos, atención especializada. Antes, muchos tenían que ir hasta Cartagena para una cirugía menor. Ahora, se quedan. Se salvan.
Pero Bolívar también se mueve —literalmente. Y esa movilidad la dan las vías, esas que se olvidan en los discursos, pero que son el inicio de todo. Arana lo entendió y decidió abrir caminos. La vía Arenal–Soplaviento, por ejemplo, conecta el centro del departamento con velocidad y esperanza. Ya no se trata solo de llegar más rápido. Se trata de llegar. O la vía que une Barranco de Yuca con Tacasaluma, una ruta que antes era promesa y ahora es tránsito real.
Y está, también, la Ruta del Arroz, un nombre simple para una obra compleja: conecta San Antoñito, Barranco de Yuca y Tacasaluma, permitiendo que los agricultores saquen su cosecha sin rezar por el clima. Ya no hay que esperar que baje el barro para salir al mercado: ahora hay pavimento, hay economía, hay vida en movimiento.
Hay un lugar donde todo esto suena extraño: Mompox. No porque no merezca obras, sino porque parecía vivir suspendido en el tiempo, intacto. Pero hasta Mompox, con sus calles quietas y sus balcones antiguos, necesitaba un empujón. Por eso, las obras de embellecimiento urbano, con una inversión de más de 32 mil millones de pesos, no buscan disfrazarlo de modernidad, sino devolverle el lustre a su historia. Calles adoquinadas, fachadas restauradas, alumbrado que respeta el pasado. Para que el turismo no se quede solo en la nostalgia, sino que vuelva, invierta, habite.
Yamil Arana no es un político que hable desde la retórica. Prefiere señalar una viga, tocar un muro, recorrer el asfalto nuevo. Su discurso es el de la obra: uno que no se improvisa y que queda incluso cuando se acaba el mandato. Puede que no todos lo vean aún, pero Bolívar ya no es el mismo. Se levanta más temprano, se mueve más rápido, aprende con más luz.
El gobernador dice que esto no es una meta, sino un punto de partida. Y, por una vez, las frases no suenan vacías. Porque cuando el cambio se puede caminar, no hace falta repetirlo.
La obra, entonces, es más que cemento. Es forma. Es fondo. Es un departamento que empieza a reconocerse en lo que construye.
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