Hace 45 años, en plena vigencia del Estatuto de Seguridad impuesto entre 1978 y1982 por el ya fallecido presidente liberal Julio César Turbay Ayala para combatir la insurgencia y especialmente al M-19, el hombre más rico de Colombia en la mitad del siglo XX, Julio Mario Santo Domingo, se convirtió en el primer Embajador de Colombia en China.
Santo Domingo (q. e. p. d.) no pidió el puesto, pero la idea de ir a China lo entusiasmó hasta el punto de que en una de las pocas entrevistas que dio en su vida, el 30 de septiembre de 1980, a la periodista y directora de la revista Cromos, Margarita Vidal, le dijo: “yo siempre he sido, no un orientalista, pero sí un gran admirador de todo lo chino”.
Su respuesta fue sincera y un poco sorprendente porque no era fácil cautivar a un hombre de negocios, millonario, principal accionista minoritario de la cervecera Bavaria, la quinta más grande del mundo y que controló totalmente después durante varias décadas hasta conformar y dirigir un poderoso conglomerado con presencia en diferentes sectores económicos.
Santo Domingo había nacido en Panamá, tenía casa o apartamento en Cartagena, Puerto Colombia, España, París o la Quinta Avenida de Nueva York y le dio mucho gusto que Turbay le ofreciera la Embajada porque ya había pensado hacer ese largo viaje por su cuenta.
“La verdad es que me parece un país fascinante, lleno de misterio y de embrujo como ningún otro. ¡Imagínese un país de mil millones de habitantes donde se están acometiendo obras de primer orden! Piense en los seis mil platos que tiene la comida china… en la pintura, los muebles, las porcelanas, la orfebrería, el lacado… para mí el arte chino es la expresión más refinada del gusto del hombre. Por donde uno lo mire, así que no exagero si le digo que lo chino me conmueve, me excita y me encanta. Por eso me río cuando me hablan de la ‘monotonía’ en China. Una persona con un mínimo de curiosidad intelectual no puede aburrirse. Por lo menos eso no me ocurriría a mí ni por un minuto. Por el contrario, lamento no haber ido más joven para poderme compenetrar más a fondo con ella y conocerla, dentro de lo que eso es posible, en profundidad”, le dijo a la periodista.
Santo Domingo vio oportunidades con la Embajada en China
A juzgar por su fascinación con China, muy seguramente poco o nada le importó a Santo Domingo si facilitar las relaciones diplomáticas y especialmente las comerciales entre el gobierno de Colombia y el del líder comunista Deng Xiao Ping (q. e. p. d.), incomodaría o no a Jimmy Carter, presidente de Estados Unidos muerto en diciembre de 2024 a los 100 años de edad,
Esas no eran penas para una persona como Julio Mario Santo Domingo, quien había sido compañero de estudio de políticos estadounidenses como Ronald Reagan (q. e. p. d.) y también tuvo en su nómina de asesores a Henry Kissinger (q. e. p. d.), pues parte de la clave de éxito como empresario era conformar equipos altamente competitivos.
Por eso, cuando el presidente Julio César Turbay Ayala le ofreció a Santo Domingo abrir la Embajada en China, sugirió el nombre del líder comunista, Ricardo Samper, para el cargo de Ministro Consejero porque gozaba del privilegio de ser uno de los pocos colombianos que había vivido mucho tiempo en China.
Respecto a esa mezcla, la periodista Margarita Vidal en su entrevista no dudó en decirle: “Pero siendo usted, por un lado, capitalismo puro y Ricardo, por el suyo, comunista puro… ¿qué resulta de ahí? “¡Pluralismo puro!”, respondió el millonario sin pensarlo.
Julio Mario Santo Domingo permaneció en el cargo de Embajador hasta 1983, dicen que durante su gestión ayudó a fortalecer las relaciones entre ambos países en un momento en que China comenzaba a emerger como una potencia económica global y Ronald Reagan había asumido como presidente de Estados Unidos en 1981.
Una visión adelantada, pero siempre aplazada
La visión adelantada de Julio Mario Santo Domingo no fue solo para sus propios negocios, aunque no sería extraño que así fuera porque pese a que el Ministerio de Relaciones Exteriores fue creado en 1821, la idea de tener vínculos diplomáticos con China solo apareció fugazmente en 1980.
Los temas domésticos taparon el sol con un dedo y después de Julio Mario Santo Domingo como Embajador y la osadía del gobierno de Julio César Turbay, pues también había en Colombia temor a las represalias de Estados Unidos, no se profundizaron mucho las relaciones.
Durante el gobierno del fallecido presidente liberal Virgilio Barco, quien gobernó de 1986 a 1990, hubo visita oficial a Asia Pacífico, pero no a China. Ernesto Samper, también liberal, quien estuvo entre 1994 y 1998 en el poder, fue el primer mandatario en pisar China, pero según los analistas, en general, a los gobiernos colombianos siempre les ha faltado estrategia y continuidad en estas relaciones.

El Plan de Cooperación de Petro y su canciller Laura Sarabia
En medio de las críticas al gobierno de Petro por emprender un viaje oficial a China en medio de la guerra comercial desatada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, la historia parece repetirse con diferentes protagonistas y discurso después de 45 años.


El Plan de Cooperación acordado entre Colombia y China, sienta las bases para el fortalecimiento de la relación entre ambos países, sigue el ejemplo de Brasil que tiene relaciones en marcadas en la Iniciativa de la Franja y la Ruta.
El Gobierno colombiano aclaró que no es un tratado, ni un memorando de entendimiento, ni un documento con obligaciones legales, que tampoco se trata de una adhesión a un acuerdo internacional, que su carácter no es vinculante y cada proyecto que surja será evaluado caso por caso por ambas partes.
Las partes buscan que el Plan fortalezca la relación con China de forma estratégica y sostenible para desarrollar proyectos en Transición energética justa, agroindustria para seguridad alimentaria, reindustrialización del sector salud, Inteligencia artificial e infraestructura tecnológica, Movilidad y también contempla financiamiento en condiciones concesionadas y cooperación no reembolsable.


Para Colombia, este Plan la posiciona como un actor clave en Asia sin comprometer su soberanía ni sus relaciones tradicionales, impulsa oportunidades comerciales y tecnológicas, especialmente en zonas históricamente marginadas, le abre el mercado a productos agrícolas como banano y limón y le permitirá al país estar más conectado con el mundo, según la declaración de la Cancillería.
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