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Hay cosas buenas hechas por gente mala; y cosas malas hechas por gente buena. Hay cosas buenas hechas por gente que parece ser buena. Finalmente están las cosas malas hechas por gente mala.
Pregunta seria:
¿Sería posible apoyar algo bueno sin apoyar a alguien malo? ¿O apoyar alguien bueno sin estar a favor de sus obras malas? Cómo hablar hoy sobre la política colombiana.
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LAS PROHIBICIONES INTERNAS Y LA POLÍTICA
En “El yo y el ello” (1923) Freud introduce un modelo estructural de personalidad donde el superyó (una de las tres instancias psíquicas junto con el ello y el yo) se desarrolla formando un sentido del deber. A partir de complejos infantiles (como el de Edipo) el niño internaliza las prohibiciones de los padres, “esto es bueno, aquello es malo”. Podríamos asumir que las mascotas también lo tienen.
Hasta ahora, que tengo 40 años, no me había detenido para darle una observancia tan juiciosa a este asunto en mi vida cotidiana.
Pienso hoy que el superyó no termina en la niñez, ni siquiera en la adolescencia; también es reforzado con las relaciones asimétricas de poder a lo largo de la vida: en los estamentos educativos, en el trabajo, en el hogar y su coyunda conyugal. Dichas relaciones también alimentan prohibiciones y permisiones que lo reconfiguran constantemente.
¿No será que las razones que a diario leemos en la prensa, en TikTok en las cadenas de whatsapp, en las estupideces del Facebook, en las afirmaciones apasionadas llenas de odio en los cafés, base segura de todo adoctrinamiento, nos hacen apáticos ante los verdaderos móviles que comprometen violencias? ¿Esto sucede porque es más fácil juzgar algo como ‘monstruoso’ o ‘aterrador’ en lugar de tratar de entenderlo? ¿El negocio bélico del que viven gobernantes en Israel y Palestina hoy no se nutre también de ese desconocimiento? Por estos días he hablado con libaneses en Colombia y exmilitares de alta graduación que sostienen que “los niños que nacen en la franja de Gaza deben ser asesinados al nacer porque son los futuros asesinos de Israel”… Y que estuvo bien lo que en el Gobierno Duque hizo Molano al bombardear los niños en el Guaviare a quienes tildó de “máquinas de guerra” (ver fuente).
“LAS REPRESIONES GENERAN NEUROSIS” DECÍA FREUD Y “LAS FRUSTRACIONES PSICOSIS”.
Creo también que sobrecargar el superyó de imperativos prohibitorios, puede generar neurosis. En otras palabras mucho más coloquiales, “uno se mama de que le censuren lo que piensa, siente y dice todo el tiempo”. Y esa censura reiterativa y permanente es algo que se puede entender como maltrato psicológico. La neurosis viene cuando uno explota.
Una relación laboral que pasa por recibir órdenes innecesarias a diario por parte de compañeros o jefe; una relación conyugal de un diario “no digas”, “no pienses”, “no sientas”, “no vayas a pensar o actuar así”… pero también en la relación asimétrica de poder con los padres, docentes, autoridades en general -legales o ilegales-…y por último, con el Estado!
No sé por qué en todas esas instancias encuentro esa tendencia propia de la gente de querer “educarlo” a uno. ¿Cuál es esa pasión denodada del colombiano por “organizarle” la vida a todo el mundo? ¿Por “salvar” a los demás? ¿De qué? ¿De quién? ¿Es una manera de poseer el alma de los demás inoculándoles el miedo? ¿De buscar respeto promoviendo la normopatía? Tenemos serios complejos mesiánicos y nos gustan también los mesías que nos impongan un superyó al servicio de sus intereses privados.
¿No será mejor que cada quien pueda caminar solo, sabiendo que eso implica tropezarse, caerse, sentir dolor, configurar en el mapa del superyó el ensayo y error después de gatear, sin imposiciones morales, erguirse desde las profundidades del alma, y caminar? Estamos discutiendo aquí mismo la validez o invalidez no solo del adoctrinamiento sino del motor de la guerra y de la venganza. Hay que leer un poco más a Miguel de Unamuno, sí, el anarquista, el ser posconvencional que pensó cómo sería vivir en un país, en un planeta sin Estados, ni políticos rectores, ni policías, ni abogados, ni jueces, ni relaciones asimétricas basadas en el miedo sino en el amor.
Otro libro para analizar este problema es “Psicología del desarrollo moral” (1973) de Lawrence Kohlberg en el que dice que básicamente hay tres tipos de afirmaciones del carácter en nuestra personalidad: “desarrollo moral preconvencional, convencional y posconvencional”.
En el primero, las personas viven bajo la ley del más fuerte y el resultado de sus relaciones de poder bajo un mismo territorio no es otro que la barbarie (tal como ha sido el caso de Colombia y que sigue siendo la vida en numerosos sectores deprimidos donde el Estado no llega, tanto en el campo como en la ciudad);
en el segundo, las personas renuncian a la ley del más fuerte y le delegan el ejercicio de la violencia a un tercero (tal como cuando se paga la administración de un edificio para no confrontar directamente con los vecinos) y todos se someten a una misma Constitución o código de conducta actuando de forma respetuosa por miedo a sus castigos.
en el tercero, las personas ya no necesitan que un Estado les diga qué hacer: el superyó ha crecido menos en el miedo y más en la empatía o sensibilidad por los demás; esto es un desarrollo moral avanzado. Dichas personas tienen sociedades con muy pocas leyes porque no las necesitan para convivir, como un edificio donde se vive en armonía porque no se joden los vecinos entre sí, y además, se quieren y se cuidan unos a otros, sin importar si son iguales en su fortuna o no; en sus estudios o capacidades.
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Los colombianos como una sociedad en su conjunto, algo hemos evolucionado en los últimos diez años. Creo que por fin estamos empezando a entender conceptos como el respeto a las leyes; el no tener Repúblicas Independientes gracias a que la Justicia y la Educación empiezan a llegar a lugares donde nunca habían llegado; y ahora se habla sobre la empatía de manera no rebuscada sino natural; y poco a poco, empezamos a entender que detrás de las violencias (política, económica, conyugal, laboral, educativa, social), hay trastornos de personalidad y de conducta que las comprometen; y tal vez llegar a esa comprensión, pueda ser la fórmula para vacunarnos contra el fascismo, y no asumir que unas sociedades son buenas y otras son malas (prejuicios simplistas); “aquel fulano es un monstruo porque no acepta las mil órdenes que le doy diariamente a su superyó para que sea igual a mí”; que normalmente son los actos que llevan a justificar actos absurdos como los bombardeos contra niños (casos como el del Caguán en el Caquetá o el de Israel contra Palestina).
Curioso resulta, que Jiddu Krishnamurti -uno de los más egregios librepensadores de todos los tiempos- nunca ingresó en la Masonería; y jamás sometió su superyó al matrimonio para que lo educaran en su desarrollo moral o a un doctorado en psicología.
NORMOPATÍA, MORAL Y ÉTICA
Tenemos unas instituciones comandadas por gente de un bajo desarrollo moral, que posan de cumplidores de la ley. Unos seres preconvencionales que se arropan en su imagen pública con la cobija del desarrollo moral convencional. Normalmente, el ser humano siempre se pretende mostrar mejor de lo que es. Este ‘ethos social’ de cumplimiento, se interioriza en el superyó de muchas personas, como normopatía: la búsqueda patológica de la conformidad y la aceptación social a expensas de la individualidad; la búsqueda de que las normas se cumplan, aunque sean injustas; y aquí viene otro dilema: la moral general crea normas a partir de miedos que son inmanentes a nuestros usos y costumbres; y la ética, que a diferencia de la moral, no parte del miedo sino de la empatía y del amor filial.
En Colombia a duras penas tenemos moral, cuando la hay. Y es una moral para pueblos sumamente primitivos, para sociedades preconvencionales: la moral cristiana y el garrote. Garrote que quisiéramos que llegara a los lugares donde reina la barbarie, pero no llega nunca; incluso esa barbarie financia con el oro ilegal y la coca algunas de estas instituciones que deberían traer la modernidad.
Los sectores posconvencionales en cambio no necesitan alimentar su superyó de miedos porque tienen empatía y han renunciado a tener representantes a la Cámara, senadores y religión.
COLOMBIA: UN PAÍS CON TRES SOCIEDADES ENFRENTADAS
Colombia tiene actores preconvencionales, convencionales y posconvencionales. Los últimos de estos son fácilmente detectables por su bondad, su desinterés, su generosidad, su empatía, su ningún arribismo económico o social; su elevado sentido de la responsabilidad y de la preocupación genuina no por un sector social, sino por toda la sociedad.
Los tipos de desarrollo moral preconvencional, convencional, postconvencional requieren para su evolución de una educación para la empatía, para la reflexión, el silencio, la meditación y todo esto redunda en un desarrollo del carácter.
Hay cosas buenas hechas por gente mala; y cosas malas hechas por gente buena. Hay cosas buenas hechas por gente que parece ser buena. Finalmente están las cosas malas hechas por gente mala.
Pregunta seria:
¿Sería posible apoyar algo bueno sin apoyar a alguien malo? ¿O apoyar alguien bueno sin estar a favor de sus obras malas? Cómo hablar hoy sobre la política colombiana.
Empecemos por hacer algo posconvencional en las próximas elecciones: Adiós a todos los actuales actores políticos a la izquierda, la derecha, al centro. Merecemos algo mejor que toda esa casta politiquera de pícaros como diría Joaquín García Borrero. Votemos en blanco. Permitámonos construir un carácter desde 0. Un país desde 0. Una moral posconvencional aunque sea sin los padres, sin los esposos, sin los actores políticos de hoy. Renunciemos a todas esas formas absurdas del deber ser y seamos capaces de crear un nuevo mundo posible sin ellos y sin sus intereses.
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