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La prensa internacional da cuenta del horror que se vive en Gaza. Antier informaba sobre 52 civiles muertos por obra de los bombardeos realizados por el estado de Israel, 36 de los cuales se encontraban refugiados en una escuela del distrito de Al Daraj, en la Ciudad de Gaza, junto a decenas de personas más forzosamente desplazadas por las hostilidades en curso. No hay la menor duda, el blanco de Israel es la población palestina.
Los asesinatos se producen tras la notificación de las órdenes de evacuación masiva, de acuerdo con las cuales la gente debe moverse obligatoriamente de los lugares que serán bombardeados en plazo inminente. De conformidad con lo denunciado por la organización humanitaria Médicos sin Fronteras, en el lapso transcurrido desde el 18 de marzo a la fecha, se han producido 31 de esas órdenes, que han afectado a centenares de miles de personas.
Según la misma organización, tales órdenes se producen de modo impredecible, con plazos ridículos, que no dan tiempo sino para salir corriendo de modo despavorido. Los palestinos sitiados en Gaza no acaban de moverse a otra área de la ciudad, cuando les llega la orden de evacuarla. Las superficies amenazadas han llegado a medir el veinte o hasta el cuarenta por ciento de la ciudad. La gente huye de un lugar a otro, como si fueran ratas.
El que no corre lo suficientemente rápido o no se encuentra en condiciones físicas de hacerlo, está condenado. Israel obra como una bestia implacable, asesina en masa, aquí y allá, a hombres, mujeres y niños, todos los días, sin intentar siquiera disimularlo. El propio secretario de la Asamblea General de la ONU, Antonio Guterres, ha declarado que el ochenta por ciento de Gaza se ha convertido en zona prohibida para la población palestina.
Cualquiera puede ver las ruinas de la ciudad que las bombas de Israel han reducido a escombros. Es entre ellas que la gente debe escapar a un lugar y otro, sin oportunidad de llevar lo poco que pueda conservar en medio de la espantosa situación. A lo que hay que agregar la carencia de los más vital, puesto que Israel impide el paso de ayuda humanitaria, energía eléctrica, agua, comida, medicinas. Su decisión es abiertamente criminal, los palestinos deben ser exterminados.
La cifra registrada de muertos sobrepasa los cincuenta mil, un tercio de los cuales por lo menos son niños
La absurda justificación israelí consiste en afirmar, sin la menor prueba de ello, que en los lugares demolidos por las bombas se encontraban peligrosos jefes terroristas de primera línea o centros de mando y control de Hamas y la Yihad Islámica, desde los cuales se planeaban atentados contra civiles israelíes y tropas de las Fuerzas de Defensa de Israel. Se trata en realidad de escuelas llenas de refugiados o centros de atención en salud para heridos y enfermos.
La cifra registrada de muertos sobrepasa los cincuenta mil, un tercio de los cuales por lo menos son niños inocentes. Los heridos triplican esa cifra. Aunque todos saben que bajo las toneladas de hierro y cemento de los barrios y edificios demolidos por las bombas se podrán fácilmente encontrar los restos de muchísimas víctimas más, imposibles de rescatar en las condiciones imperantes. Cada día aumenta esa cifra de modo escalofriante.
Para nadie es un secreto que lo único que blinda al estado de Israel de cualquier tipo de intervención o sanción es el apoyo incondicional de los gobiernos de los Estados Unidos. Es de allí y de sus países aliados en la Unión Europea, de donde salen los aviones cargados de bombas, armas y municiones que Israel emplea para consumar el genocidio. Los intereses económicos por el petróleo del medio oriente y por el control geopolítico de este cuentan más que el sentido de humanidad.
Israel es el enclave estratégico de las potencias occidentales en el occidente asiático. Por ello se lo convirtió en un poderoso aparato militar, capaz de someter o mantener a raya cualquier pretensión distinta, y al que se le permite todo. De allí que su ufane de tener el derecho absoluto de acrecentar su territorio y pisotear otros países y pueblos. Lo sufren Palestina, Siria y El Líbano, y de ahí su afán por desencadenar una guerra que destruya a Irán.
Las tímidas acciones de la Corte Internacional de Justicia o la Corte Penal Internacional contra Israel o contra las autoridades israelíes que disponen la hecatombe en Palestina, resultan asombrosa y dolorosamente inútiles ante la falta de voluntad política de las potencias occidentales por hacerlas efectivas. Estas optan más bien por amenazar, condenar y sancionar a las cortes internacionales que intentan hacer justicia.
Pese a ello las gentes de buena voluntad en el todo el mundo estamos con el pueblo palestino y su justa causa. Israel y los estados que lo sustentan perdieron la batalla moral, el género humano en su conjunto los desprecia sin remedio. Algún día será distinto.
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