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En los preparativos para la presentación de la serie Cosiaca, con motivo de los 40 años de Teleantioquia, decía uno de sus guionistas, que la mayor dificultad había sido encontrar evidencias de lo que había hecho o dicho el popular personaje de la picaresca antioqueña. Por lo tanto, hubo que armar el libreto con informaciones no comprobadas, es decir, con datos espurios, con decires de acá, de allá y de acullá. Prácticamente del personaje no hay nada, aparte de lo que la antigua tradición oral había inventado y reproducido de un Cosiaca construido por la colectividad.
De eso se trata, la serie puede aludir a cualquier tema y los guionistas paisas, con su reconocida genialidad, pueden recrear el personaje como a bien tengan y obtendrán el reconocimiento por hacer rendir una serie de 12 capítulos de algo que no existía. Y entonces no hay a quién cuestionar sobre lo dicho o lo no dicho. Un personaje neutro, ingenuo, inofensivo, apenas para los momentos actuales en los que no se quieren mayores profundidades. De nuevo, será un homenaje a nuestra capacidad de mentir, de embaucar y, como siempre, los antioqueños volveremos a ganar.
Los defensores de la serie la quieren salvar con argumentos que nada tienen que ver con el homenajeado. La belleza de la escenografía, la recreación del paisaje antioqueño, la locación colonial, el elenco, claro, cómo no ponderar que nuestros más reconocidos actores y actrices tengan trabajo, ¡ah!, y el costo de la producción: 5.000 mil millones. Por fin le arrebatamos al centralismo bogotano 3.000 mil millones para reírnos de lo que ya sabemos: la malicia y la viveza antioqueña, la particularidad del ingenio y el acento paisa.
No se trata de pelear con el mito porque este existe y se puede aceptar su recordación. Va a seguir existiendo mientras nos queramos acordar de él o lo evoquemos o lo recontextualicemos. Es más, los narradores orales y cuenteros antioqueños lo han recreado siempre, incluso en la actualidad, hay muy buenos exponentes de ese personaje, con mejores resultados de lo que se ha puesto en escena. Lo que molesta con estas elecciones culturales es lo que se esconde o lo otro de lo que no se quiere hablar.
¿Y no había de dónde escoger? Parece que no. No les fue suficiente la vida y la obra de un Estanislao Zuleta, siempre tan crítico y problemático para todos, desde niño, cuando resolvió dejar el colegio porque estaba afectando su educación, igual que le aconteció a Tomás Carrasquilla en su natal Santo Domingo, a quien uno de sus profes recomendó a la madre del escritor, que no lo dejara leer tanto porque esa práctica no le permitía rendir en la escuela, como se lee en uno de sus informes académicos de fin de año. Al menos hubieran recordado al otro Estanislao Zuleta, al viejo, muerto allí al lado de Carlos Gardel, aquel fatídico 24 de junio de 1935. No les pareció suficiente la vida y la obra de don Manuel Uribe Ángel, el antioqueño más importante del siglo XIX, al decir de estudiosos de su obra como los historiadores Carlos Gaviria y Ana Cristina Aristizábal. Tampoco les pareció significativa la vida heroica de Jesús María Valle, ciudadano ejemplar, o la vida sacrificada de José Manuel Freidel Correa, o León Zuleta, ahora que, de nuevo, Antioquia está a la vanguardia de los crímenes homofóbicos.
Cómo no pensar un homenaje a la vida de un pionero de la ingeniería civil colombiana, José María Villa, el más ingenioso de los antioqueños. O de los otros artistas e ingenieros: Francisco Gómez Escobar, Efe Gómez, Alejandro López Restrepo, Pedro Nel Gómez y Darío Valencia. No era posible conmemorar las cuatro décadas de Teleantioquia con una serie sobre intelectuales que tanto tuvieron que ver con nuestra educación mediática como el sacerdote Luis Alberto Álvarez y por qué no recrear la vida de ese modelo de ser humano que fue la filántropa alemana Benedikta Zur Nieden. Tampoco se les ocurrió que en estos 40 años de Teleantioquia era el momento para rendir un homenaje a la mujer antioqueña, en el nombre, por ejemplo, de Betsabé Espinal, pionera del sindicalismo y de las luchas femeninas, o al conjunto de las mujeres escritoras antioqueñas, olvidadas en primera instancia cuando se pensó en la construcción de una ruta cultural de Antioquia: Rocío Vélez de Piedrahíta, Olga Elena Mattei, Sofía Ospina de Navarro y tantas otras.
Por esta razón es dable y pertinente preguntar ¿cómo se hizo la elección del personaje, en qué concurso o licitación participaron algunos de los que hoy ocupan la parrilla de programación de los canales públicos? Hay personajes que pontifican a todas las horas en los medios públicos, sin muchos argumentos, aunque crean que los tienen.
¿Se les pasaría alguna vez por la cabeza a quienes hoy dirigen los destinos culturales de Antioquia que entre nosotros vivió hasta hace poco un erudito, un sabio, que escribió 65 libros, dictó centenares de seminarios y conferencias, asesoró decenas de proyectos de investigación y entregó su vida a la educación, la ciencia, la literatura y el arte? Ese ser humano se llamaba Jorge Alberto Naranjo Mesa. Hubiera sido muy fácil armar un guion sobre su vida porque en las bibliotecas de la ciudad están sus obras o se hubiera podido indagar con los 10.000 estudiantes que fueron sus estudiantes en la ciudad o preguntar en alguna de las 8 universidades es las que legó sus conocimientos como profesor de cerca de 70 materias.
No tendría que haber sido un estudio muy demandante para los ingeniosos libretistas, puesto que bastaría, por ejemplo, una aproximación a su hermosa novela Los Caminos del corazón para recrear a uno de los más bellos personajes femeninos de la ficción literaria antioqueña: Margarita González, una mujer que, cuando ella venía el aire vibraba. ¿Cuándo llegará la hora para que nuestra televisión se encargue de los verdaderos sabios que hemos tenido entre nosotros?, como aquellos personajes de los que habla la novela La Estrella de cinco picos, una historia de una de nuestras principales casas de formación: la Facultad de Minas.
Hubiera bastado también, por ejemplo, con un acercamiento a un solo libro de Jorge Alberto, Las invenciones de mi alegría, para que los antioqueños pensáramos, de nuevo, en lo que debe ser una vida vivida de manera estética. ¿Qué papel juega la educación, la lectura, la escritura, el arte, el estudio, el esfuerzo, el compromiso, el trabajo grupal, en la construcción de uno mismo y de una sociedad? Nacido en el mismo año del asesino que tanto daño hizo entre nosotros,1949, Jorge Alberto nos enseñó que había otros caminos y otras formas de concebir la existencia. En los momentos de honduras existenciales, no se rindió y encontró otra vez en el estudio, en el trabajo, la posibilidad para la creación y nos dejó para la posteridad una obra monumental, la Antología del temprano relato antioqueño, para que nos reconozcamos en lo que somos, en lo que hemos dicho, en la forma en la que lo hemos dicho; en sí, en lo que hemos hecho y soñado.
De nuevo, el problema no es recordar al travieso pícaro cuyas aventuras tantas veces narraran los abuelos en el patio interior de la casa centenaria de Bello, el asunto es lo que se quiere ocultar, invisibilizar, silenciar, con su publicitada referencia.
Sí, existen otras posibilidades para celebrar y para reconocer nuestra identidad como individuos y sociedad, pero es difícil que se alcance lo mejor cuando se considera que la cultura puede ser subadministrada y, también, puede hacerlo cualquiera. Por eso, sigamos rindiéndole homenaje a nuestra malicia, a nuestra miseria, a nuestro infantilismo cultural e intelectual.
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