El actor colombiano con más de cuatro décadas de trayectoria, ha dejado una huella imborrable. Su historia es un testimonio de perseverancia y amor por el arte
Luis Eduardo Arango no fue uno de esos niños que soñaban con ser actor. Tampoco tuvo una infancia rodeada de arte ni creció con referentes teatrales. De hecho, su entrada al mundo de la actuación fue completamente accidental. A los 17 años, unos amigos lo invitaron a lo que él creía que era una partida de billar, pero terminó siendo un taller de teatro. Ese día, sin saberlo, comenzó una de las carreras más sólidas y queridas de la actuación en Colombia.

Nacido el 17 de agosto de 1950 en Medellín, Arango creció en un hogar tradicional de clase media. Su madre era ama de casa; su padre, zapatero. Como el mayor de ocho hermanos, se esperaba que fuera el sostén de la familia. Por eso, cuando anunció que quería dedicarse al teatro, no encontró aplausos ni entusiasmo. Su papá lo apoyó con una condición: debía estudiar algo “serio”. Así, Luis Eduardo viajó a Bogotá para estudiar ingeniería industrial, pero rápidamente la actuación lo absorbió por completo.
Así ha sido el camino de Luis Eduardo Arango
Su formación actoral fue, en gran parte, autodidacta. Se inscribió en talleres, leyó obras, asistió a montajes. Aprendió más actuando que en las aulas. Para sostenerse, trabajó en lo que pudo: vendió papel tapiz, hizo locuciones, incluso llegó a pasar hambre. En una entrevista, recuerda que su primer sueldo como actor fue de 9.300 pesos por una obra de teatro. “Tiré los billetes al techo de la habitación donde vivía. Sentí que había ganado el mundo”, contó con humor.


Su carrera profesional despegó en la televisión a finales de los años setenta. Mujercitas (1979) fue su primer papel importante, pero el país lo conoció y lo amó gracias a personajes populares como William Guillermo en Romeo y Buseta, y por su paso por series como Don Chinche, donde ya mostraba su gran capacidad para interpretar personajes de barrio con autenticidad y ternura.
Versátil, sin encasillarse
A diferencia de otros actores de su generación, Luis Eduardo Arango nunca se encasilló. Ha hecho drama, comedia, teatro musical, televisión y cine. En La Lectora, Metástasis, Los protegidos y La Prepago demostró que su rango interpretativo va mucho más allá del humor. También ha participado en producciones internacionales como Escobar, el patrón del mal y la versión 2021 de Café con aroma de mujer.
Sin embargo, el teatro siempre ha sido su verdadera casa. Participó en la inauguración del Teatro Nacional con la obra El reencuentro y ha hecho parte de más de 50 montajes a lo largo de su vida. “He hecho teatro con hambre, con frío, sin plata, pero con alma”, afirmó alguna vez.
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Fue también uno de los pioneros del teatro musical en Colombia, destacándose en montajes como Sugar, donde demostró que podía cantar y actuar con la misma naturalidad.
La pasión intacta de Luis Eduardo Arango
Hoy, a sus más de 70 años, Luis Eduardo Arango sigue actuando con la misma pasión. En 2025 regresó a las pantallas con un papel entrañable: Tobías, en la serie Cosiaca, una producción de Teleantioquia basada en el popular personaje antioqueño. Su interpretación ha sido celebrada por la crítica y el público por su equilibrio entre humor, nostalgia y profundidad. “Tobías es un personaje que me conecta con lo que fui y con lo que soy”, comentó.
No ha sido un camino fácil. En varias entrevistas ha contado cómo la fama no siempre se traduce en estabilidad, cómo los actores en Colombia deben buscar constantemente proyectos, reinventarse, tocar puertas. Aun así, su carrera ha estado marcada por la constancia, el trabajo duro y una profunda honestidad artística. No actúa para ser famoso, actúa porque no sabe —ni quiere— hacer otra cosa.
Luis Eduardo Arango no es solo un actor veterano: es un artista que ha vivido y respirado el teatro, que ha recorrido la televisión sin escándalos y que ha construido una carrera con base en el rigor y el amor por su oficio. Un hombre que, sin buscarlo, terminó convirtiéndose en referente para varias generaciones.
Porque hay actores que hacen personajes. Y hay otros, como él, que les dan alma. Y a sus más de siete décadas, sigue caminando los escenarios con el mismo impulso de aquel joven que, por error, entró a un taller de teatro y encontró su lugar en el mundo.
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