“Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hch 2, 4)
Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.
Caminamos en este tiempo pascual viviendo la Resurrección del Señor y preparándonos para recibir el don del Espíritu Santo, en la solemnidad de Pentecostés que celebramos el próximo domingo, cuando los apóstoles estaban todos reunidos y recibieron esa gracia que es el don de Dios que los capacita para salir a predicar. “Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, semejante a una ráfaga de viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban. Todos quedaron llenos de Espíritu Santo” (Hch 2, 1-2.4), haciendo que en adelante no tuvieran miedo para ser misioneros, predicando el mensaje de la salvación aún en medio de las adversidades e incluso las persecuciones.
El Espíritu Santo abre el camino de la Iglesia dándole vitalidad y fortaleza para ir en salida misionera al anuncio gozoso del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización” (Documento de Aparecida 150), manifestación de carismas que el Espíritu otorga a cada uno para la edificación de Iglesia y para el bien común (Cf. Hch 12, 7), teniendo en cuenta que el carisma tiene validez cuando el cristiano está en comunión con la Iglesia.
En el proceso de evangelización de nuestra Diócesis estamos comprometidos con la salida misionera, siguiendo el mandato del Señor de ser sus testigos para llevar por todas partes el mensaje de salvación. Estamos en salida misionera buscando la oveja perdida y regresándola al redil, donde habita el único pastor, Nuestro Señor Jesucristo. Tenemos la certeza de recibir el mandato del Señor de ser sus testigos para confirmar en la fe a nuestros hermanos. “Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; Él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra” (Hech 1, 8). Este mandato es para ir por los lugares donde Jesucristo aún no es conocido o incluso es rechazado (Cfr Evangelii Gaudium 14).
Con este mandato del Señor a ser sus testigos la actitud del discípulo es la de ser misionero, salir de la propia comodidad para transmitir la persona, el mensaje y la palabra de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo pide al Papa Francisco cuando afirma: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).
El salir para la misión no es una opción para el ministro de Dios, es la tarea que constituye su esencia, su vocación y misión “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos y bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado” (Mt 28, 19 – 20), con la certeza que el Espíritu Santo está con nosotros porque es el alma de la Iglesia, tal como lo enseña San Pablo VI: “Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece. Él es el alma de esta Iglesia. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado” (Evangelii Nuntiandi75).
Con la certeza que el Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia, ponemos en marcha la obra evangelizadora, con la conciencia que la tarea no es nuestra, somos instrumentos dóciles del Señor, elegidos por Él, llamados y enviados por la Iglesia para la maravillosa tarea de la evangelización. El Espíritu Santo será quien pondrá en nuestros labios las palabras adecuadas, que lleven a muchos al encuentro con Jesucristo resucitado, sin pretender obtener resultados para nuestro beneficio y vanagloria personal, porque es ese mismo Espíritu quien ayuda a quien escucha el anuncio para que abra su corazón y acoja la Buena noticia del Evangelio. Así lo ratifica San Pablo VI cuando enseña: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” (EN 75).
Conscientes que el Espíritu Santo es quien conduce la evangelización en la Iglesia, queda de nuestra parte entregarnos a Jesucristo con todo lo que hemos recibido de Él, para ponerlo al servicio de la misión. Aparecida nos ha hecho conscientes del impulso misionero que nos da el Espíritu Santo cuando dice: “El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro y Pablo, señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quienes deben hacerlo” (DA 150), basta estar atentos para escuchar su voz y saber discernir lo que nos pide en cada momento de nuestra vida, para anunciar la Palabra de Dios en cada uno de los ambientes donde vivimos y nos movemos.
En el desarrollo de nuestro proceso de evangelización estamos cumpliendo el mandato del Señor que nos dice: Sean mis testigos, y esto es posible vivirlo desde el corazón si estamos iluminados por el Espíritu Santo, que nos ayuda a vivir en comunión, unidos a Jesucristo resucitado que fortalece nuestra fe. Preparémonos para la solemnidad de Pentecostés con la disposición de los apóstoles y el llamado que nos ha hecho el Papa León XIV en la homilía del inicio de su ministerio Petrino: “Con la luz y la fuerza el Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad”.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.