Al candidato de la UP le disparó, igual que a Miguel Uribe, un niño de 14 años, al comandante del M19 un joven de 20, igual que al Ministro
A las cinco y media de la tarde de este sábado 7 de junio Miguel Uribe Turbay cerraba ya su recorrido por el barrio Modelia en un pequeño evento improvisado de campaña. Hacía proselitismo subido en una canasta para que todos en el parque lo vieran. Todo parecía cotidiano. Hasta que un niño levantó la pistola.
Tenía quince años. Usaba camiseta negra y un jean azul. Estaba metido entre el casi centenar de personas que escuchaban al senador. Estaba tan cerca que no falló en su blanco. El primer disparo pegó en el cráneo del precandidato por el Centro Democrático. El segundo también entró a su cabeza. El tercer disparo que recibió se alojó en su pierna. Con la pistola en sus manos, el muchacho echó a correr. No llegó lejos.
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Lo atraparon cuatro cuadras más abajo. Iba solo. El policía, jefe de los escoltas le pegó un tiro en la pierna derecha con el que evitó su huida. La policía lo identificó como un muchacho de 14 años, huérfano de madre y con su papá en Polonia. Está detenido.
El asesino del candidato presidencial Bernardo Jaramillo Ossa tenia 14 años
Treinta y cinco años antes, el 22 de marzo de 1990, otro adolescente empuñó un revólver en un pasillo del aeropuerto El Dorado. Se llamaba Andrés Arturo Gutiérrez Maya, le decían alias JJ, y tenía catorce años.
Caminó detrás del candidato presidencial por la Unión Patriótica, Bernardo Jaramillo Ossa, quien caminaba tomado de la mano de su esposa, Mariela Barragán, nombrada recientemente como directora de Función Pública por el presidente Gustavo Petro. Andrés vestía chaqueta de mezclilla, y sus pasos eran breves, casi infantiles. Cuando estuvo a menos de dos metros, levantó el arma y disparó cuatro veces. Jaramillo se desplomó de inmediato. Mariela lo abrazó, cubriéndolo. Los gritos hicieron eco en los muros blancos del puente aéreo.
Lo atraparon ahí mismo. Algunos policías dudaron de su edad. Pensaron que era una broma. Catorce años. A esa edad, los niños aún piden permiso. Andrés no lo pidió. Solo obedeció. Por ser menor de edad quedó libre pero lo mataron un año después en Medellín.
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Un mes después, en otro aeropuerto, pero esta vez dentro de un avión de Avianca, Carlos Pizarro se sentó en el asiento 23c. El vuelo tenía como destino Barranquilla. Iba con su equipo de campaña. Saludó a una azafata. Colgó su chaqueta en el gancho del respaldo. Cerró los ojos un momento y dos filas atrás estaba sentado Gerardo Gutiérrez Uribe, no era menor de edad, pero apenas tenía 20 años. La ametralladora se la habían dejado en el baño. Había ensayado el recorrido mentalmente: ponerse de pie, entrar al baño, coger la ‘metra’, avanzar rápido, disparar. No hablar. No dudar. No volver y morir. Era una operación suicida.
Cuando se levantó, el avión ya estaba en movimiento por la pista. Hizo lo que tenía que hacer. Un escolta reaccionó y le disparó al sicario en la cabeza. Cayó sobre el pasillo, boca abajo, sin alcanzar a tocar al suelo con las manos. Aunque Pizarro fue sacado con vida del avión, murió un par de horas después mientras los médicos de la clínica Santa Rosa de la Caja Nacional de Previsión Social (CAJANAL) intentaban salvarlo.
Al candidato Rodrigo Lara Bonilla lo asesinó un joven de 19 años
Seis años antes, la historia ya había ocurrido. Diferente escenario. También en Bogotá. Otra víctima. El 30 de abril de 1984, el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla salió de su oficina rumbo a casa. Iba en su carro oficial, un Mercedes Benz blanco. Era de noche. Lloviznaba. El ministro Iba por la calle 127 atravesando la Autopista Norte. Dos hombres en una Yamaha RX 115 se le acercaron al vehículo. Rodrigo Lara, un aguerrido ministro que sentenció su muerte cuando le declaró la guerra a Pablo Escobar y al narcotráfico, iba leyendo.
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ser alcaldes de Bogotá
El que manejaba la moto era Byron de Jesús Velásquez. Solo tenía 19 años. En la parte de atrás de la moto iba Iván Darío Guizado Álvarez, de unos 22 años, con una ametralladora Ingram. Disparó a través de la ventana. El cuerpo de Lara se desplomó hacia un lado. Murió sin darse cuenta. Uno de los escoltas del ministro le disparó a Guizado. Murió ahí. Byron, el joven que manejaba, escapó. Semanas después, lo capturaron en Medellín. Dijo, con la voz tranquila de quien repite una instrucción: “Yo maté a Lara porque me lo ordenaron”. Nadie imaginaba que había sostenido el manubrio de una moto y la muerte de un país entero al mismo tiempo.
En los tres magnicidios el gatillero fue un joven o un adolescente, pagado. Seguramente sin saber a quien le disparaban. El de la moto, el del avión, el del aeropuerto, el del parque en Bogotá. Todos jóvenes. Todos con una pistola más grande que sus manos. De los que pagaron, los determinadores nada se supo. Se espera que con el de Miguel Uribe no ocurra lo mismo.
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