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Llenar las plazas públicas ha sido siempre labor de romanos. No son muchos los marchantes desinteresados atraídos solo por la voz o el mensaje del líder. Una de las más viejas tradiciones políticas en Colombia es el montaje con buses, refrigerios y ayuda bien financiada de dirigentes de barrios y municipios, para llenar una plaza importante. Antes de la televisión y las redes sociales, ese era quizás el rubro más importante del presupuesto de cualquier campaña.
Todo eso se hacía para tener la foto de una plaza llena en los periódicos, aunque fuera resultado de un ángulo afortunado. Las posibilidades de triunfo de un candidato presidencial dependían del manejo mediático de esas manifestaciones. Los fotógrafos de la oposición llegaban temprano cuando había poca gente, los de la campaña convocante mostraban al candidato rodeado de multitudes, pues en esos oficios todo es cuestión de perspectiva.
Es una costumbre que se resiste a morir, sobre todo si el candidato se presenta como el intérprete de la clase popular. Famosas fueron las manifestaciones de Jorge Eliécer Gaitán, cuando la política giraba sobre quién era capaz de llenar la plaza de Bolívar. Y aun se recuerda la manifestación del general Gustavo Rojas Pinilla como candidato a la presidencia cuando llenó la plaza de Villa de Leyva que se supone es la más grande del país. Gustavo Petro es quizás el último de los dirigentes políticos que considera que llenar plazas es condición indispensable para demostrar el apoyo popular, por lo cual es tan preocupante para sus seguidores que haya dejado de llenarlas.
De ninguno de los candidatos que puntean en las encuestas, Gustavo Bolívar, Sergio Fajardo y Vicky Dávila se espera que hagan grandes manifestaciones públicas.
Curiosamente, a pesar de la poca afluencia de público a su última convocatoria de un paro nacional, su nivel de aceptación en la opinión pública se mantiene constante y aun crece en algunas encuestas, lo cual demuestra en qué medida ese ejercicio es un tanto inútil. De ninguno de los candidatos que puntean en las encuestas, Gustavo Bolívar, Sergio Fajardo y Vicky Dávila se espera que hagan grandes manifestaciones públicas. Fajardo que lleva tres campañas presidenciales no ha hecho una manifestación multitudinaria jamás, y su carrera es una evidencia clara de que no se necesitan. Solo ayer, Rodolfo Hernández sacó diez millones de votos y pasó a la segunda vuelta casi sin salir de su casa y sin participar en los debates finales. Tampoco se recuerda que Iván Duque, quien no era un orador sino un analista mesurado haya llenado alguna plaza.
Los analistas piensan que ese espacio ha sido remplazado por las redes sociales, que es la mejor manera de llegar a gente demasiado ocupada para salir a marchar en favor de alguna causa política, y son un instrumento mucho más efectivo para posicionar un nombre y un mensaje. Pero, sobre todo para atacar al adversario con una agresividad que no es posible en la plaza pública. Las llamadas bodegas que son grupos de personas con ascendiente en los usuarios de las redes, que se alquilan para elogiar o denostar de un político, son quizás menos eficaces de lo que se piensa, primero porque hay mucha gente que no las sigue, segundo porque sus usuarios no son necesariamente los eventuales votantes, y tercero porque la decisión de por quién votar depende mucho de factores emocionales, y el porcentaje siempre pequeño que decide la elección lo hace muy poco antes del día electoral y aun ese día.
La decadencia de la plaza pública ha llevado a la sobrestimación de las redes, cuando en realidad ni las unas ni las otras son el factor decisorio de una elección presidencial, que es finalmente la precepción favorable de un personaje construida a través del tiempo, de sus realizaciones, de su encanto personal y de las circunstancias, positivas o escandalosas, más cercanas a la elección. No es X, antes twitter, ni la plaza de Bolívar, ni los mensajes amargos que se cruzan entre grupos que piensan igual, quienes eligen al presidente de Colombia. Por fortuna.
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