La democracia se debilita entre corrupción, populismo y división. A Petro se le exige gobernar para todos, no incendiar al país con discursos polarizantes
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Obedeciendo lo que dicta la democracia —hoy tan vapuleada— y creyendo tercamente en la entereza de los líderes políticos a elegirse, así como en la probidad de los mandatarios elegidos, cualquiera que sea su ideología, los ciudadanos que cumplimos con el deber y el derecho de elegir y ser elegidos hemos confiado los destinos del pueblo colombiano a un puñado de mandatarios que, en su gran mayoría —sobre todo en las últimas décadas—, han venido abusando de la confianza depositada, haciendo del poder otorgado sus delicias non sanctas. De esto, son muy pocos los mandatarios que se salvan. Les prometo que haré el esfuerzo de sacarlos con pinzas a la luz y nombrarlos en otra columna; no será tarea fácil.
La gran mayoría de los primeros —los abusadores de la confianza dada— han sido elegidos producto de componendas descaradas, ante la mirada impávida de un pueblo maniatado. Acuerdos que llevan a cabo los politiqueros, posando de dignos políticos, moviendo mágicamente las levas de la maquinaria política, cuyos premios obtenidos —para hacer crecer su peculio personal y su poder— son los puestos estratégicos de la burocracia, lo que les facilita corromper; es decir: desangrar al Estado a través de la corrupción. El mismo Estado que alimentamos y tratamos de fortalecer los colombianos con los tributos que hacemos al erario público, sin distingos de clases económicas, porque de algún modo todos tributamos: desde el que solo tiene para comprarse un dulce hasta el más encumbrado; pues todo, casi en absoluto, está gravado con impuestos.
Artilugio este —el de las componendas— que ya es normal en la política, propio de la clase politiquera que logró introducirlo para asegurarse una parte del pastel burocrático. Según lo que salen a decir estos descarados, justificando dicho proceder, eso es parte del “arte y la inteligencia de la política”. Qué tal.
Al final de cuentas, los electores tenemos que aceptar los resultados de las elecciones, producto del supuesto escrutinio “transparente”. ¡Pobre democracia… qué debilitada está!
Algunos de estos —lo más escabroso— son elegidos con dineros mal habidos, en especial provenientes del narcotráfico. Como el presidente del 94 al 98, al que le entró un elefante a la Casa de Nariño y no lo vio. Así mismo le está ocurriendo al actual. Ya lo dije en otra columna: “No solo se le ha entrado el mismo elefante sin que lo vea; esta vez ya se pasea por los pasillos de la Casa Presidencial en compañía de su señora elefanta y los elefanticos”. De ese tamaño son los escándalos que rodean este Gobierno, conocidos por todos. Pero no pasa nada.
Unos y otros personajes, una vez elegidos y sentados en el ansiado solio de Bolívar, se rinden a las deslumbrantes ambiciones que ofrece el poder, sacando a la luz —sin ningún pudor— las vanidades y pretensiones de emperadores y capataces autoritarios; ya lo deja entrever sinuosamente el que ahora nos gobierna.
Incauto el pueblo —en gran medida por ignorancia—, los susodichos se han aprovechado de su candidez, convirtiéndolo en “idiota útil” para justificar y lograr sus perversos fines.
¡Al pueblo nunca le toca! Bien lo dijo Salom Becerra en su gracioso pero veraz texto de antaño, que cada vez cobra más vigencia.
Divide et impera, es la estratagema politiquera que perdura y es utilizada por los mandatarios de hoy día, sobre todo por los que gobiernan las naciones de estos lares. Precisamente es lo que ha hecho Petro, sin consideración alguna con el que llama: “el pueblo”. Olvidando por completo gobernar para todos y respetar la división de poderes —como lo ordena la Constitución— ha conseguido dividirnos.
Divide mediante populismos trasnochados y su retórica de pseudointelectual. Un presidente resentido y cizañero que exacerba los ánimos de los colombianos, creando la anarquía y el caos que ya vivimos por estos días. Cuyas consecuencias se ven reflejadas en el lamentable atentado del que fue víctima el joven senador Miguel Uribe Turbay el reciente sábado 7 de junio, mientras hacía proselitismo en su condición de precandidato a la presidencia para las elecciones de 2026, y que, al momento de escribir este artículo de opinión, lo tiene en vilo, luchando por su vida en estado crítico, con pronóstico reservado. Son los últimos partes médicos entregados por los facultativos que lo atienden en la Fundación Santa Fe.
A Petro no solo hay que pedirle que le baje el tono a su discurso exacerbante. Hay que exigirle respeto para con sus compatriotas, con las instituciones, los empresarios, con los demás poderes del Estado; en fin, con nuestra patria, nuestra amada Colombia. Ojalá atienda lo exigido y no siga atizando el caos —si este es su propósito— “para que, llegado el tiempo de las nuevas elecciones (2026), decida suspenderlas con el pretexto de no tenerse las condiciones para los comicios y así cumplir con su objetivo: seguir en el cargo”. Ese pretexto es una de las fórmulas que utilizan los dictadores para no soltar el poder… ¡ojo!
No es un favor el que se le pide, señor presidente. Es un deber exigible que debe cumplir. Deje de dividir al pueblo colombiano y dedíquese, en el año que le queda, a gobernar y subsanar lo que ha desbaratado (salud, seguridad, Ecopetrol, etc.). Reactive las obras. Todavía tiene tiempo para “pasar el año, así sea raspando”, como le decían los profes a los estudiantes indisciplinados. Usted es un colombiano más; déjese de demagogias, evite el incendio del país. Despierte de sus fantasías… ¡Póngase las pilas, hombre!
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