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La prestigiosa revista inglesa The Economist lo deja claro desde su titular: la violencia política ha vuelto a Colombia. Tras décadas intentando dejar atrás la era de los magnicidios, el país enfrenta un nuevo ciclo de amenazas, atentados y descontrol institucional que recuerda sus capítulos más oscuros. A continuación, el retrato crudo que hace The Economist de los hechos recientes.
Un disparo en campaña sacude a Bogotá y a Colombia.
El 7 de junio, un joven de 14 años disparó contra Miguel Uribe Turbay, senador del partido de derecha Centro Democrático, mientras hacía campaña en Bogotá, la capital de Colombia. Fue alcanzado por una bala en la cabeza. El menor fue arrestado y acusado de intento de homicidio. Uribe, de 39 años y aspirante a las elecciones presidenciales del próximo año, permanece en cuidados intensivos.
Un eco de los años más oscuros
Según The Economist, este “es el acto de violencia política más grave en Colombia en 30 años”. Evoca “un capítulo brutal en el conflicto armado del país entre 1986 y 1990, cuando cinco candidatos presidenciales fueron asesinados”.
Políticos de todas las tendencias condenaron la violencia en la política. Gustavo Petro, el presidente de izquierda del país, acordó moderar su lenguaje. Apenas unos días antes, había calificado a Uribe como “el nieto de un presidente que ordenó la tortura de 10.000 colombianos”. En protesta, los seguidores de Uribe marcharon por Bogotá. Simpatizantes organizaron una vigilia frente al hospital.
Explosiones en Cali agravan el panorama
La violencia volvió a estallar el 10 de junio. The Economist informó que “al menos ocho personas murieron en una ola de explosiones y ataques armados centrados en la ciudad de Cali y en pueblos cercanos”.
“Se colocaron bombas en estaciones de policía en Cali, la tercera ciudad más grande del país, con tres oficiales entre los muertos”.
Armando Benedetti, ministro del Interior, declaró que quienes estén detrás de estas explosiones “pueden ser también los responsables del tiroteo”. Las autoridades investigan a un grupo rebelde que opera en la costa del Pacífico, liderado por un jefe armado conocido como Iván Mordisco.
Los responsables aún no temen castigo
La revista advierte que “la violencia política en Colombia ha ido en aumento desde 2022, pero en gran medida se había contenido a nivel local”. El ataque descarado contra un político prominente en la capital “sugiere que los perpetradores ya no temen repercusiones”.
La historia personal de Miguel Uribe Turbay, marcada por la violencia
Como muchos políticos colombianos, Uribe fue marcado por la violencia histórica del país. Cuando tenía cuatro años, su madre, una periodista, fue secuestrada por Pablo Escobar, el infame capo del narcotráfico. Posteriormente, fue asesinada.
En una cumbre celebrada la semana pasada, Uribe dijo que su ambición era que Colombia fuera “un país sin violencia”. Ahora, concluye The Economist, “está tendido en un hospital, con una bala en el cráneo, luchando por su vida”.
La democracia colombiana está siendo asfixiada desde dos frentes simultáneos
Se podría concluir que The Economist dice claramente lo siguiente: la democracia colombiana está siendo asfixiada desde dos frentes simultáneos. Por un lado, el presidente Gustavo Petro ha radicalizado su discurso, optando por un lenguaje cada vez más visceral y estigmatizante hacia sus adversarios. Por otro, ha concedido negociaciones simultáneas con múltiples grupos criminales, desde Disidencias de las FARC hasta clanes armados regionales, sin mostrar capacidad real para imponer orden o resultados verificables.
Esta combinación, palabras encendidas y concesiones sin control, ha debilitado el principio de autoridad legítima en el país. Mientras el presidente alimenta la polarización desde lo alto, los violentos actúan con mayor descaro desde abajo, como lo demuestra el intento de asesinato de un candidato presidencial y los atentados múltiples en Cali.
The Economist no lo dice con estas palabras, pero su advertencia es contundente:
Cuando un gobierno pierde el control del lenguaje y entrega la autoridad a actores armados sin exigir condiciones claras, la violencia no es un accidente. Es una consecuencia. Y Colombia, una vez más, la está pagando con sangre.
Del mismo autor: Del discurso al disparo: la violencia simbólica que disparó el gatillo
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