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En la madrugada del pasado viernes 13, la Israel realizó un ataque militar masivo contra objetivos en Irán, entre ellos algunos situados en la propia Teherán, que mataron al menos a 4 comandantes de la Guardia Revolucionaria y de las fuerzas armadas de la república islámica, a 6 científicos nucleares y a otras 63 personas, incluidas niños y mujeres. Especialistas militares de distintos países de “audaz” y “brillante” una operación que logró propinar un duro golpe a la cúpula militar iraní, afectar Natánz, el más importante centro de procesamiento de uranio del país, destruir silos de drones y misiles y neutralizar una parte significativa de sus defensas anti aéreas. No les falta razón, aunque muy pocos hayan señalado dos razones de este éxito: el factor sorpresa y el largo tiempo empleado en la preparación de esta operación relámpago.
Si se hubieran ocupado del factor sorpresa habría tenido que reconocer que si el ataque tuvo ese éxito inicial fue gracias al engaño. Hace más de dos meses que Netanyahu reemprendió la campaña de incitación a la guerra contra Irán, afirmando que la república islámica estaba a punto de obtener el arma nuclear. Acusación alarmista repetida hasta la saciedad por los medios sionistas desde hace dos décadas, en contra de la evidencia de que en 2003 Irán suspendió su programa militar enriquecimiento de uranio, en 2015, bajo la presidencia de Obama, firmó, a cambio del levantamiento parcial de sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea el Plan de Acción Integral Conjunto por el que se comprometió a limitar su programa de enriquecimiento de uranio a fines pacíficos, permitió la inspecciones periódicas de la OEIA – la Agencia reguladora de la energía nuclear- y adhirióal Tratado de No proliferación de armas nucleares. Eso sin contar la fatwa, el decreto religioso, dictado por los ayatolas en el poder que prohíbe expresamente la construcción de bombas atómicas. De hecho, sólo hoy, y en respuesta al letal ataque militar lanzado por Israel, está prevista una reunión del parlamento iraní dedicada a la propuesta de anular la legislación que prohíbe dicha construcción. Dada la “amenaza existencial” que supone para el país la guerra en gran escala que le ha declarado de hecho Israel. Los analistas políticos más serios dudan de que el parlamento apruebe la propuesta. Opinan que sería una decisión absolutamente contraproducente.
Empleando su habitual tono vehemente Trump ordenó a Irán poner fin de inmediato a su programa nuclear y que, si no lo hacía, que se atuviera a las consecuencias. Devastadoras desde luego
Pero como la palabra de Netanyahu es ley en Washington, Trump secundó de inmediato la acusación del líder sionista y empleando su habitual tono vehemente ordenó a Irán poner fin de inmediato a su programa nuclear y que, si no lo hacía, que se atuviera a las consecuencias. Devastadoras desde luego. La complicidad de ambos lideres para poner a Irán contra las cuerdas no es nuevo, tiene por el contrario notorios antecedentes. Durante su primer mandato, Trump escuchó igualmente a Netanyahu y rompió el Acuerdo nuclear de 2015, mencionado antes y firmado por Estados Unidos, Alemania, China, Francia, Reino Unido y Rusia. Afirmó, en contra de las evidencias, que “el Acuerdo fue tan mal negociado que, incluso, si Irán cumple con todo, el régimen estaría al borde de construir armas nucleares en un corto periodo de tiempo”. Añadió: “No podemos evitar una bomba nuclear iraní bajo este decadente y deteriorado acuerdo”. Y remató la faena diciendo que volvían a aplicarse las sanciones que habían sido levantadas gracias al mencionado Acuerdo nuclear y que “cualquier país que ayude a Irán también podrá ser sancionado”.
Pero volvamos al presente y recordemos que, después de la nueva arremetida contra Irán, la diplomacia de la Casa Blanca invitó a Irán a negociar un nuevo acuerdo nuclear, en términos previamente fijados por el dúo Netanyahu-Trump: suspensión total del programa de enriquecimiento de uranio de Irán y destrucción de todos sus misiles. Los iranies en principio se negaron siquiera a negociar. Pensaron que la propuesta de Washington equivalía a una rendición incondicional en una situación política tan explosiva que no podían permitírsela. Tomaban en cuenta el bombardeo israelí a la embajada de Irán en Damasco el año pasado, al que respondieron con un ataque quirúrgico de misiles a instalaciones militares israelíes, que, a su vez causó un contra ataque de Israel a Irán, igualmente acotado. Y no podía menos en el nefasto precedente sentado por la decisión del presidente Assad de deshacerse de su arsenal de armas químicas, tal como se lo exigió Washington, que sólo sirvió para que los islamistas del Daesh intensificaran sus acciones terroristas en Siria. Los mismos que lo derrocaron y hoy controlan Damasco.
Los iranies al final cedieron y entablaron negociaciones con un equipo de diplomáticos de Washington, encabezado por Steve Witcoff, enviado especial de Trump para el Medio Oriente. Cuando el viernes 13 de junio los israelíes atacaron por sorpresa a Irán, ya se habían realizado cinco rondas de negociación y estaban a la espera de realizar la quinta, el domingo 15 de este mismo mes. El hecho de que confiaran en la promesa de Washington de que Israel no atacaría mientras se adelantaban las negociaciones, les hizo bajar la guardia. Eso explica en buena medida que el ataque israelí les cogiera por sorpresa.
El otro factor que explica el éxito inicial del ataque es la larga preparación del mismo. Las propias fuentes militares israelíes han confirmado que se preparo cuidadosamente a lo largo de mas de un año. O sea, muchos meses antes de que Netanyahu, respaldado por Trump, clamara al cielo por el hecho de que Irán estaba a punto de hacerse con la bomba nuclear. Y es una prueba de que el problema no es la dichosa bomba sino el cumplimiento del verdadero objetivo de la guerra que ha declarado al país persa: el cambio de régimen. Objetivo enunciado por primera vez en los años 90 del siglo pasado, en el libro de Netanyahu La lucha contra el terrorismo. En el mismo, el despiadado líder sionista planteó que, “para vencer al terrorismo en el Medio Oriente”, había que derrocar los regímenes políticos imperantes estos países: Líbano, Somalia, Sudán, Iraq, Libia, Siria e Irán. A la fecha seis de los países incluidos en esta fatídica lista han sufrido “el cambio de régimen” deseado por Netanyahu. O están desintegrados y sumidos en el caos. El único que permanece en pie es Irán y el ataque israelí del pasado viernes – secundado por Estados Unidos tal y como afirmó públicamente Netanyahu y ratificó Trump – tiene como objetivo la destrucción de la república islámica. Lo de la bomba atómica de Irán es solo un pretexto. Como lo fueron las “armas de destrucción masiva” que se suponía tenía el régimen socialista de Iraq, encabezado por Sadam Hussein. Mentira flagrante que secundó Netanyahu en su comparecencia en 2002 ante el Congreso de Estados Unidos, con estas palabras: “No hay ninguna duda de que Saddam está buscando, está trabajando, está avanzando en el desarrollo de armas nucleares”. Cuando los marines derrocaron a Saddam y ocuparon Bagdad ni ellos, ni nadie fue capaz de encontrar el menor rastro de las tan mentadas armas. Pero la misión estaba cumplida.
A las 18 horas de concluido el ataque sorpresa de las fuerzas israelíes, los iranies restablecieron las cadenas de mando de la Guardia republicana y de sus fuerzas armadas e iniciaron el contra ataque, en el que utilizaron su vasto arsenal de misiles balísticos, incluido los supersónicos. Hasta la fecha han hecho blanco en aeropuertos e instalaciones militares y gubernamentales situadas en Tel Aviv, en Haifa y en otras localidades del país. La legendaria Cúpula de hierro, el sistema de defensa antiaérea de Israel, al que consideraban inexpugnable, no ha podido impedir el impacto de muchos misiles iraníes. Los israelíes, que confiaba en dicha invulnerabilidad, ha entrado en pánico, nutriendo el éxodo de muchos de ellos hasta tal punto, que ayer el gobierno israelí ordenó la cancelación de todos los vuelos civiles que salen del país.
La única certeza que hoy puedo compartir es que esta guerra puede durar mucho, dada la capacidad de resistencia de Irán, que posee un territorio, una población y unos recursos naturales e industriales de los que carece Israel. Solo puede reequilibrar la balanza, la intervención militar abierta de Estados Unidos, que está reclamando con urgencia Netanyahu. La pregunta es si Trump puede permitirse ahora ese lujo, dados los conflictos que tiene abiertos actualmente en Ucrania y en su propia casa y su costosa guerra comercial con China y con buena parte del mundo. Sin contar con el hecho de que el ministro de Relaciones Exteriores de Pakistán advirtió a Israel que, si ataca con armas nucleares a Irán, ellos lanzaran un misil con cabeza nuclear sobre Israel.
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