Las verdaderas encuestas están en la calle, no en oficinas. No se responden, se viven. Las de los medios, muchas veces, se pagan para sostener narrativas
Por: Stella Ramirez G.
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Las verdaderas encuestas no se miden con fórmulas estadísticas ni se diseñan en oficinas climatizadas. Se miden en la calle, donde camina la gente de a pie, donde se siente el pulso real del país. No se hacen con llamadas dirigidas ni formularios y preguntas amañadas a 2 mil personas. Se hacen con miradas, con silencios, con el tono de una conversación en la tienda o en la fila del hospital.
En cambio, las otras —esas que aparecen en los medios hegemónicos como si fueran oráculos— se firman en escritorios donde los datos tienen precio, donde las tendencias se ajustan al gusto del cliente, donde la voluntad del pueblo se convierte en insumo para propaganda. No son encuestas: son contratos.
Hace apenas unos días, un noticiero con rostro de independencia y alma de élite difundió una encuesta que “demostraba” la caída estrepitosa del apoyo al gobierno. Sin embargo, ese mismo día, en el sur de Bogotá, miles de personas salieron a las calles en apoyo a la reforma agraria y a los proyectos sociales. ¿A quién se le cree? ¿A un gráfico con márgenes de error o a una multitud con hambre de justicia?
«Las encuestas contratadas» con tal de sostener narrativas que favorezcan intereses políticos, no son lo mismo que plazas y eventos públicos en las regiones repletos de ciudadanos. Las verdaderas encuestas son las calles de honor hechas por miles de personas, antes de llegar a una plaza pública desbordada de ciudadanos.
No es coincidencia que muchas de estas encuestas sean contratadas por fundaciones cercanas al empresariado o medios sin pauta estatal, esos periodistas que recibían del Estado el pago por decir que, lo malo era bueno, y que hoy -gruñen- contra el Gobierno.
La calle no miente. La calle siente, sufre, canta, grita. La calle no necesita tabulaciones para saber que hay hambre, que hay esperanza, que hay rabia. En ella se ven los rostros de un país que no cabe en los porcentajes.
Así que cuando digan que el gobierno ha perdido el apoyo, cuando anuncien el «colapso» de la popularidad presidencial con tonos apocalípticos, pregúntese: ¿cuánto costó esa encuesta? ¿Quién la pagó? ¿A quién le sirve ese resultado?
Porque en esta Colombia en disputa, también se disputa la verdad. Y a veces, disfrazan de «dato técnico» lo que no es más que miedo al pueblo organizado. Las verdaderas encuestas no se responden: se viven. ¡Las encuestas la ganan quienes las pagan!
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