El atentado contra Miguel Uribe no causó conmoción. La ciudadanía, emocionalmente agotada, no reaccionó con duelo, sino con escepticismo y desconfianza
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Desde la psicología social es evidente que el reciente atentado contra Miguel Uribe Turbay fracasó no solo como hecho político, sino también como estrategia de conmoción emocional. En Colombia, donde se han intentado manipular emociones colectivas desde hace décadas con discursos patrióticos, mártires diseñados y enemigos construidos, el cálculo político detrás de este episodio terminó revelando más el desgaste del sistema que su capacidad de control.
La reacción del país fue, en su mayoría, de escepticismo emocional. No hubo conmoción, ni movilización ciudadana genuina, ni narrativa colectiva de duelo. Hubo sorpresa, sí, pero se esfumó rápidamente. Las redes sociales no se llenaron de luto, sino de memes, especulaciones y sarcasmo. En palabras de Serge Moscovici (1981), el poder simbólico del acontecimiento no encontró anclaje emocional ni imaginario simbólico suficiente para articular una “representación social” potente. El intento de impacto psicológico fue neutralizado por una ciudadanía que ha desarrollado lo que podríamos llamar inmunidad emocional colectiva.
Este fenómeno puede leerse a la luz de lo que Edgar Morin llamó la “psicología de masas inmunizada” (2011): cuando una sociedad ha sido sistemáticamente expuesta a la manipulación emocional, al dolor instrumentalizado y a la fabricación de héroes o víctimas por intereses políticos, se generan defensas cognitivas y afectivas. La población deja de conmoverse con facilidad. En otras palabras, el atentado fracasó como guion emocional. No hubo empatía espontánea ni identificación simbólica con el personaje atacado.
Y es que Miguel Uribe Turbay carece de carisma transformador. Max Weber definía el carisma como “una cualidad extraordinaria que permite al líder conectar emocionalmente con las masas y encarnar sus esperanzas y angustias” (1922). Uribe Turbay no representa una figura disruptiva ni una amenaza real al sistema que supuestamente lo ataca. Al contrario: es su hijo obediente. Su partido, el Centro Democrático, atraviesa divisiones internas, descrédito público y un agotamiento ético severo. Además, Miguel Uribe Turbay es un tránsfuga político que Álvaro Uribe Vélez hizo renunciar de su partido de origen, el conservador, y lo matriculó en el Centro Democrático. Luego, tampoco es genuina su militancia de independencia política.
El linaje trágico que lo acompaña –nieto de Julio César Turbay y huérfano de una madre asesinada por el narcotráfico– no bastó para generar identificación emocional. Su figura política no se asocia a la esperanza, sino al pasado; a la negación sistemática del dolor de los otros. Cuando Dilan Cruz fue asesinado por la policía, Uribe Turbay culpó al joven por “interponerse en el camino de la bala”. A las madres de Soacha, que lloran a sus hijos víctimas de falsos positivos, las tildó de mentirosas. Frente al caso de Rosa Elvira Cely, su voz no se alzó por justicia, antes bien para insinuar responsabilidad de la víctima. En cada momento crucial, su postura ha sido de frialdad, negación y desprecio por el sufrimiento ajeno. ¿Cómo pedir entonces que hoy el país lo llore?
Más grave aún fue el intento de instrumentalizar emocionalmente a un niño como victimario. El hecho de que el atacante fuera un menor de edad causó más desconcierto que indignación, y activó un dilema ético profundo: ¿qué está haciendo el sistema con sus hijos? En lugar de generar solidaridad con el político herido, la sociedad reaccionó con preguntas incómodas. ¿Cómo se convierte un niño en asesino? ¿Qué siembra en su mente el odio: el hambre o la desesperanza? Según el psicoanalista René Kaës (2005), cuando un niño actúa como instrumento de violencia, se fractura no solo su biografía, sino el lazo social en su conjunto. Hay una conmoción silenciosa, un trauma que no busca justicia, sino compresión y protección, no propaganda.
El intento de manipular este hecho para reposicionar a Uribe Turbay como mártir político se encontró con una ciudadanía emocionalmente agotada. La población colombiana atraviesa una fatiga afectiva crónica, saturada por años de guerra, corrupción, impunidad y promesas rotas. Ya no reacciona igual. Las grandes emociones colectivas –como el duelo, la rabia o la solidaridad– se reservan para causas auténticas, no para figuras construidas en los laboratorios del poder.
Las declaraciones de algunos políticos en distintas ciudades han sido más actos de marketing político que verdaderos rituales de duelo. La ausencia de una víctima con poder simbólico transformador dejó el evento vacío de eco en la conciencia colectiva. No hubo relato ético, ni enemigo claro, ni causa convocante. No bastó con ser joven, con tener abolengo, con llevar un apellido. No bastó con ser atacado. En esta época ya no basta ser víctima; hay que representar algo auténtico para conmover.
La historia de Miguel Uribe Turbay está llena de antipatías acumuladas. Ha bloqueado todas las reformas sociales durante el gobierno Petro; se opuso a causas nobles, y defendió la militarización de la vida cotidiana proponiendo que cada colombiano con recursos se armara “para defenderse”, como si la paz fuera ingenuidad. En pandemia, administró recursos que se esfumaron, mientras la gente moría en los hospitales.
Hoy los grandes medios quieren forzar una emoción colectiva. Pero, los colombianos ya no necesitan mártires impuestos. La población ha aprendido a desconfiar de quienes se presentan como salvadores, especialmente si tienen más historia de represión que de justicia. El atentado no generó cohesión, ni movilización, ni cambio en la agenda pública. Fue un gambito emocional fallido, una jugada que buscaba sacrificar una ficha para ganar poder simbólico, pero que terminó revelando la debilidad del tablero mismo. En el ajedrez emocional del poder, el cálculo no solo falló: quedó expuesto.
También le puede interesar:
-.
Anuncios.
Anuncios.
(function(d, s, id) {
var js, fjs = d.getElementsByTagName(s)[0];
if (d.getElementById(id)) return;
js = d.createElement(s); js.id = id;
js.src = «//connect.facebook.net/en_GB/all.js#xfbml=1»;
fjs.parentNode.insertBefore(js, fjs);
}(document, ‘script’, ‘facebook-jssdk’));
!function(f,b,e,v,n,t,s)
{if(f.fbq)return;n=f.fbq=function(){n.callMethod?
n.callMethod.apply(n,arguments):n.queue.push(arguments)};
if(!f._fbq)f._fbq=n;n.push=n;n.loaded=!0;n.version=’2.0′;
n.queue=[];t=b.createElement(e);t.async=!0;
t.src=v;s=b.getElementsByTagName(e)[0];
s.parentNode.insertBefore(t,s)}(window, document,’script’,
‘https://connect.facebook.net/en_US/fbevents.js’);
fbq(‘init’, ‘446647882874276’);
fbq(‘track’, ‘PageView’);