La empresa que hace los cómodos zapatos de caucho que el expresidente Uribe hizo famosos, que se hacen en Cali no los pudieron atajar ganó una pelea de 10 años
La pelea entre la empresa colombiana Evacol y los gringos de Crocs llegó a su final. Ganaron los colombianos. Crocs —la multinacional estadounidense famosa por sus zuecos de goma con orificios— había presentado una tutela para que la Corte Constitucional colombiana revisara un caso que creían cerrado: una larga disputa contra la empresa colombiana Evacol por presunta copia de sus zapatos suecos. Crocs intentó reabrir un caso cerrado buscando un pronunciamiento definitivo, ejemplar, que redefiniera los límites de la propiedad industrial en el país. Perdió. La Corte Constitucional dijo no aceptar la revisión de tutela que la multinacional Crocs había presentado contra la empresa colombiana Evacol.
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Detrás de las peleas y del lenguaje técnico de las demandas y las cortes hay una historia empresarial, de resistencia y hasta de amor.
Evacol no nació como una copia. Nació como un sueño.
Antonio Changwu Wang, el hombre de origen chino que se inventó Evacol, llegó desde su país al Valle del Cauca en los años noventa. Era joven, hablaba un español rudimentario y venía con un olfato para los negocios y un corazón que se le desacomodó apenas puso un pie en Cali. Allí conoció a la mujer que sería su esposa y su socia, Ximena Muñoz. Con ella fundó Evacol en 2006, en una bodega modesta con maquinaria traída de China y obreros locales que aprendían a moldear plástico EVA como si fueran artesanos.
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Lo que Wang quería era simple: hacer zapatos cómodos, durables y accesibles para los colombianos. No había pensado en Crocs ni en tribunales ni en demandas. Pensaba en sandalias que sirvieran para el calor del Pacífico, en botas ligeras para obreros, en tenis plásticos que resistieran el peso del día a día. Pensaba en una fábrica que diera empleo, en un negocio que le resultara próspero.
Evacol creció. Se multiplicaron los diseños, los puntos de venta, los clientes. En 2016 ya eran reconocidos en todo el país, con exportaciones a Ecuador, Chile, Costa Rica y México. Se inventáron unas 250 referencias. La comodidad era su bandera. La humildad, su marca. Pero justo en diciembre de ese año, les llegó la primera notificación: Una empressa gringa llamada Crocs los demandaba por imitación.
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Crocs acusaba a Evacol de copiar su diseño icónico. La Superintendencia de Industria y Comercio le dio la razón a los norteamericanos en 2019. El golpe fue brutal: tuvieron que destruir más de 50 moldes y 54.000 pares de zapatos. Evacol perdió clientes y proveedores. Tuvieron que despedir decenas de empleados. Los bancos que antes eran sus aliados dejaron de prestarles dinero. Clientes en Chile y Estados Unidos rompieron relaciones. El rumor de que eran una empresa «pirata» corrió de afán.
El monstruo parecía invencible, pero no se rindieron.
La opción de cerrar nunca estuvo sobre la mesa. Ellos sabían que tenían un buen producto y que no lo habían copiado, que la diferencia estaba en los detalles y en el alma del zapato. Fue el momento en el que el par de esposos tomó la decisión de pelear con los zapatos bien puestos
Entonces reinventaron el portafolio. Lanzaron nuevos modelos de zuecos, sandalias, tenis. Aumentaron sus puntos de venta de 20 a 78 en solo siete años. Contrataron más personal, llegaron a tener 435 empleados. Fue una contrademanda al infortunio.
Y la justicia les dio la razón
En 2024, la Corte Suprema de Justicia falló a favor de Evacol. Dijo que no había infracción a los derechos de propiedad industrial de Crocs, ni competencia desleal. Argumentó que los consumidores podían distinguir entre los productos: el cocodrilo de Crocs no se confundía con el tucán de Evacol; las suelas, las correas, los precios y los mercados eran distintos. Las empresas podían coexistir. No había plagio. Pero Evacol ya había perdido muchísimo dinero.
Pero la reparación económica por lo perdido fue irrisoria: apenas les dieron 2,6 millones de pesos, el equivalente a dos salarios mínimos. Una cifra simbólica frente a los casi 1.000 millones que Evacol gastó en abogados, mercancía destruida y pérdidas reputacionales. El fallo era más moral que financiero. Y eso, al menos, los alivió.
Aun así, no están conformes. Su abogado, Eduardo Cabrera, ha dicho que evalúan una nueva demanda: una que sí reclame los daños económicos y el dolor causado. Porque la lucha fue injusta. Porque resistir ocho años de desconfianza, desprestigio y puertas cerradas también deja cicatrices que no se curan con dos millones de pesos.
Evacol hoy sigue operando desde el corazón del Valle del Cauca. Con 250 referencias de calzado, presencia en más de seis países y 1.600 empleos entre directos e indirectos. Con cada par de zapatos, sigue contando su historia: una historia de resistencia, de identidad y de cómo un chino enamorado de una caleña y del país pudo crear una marca que se metió en los pies y en el alma de millones.
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