El petrismo logró un sorpresivo triunfo con la aprobación de la reforma laboral en el Senado, pese a la oposición y a la historia de su hundimiento previo
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Gustavo Petro, su bancada de congresistas y el movimiento popular se anotaron un inesperado triunfo al lograr que el Senado aprobara prácticamente el mismo texto de la reforma laboral que ya había aprobado la Cámara de Representantes y que era una buena aproximación a la que originalmente había presentado la exministra Gloria Inés Ramírez.
Triunfo inesperado por cuanto esta reforma ya había sido hundida en la Comisión Séptima del Senado, y solo revivida por la plenaria como táctica para cerrarle el paso a la certera estrategia presidencial de confrontar a la oposición con el electorado a través de una disuasiva consulta popular.
No valieron en contra de su aprobación los cuestionamientos apocalípticos de los gremios económicos, las reprobables triquiñuelas de Cepeda, los engañosos discursos de la oposición, la manguala de fementidos personajes de centro con curtidos exponentes de la derecha, todos ellos limitados en sus discursos a repetir las cantinelas en torno al desempleo, la informalidad y la quiebra empresarial que supuestamente se promoverían con esta reforma. Finalmente, se impuso el miedo al electorado suelto en consulta, y la reforma salió airosa.
Lo que se logró no es, sin embargo, todo lo que nuestro pueblo necesita, y por lo que viene luchando desde que la constitución del 91 le creó la expectativa de poder contar con un estatuto del trabajo. El espectro retrospectivo de lo logrado solo llega al 2002, año de la fatídica Ley 789, causante de los daños en el cuerpo normativo laboral que pretendían subsanarse con esta reforma.
Pero no creamos que ella no representa en sí misma un avance tan considerable como la alegría que ha despertado. Al contrario, era tanto lo que se había perdido, y desde hacía tanto tiempo, que recuperarlo representa una gran conquista. Una conquista en la que vemos cuánto se podría obtener si lográramos alcanzar parcelas de poder mayores de las que hoy tenemos, y cuán valioso podría resultarnos superar los lastres que nos han impedido colocar nuestro caudaloso poder constituyente en manos de representantes auténticos y capaces de convertir las tribunas parlamentarias y los cargos de poder en instrumentos de transformación de la inequitativa Colombia de hoy en el país de la felicidad disponible para todos.
Las fuerzas del petrismo están a la espera de otro triunfo. El triunfo de verse convertidas en partido político, para lo cual ya presentaron a la Registraduría del Estado Civil todos los documentos que dan cuenta del cumplimiento de los requisitos exigidos por la ley para que tal conversión pueda darse. Con el Pacto Histórico vertebrado en partido, será mucho más fácil que nuestro pueblo pueda cumplir los anteriores cometidos.
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