es el espejo de una Colombia que perdió el rumbo

Colombia enfrenta una crisis moral profunda donde la corrupción es causa y efecto. Petro no es origen, sino reflejo de una cultura que normalizó lo inaceptable

“Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”

Demócrates

¿Qué sucede cuando una nación va hundiéndose en una espiral de irrespeto y de pérdida en caída libre de los valores morales? Causa y efecto, ni más, ni menos. Se generan consecuencias terribles. Una de estas es la escalada de la corrupción en todos los ámbitos. Desde el pícaro que evade el pago de ingreso al transporte público hasta el gobernante que, sin recato, promueve y aplica los diversos modos de corrupción de índole política y administrativo.

En la ciudadanía se establece un estado de anomia, la degradación o ausencia total de respeto a las normas sociales y en el entorno político el hundimiento casi total de los poderes públicos en niveles aberrantes de omisión descarada frente a sus responsabilidades constitucionales y de enriquecimiento perverso a costa de los tributos arrebatados con descaro a los que con honestidad trabajan de sol a sol.

Lo anterior aunado a una idiosincrasia que glorifica la indisciplina y el descaro; esa desvergüenza que, incluso, justifica la corrupción con definiciones como, en Venezuela, “la viveza criolla” y en Colombia como “la malicia indígena”; que, desafortunadamente da al bandido o al salteador de caminos un estatus de héroe y al honesto lo menosprecian tildándolo de pánfilo, desvalorizando el valor del trabajo duro, del esfuerzo honesto y colocando a figuras despreciables en los “altares” de la mística popular como Pablo Escobar o, en Venezuela, al indigno, corrupto y criminal Hugo Chávez.   

A Petro se le ve hoy en día como el gran mal de Colombia y, aunque sus seguidores rastreramente fanáticos lo idolatran, se ha ganado el desprecio de una gran parte de la población. Este ejemplar de la fauna política vernácula es el adalid del populismo más ruin, del uso de estrategias propagandísticas que fueron propuestas por el infame Joseph Goebbels, de una demagogia en su forma más pura y aberrante, de un clientelismo descarado y de un sutil aliento de corrupción moral y política que permite que los escándalos no lo salpiquen directamente gracias a una astucia digna de los más viles embaucadores de la historia.

Aclaro, Petro, así como Chávez u otros ruines ejemplos del progresismo, no es “brillante, “inteligente” o “sabio” como lo pretenden presentar sus áulicos sino un ser astuto, pero falto de luces como el buen charlatán que es, pues, aunque lo siguen supuestas lumbreras en diversos ámbitos del conocimiento esto solo demuestra dos cosas, a saber, que los títulos no representan inteligencia o moralidad o que, sencillamente, lo siguen para disfrutar de prebendas y privilegios que en un país con estructuras morales sólidas jamás hubieran obtenido.

A todo esto, debemos decir con claridad, que Petro es efecto, no causa; que Petro es consecuencia. Lo anterior se puede aplicar a los populistas y demagogos que conforman el panteón de las santidades políticas iberoamericanas como Manuel López Obrador, Evo Morales, el exconvicto Lula Da Silva, la recientemente condenada por corrupción Cristina Fernández de Kirchner, el sátrapa mediocre y cruel de Venezuela Nicolás Maduro o la infame pareja dictatorial de Nicaragua Daniel Ortega y su arpía Rosario Murillo, entre otros.

Petro es consecuencia de un desprecio notable por el respeto al derecho ajeno, olvidando lo que decía el estadista mexicano Benito Juárez que exponía que «Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz»; Petro es el resultado de conductas anómalas de la población como el del ciclista, motociclista o automovilista que se saltan a la torera las reglas de tránsito, del vecino indolente que atormenta a su comunidad con música a alto volumen en el horario del descanso, del adicto que se toma un parque público para consumir indolentemente su vicio esclavizante, del que evade el pago de ingreso al transporte público o que lo usa como discoteca, mercado persa o espacio para la mendicidad.

Petro está representado en el individuo que soborna al agente de policía y el mismo agente que desvergonzadamente recibe la coima, es el que se roba un dulce en la tienda, el que arroja la basura en plena calle, el que destruye el espacio público o privado pintoreteando fachadas y mobiliario urbano justificándolo como arte o como “libre desarrollo de la personalidad”.

Petro es cada pícaro, bandido, indolente, vividor, fanático político que se enriquece o parasita del Estado mientras una mayoría silenciosa calla y teme, pues no existe una autoridad moral policiva que los respalde, o porque la misma autoridad está corrompida o, en muchos casos, porque se les ata las manos con amenazas desde el mismo Estado para evitar que defiendan al honesto y, desafortunadamente, protejan al delincuente. A Petro lo llevaron al poder muchos ingenuos, pero lo peor, lo encumbraron al más alto cargo los resentidos, los ignorantes y los miembros de una casta política infame y corrupta.

Es por esto que la Colombia honesta, esa Colombia que calla y teme debe alzar la voz, necesita recuperar la moralidad perdida, el respeto ausente y la búsqueda de enriquecer a la sociedad en aspectos positivos en lo político, lo económico, lo social, y lo cultural. Es importante buscar alternativas donde lo bajo y lo ruin no sean lo que se exalte, sino que promovamos un crecimiento intelectual y espiritual real.

¿Se puede lograr?; para eso hace falta una voluntad real y un cambio profundo en la idiosincrasia negativa que nos acompaña desde el inicio de nuestras naciones como repúblicas o, aún más allá, por una herencia histórica de corrupción e indolencia que arrastramos desde hace cientos de años. También reconocer que se requiere de verdadera formación moral, de educación sin ideología y enfocada en altos estándares, no solo en lo teórico y científico, sino en lo estéticamente hermoso, en la música que ennoblece y la literatura que enriquece, en la pintura y la escultura que se forjan desde el talento y la belleza.

En fin, comenzamos a cambiar, comenzamos a reconstruir moralmente a Colombia o terminamos hundidos en la miseria decadente que ya se apropió de Venezuela, Cuba, Nicaragua o México. Colombia merece un mejor destino.

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