El gobierno de Gustavo Petro cayó en el populismo, la corrupción y el autoritarismo. Es hora de recuperar a Colombia con unión, carácter y verdadera democracia
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Ustedes tenían razón. Tenían razón cuando, en las elecciones presidenciales del 2022, apostaron por una alternativa distinta al proyecto político que hoy encabeza Gustavo Petro. Tenían razón al advertir que este gobierno no solo pretendía romper con el modelo institucional, sino que traía consigo una agenda profundamente ideologizada, orientada a la concentración del poder. Lo sabían. Y lo he dejado en evidencia desde que llegué al Congreso de la República, como la representante de esos más de 10 millones de votantes que no creyeron en el proyecto político que hoy está gobernando a Colombia.
Hoy, la historia nos da la razón: el autoproclamado “gobierno del cambio” resultó ser una maquinaria desgastada por la corrupción, revestida de retórica populista, pero sostenida por prácticas clientelistas. El mismo presidente que prometió transparencia ha visto su círculo más cercano involucrado en escándalos, incluidos los que tocan directamente a su propio hijo, Nicolás Petro, al que dice no haber criado y a las dudosas fuentes de financiación de su campaña que hoy ya tiene imputado a quién fue su jefe de campaña Ricardo Roa, a quién había nombrado como presidente de la compañía más importante del Estado, Ecopetrol.
Aquel triunfo fue logrado en medio de sombras que aún no se disipan. La trampa fue evidente: una alianza entre sectores de izquierda radical y políticos tradicionales que, lejos de encarnar un cambio, profundizaron los vicios de siempre. Hoy, el país entero presencia cómo se intenta normalizar la idea de una Asamblea Popular Constituyente, de consultas amañadas, de un modelo político que se parece cada vez más al que destruyó a Venezuela.
La amenaza de la perpetuación en el poder ya no es una sospecha: es un proyecto en marcha. Quieren cerrarle el paso a las elecciones, manipular las instituciones, desdibujar los contrapesos democráticos. Y lo hacen mientras acusan a los demás de ser antidemocráticos. Cada día, el presidente se muestra más dispuesto a gobernar por imposición que por convicción.
También tenían razón cuando se resistieron a las extremas. A los discursos que en nombre del “pueblo” o del “orden” terminan imponiendo el miedo, el odio y la exclusión. Las extremas se necesitan mutuamente, se alimentan de la polarización, y en esa tensión perpetua terminan justificando cualquier atropello. A la corrupción de siempre, Petro solo le sumó autoritarismo.
Pero no todo está perdido
Hoy quiero invitarlos a que nos reencontremos. A que retomemos el camino que juntos iniciamos hace tres años. A que nos preparemos para elegir a alguien que no le tema a enfrentar a los corruptos, que no provenga de los extremos, que no sea rehén de partidos ni de expresidentes, que no aspire al poder por vanidad, sino por vocación de servicio.
Colombia necesita un presidente que no divida, sino que una. Que no destruya la riqueza para prometer igualdad, sino que entienda que solo con productividad e inclusión podemos cerrar las brechas. Un presidente con carácter, pero sin ego mesiánico. Un líder con sensibilidad social, sin el revanchismo de clase. Un demócrata real que comprenda que gobernar es escuchar, consensuar y construir.
Necesitamos a alguien que no se arrodille ante las élites políticas, que no vea la función pública como un botín, que no se rodee de amigotes ni herederos políticos, sino de ciudadanos capaces. Alguien que sepa que Colombia no puede seguir atrapada entre caudillos y burócratas. Que entienda que este país es mucho más que su clase política.
A los 10.5 millones que creyeron, y que siguen creyendo, los convoco a no rendirse. A no ceder. A levantar de nuevo la esperanza. Esta vez, con más fuerza, con más claridad, con más decisión.
Es hora de volver a intentarlo. Porque Colombia no puede seguir siendo rehén del miedo, la trampa y la mentira. Vamos a recuperar el país. Vamos a derrotar al populismo con democracia. Vamos a ponerle fin al ciclo del abuso con un liderazgo decente, valiente y verdadero.
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