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Ha sido sancionada la reforma laboral esta semana por parte del presidente de la república Gustavo Petro, después de una gran oposición en el senado y un gran enfrentamiento mediático con el sector empresarial y algunos partidos políticos; las ciudadanías se han movilizado generando un ambiente propicio para su concreción en el Congreso de la República y ahora pasamos a otra temporada, la de su implementación, asunto que, con la inercia indecente de la explotación del trabajo en Colombia, no será fácil. Mientras eso sucede vale la pena preguntarnos cómo colombianos qué aprendimos y aprenderemos del debate social y político sobre la reforma laboral.
Una primera lección pasa por recordar que lo bueno es enemigo de lo perfecto; lo que salió no es tan progresista como demandan los acuerdos internacionales firmados por Colombia en este siglo y tampoco se avanza mucho en reconocer transformaciones estratégicas en el mundo del trabajo ligadas a los nuevos contextos tecnológicos y productivos; de alguna forma simplemente nos actualiza treinta o cuarenta años respecto a los estándares internacionales y en algunos aspectos les queda debiendo; sin embargo, ese pequeño avance es cuestión de dignidad para el mundo del trabajo colombiano y en muchos asuntos sensibles – como el caso de las horas extras y los dominicales – equilibra las cargas para millones de trabajadores y trabajadoras que verán mejoras en sus condiciones de vida.
Se ha puesto en evidencia que el camino de las reformas implica salir de la lógica de las relaciones corruptas sembradas entre todos los lados de las castas políticas
El mal ejemplo de muchos representantes y voceros políticos en la reciente discusión y tramitación de la reforma nos recuerda que tenemos la tarea de transformar generacionalmente nuestras formas de representación política en las instituciones. Esta experiencia ha puesto en evidencia que el camino de las reformas implica salir de la lógica de las relaciones corruptas, sembradas entre todos los lados de las castas políticas. Estas castas están acostumbradas a negociar los anhelos ciudadanos, traficando con la aprobación de las leyes para apropiarse del erario.
El aprendizaje salido de la movilización es que esas prácticas hay que castigarlas socialmente y erradicarlas de las instituciones. Tanto quienes compran como quienes venden sus votos de aprobación o desaprobación —en cualquier nivel de la institucionalidad— deben ser objeto de sanción ciudadana y, ojalá, sometidos a juicio y penalización.
Seguramente hay más horizontes de aprendizaje. Especialmente llamo la atención sobre las lecciones que podríamos sacar de la implementación de la reforma, asunto en el cual tendremos tarea urgente de rectificación – cada colombiano o colombiana-, independiente de que sea obrero o patrón, empleado o empleador, empresario o emprendedor, trabajador formal o informal; se nos presenta ahora la oportunidad de construir una relación distinta con el mundo productivo, con la labor de sostener el mundo y de hacer que las condiciones de vida sean amables para todas y todos, y por supuesto para nuestros entornos ambientales y ecosistemas estratégicos para la vida.
Por razones históricas de larga duración, por las dinámicas coloniales y la continuidad de múltiples indignidades en la formación de la república y en la institución del Estado-nación, estamos acostumbrados a naturalizar la injusticia en el trabajo, a aprovechar la oportunidad de sacar ventaja desleal de cualquier situación de vulneración humana o ambiental, para tener provechos productivos, riquezas o servicios particulares. Pues bien, llegó el momento de intentar una nueva temporada, tenemos la oportunidad de aprender a tejer la vida productiva, laboral, económica, empresarial, de otra manera, respetando y potenciando el mundo del trabajo en todas sus complejidades, en condiciones de respeto por la vida y de solidaridad para sostener y proteger el mundo compartido… Vamos Colombia, que se puede resembrar el futuro.
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