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El economista estadounidense Thorstein Veblen en La teoría del consumo conspicuo, sostiene que las personas de clases altas consumen bienes y servicios de lujo no por necesidad, sino para mostrar su riqueza y estatus social: “Este tipo de consumo es una forma de exhibición pública, cuyo objetivo es demostrar poder económico y diferenciarse socialmente.” Según Veblen, este comportamiento “se extiende incluso a las clases medias, que imitan a las clases altas para mejorar su posición social percibida.” La cursilería, incluyendo llevar a cabo eventos fastuosos y cursis, no es nueva. Basta repasar las bodas del rico Camacho en El Quijote, el celebre episodio en que el rico del pueblo, tonto que nunca se imaginó la jugada que se estaba urdiendo en su contra, recibe una desagradable sorpresa de su presunta esposada.
Hace unos días se llevo a cabo en Venecia un evento tan cursi como ostentoso: la boda de unos de los hombres más ricos del mundo, Jeff Bezos, con posiblemente la mayor trepadora social de nuestro siglo: Lauren Sánchez. El evento, denominado en un artículo del New York Times por la autora Amy Odell como el “Triunfo del mal gusto”, fue noticia mundial. Odell en su artículo afirma: “Antes de la boda, Bezos fue fotografiado por los paparazzi en la cubierta de su yate con su prometida, Lauren Sánchez, ambos en trajes de baño, retozando en la espuma como una pareja de universitarios en vacaciones. Mientras tanto, misiles y bombas han estado cayendo a solo unos husos horarios de distancia… No hace tanto tiempo, los miembros de la alta sociedad estaban obsesionados con intentar salir con discreción de los peligros de la desigualdad de ingresos. El minimalismo y el lujo discreto estaban de moda… La suntuosidad y la ostentación han sustituido a la riqueza discreta. Alardear está de moda. Para las mujeres, eso significa lentejuelas, diamantes, siluetas ajustadas y peinados con mucho volúmen.” El negocio de los implantes de senos, del cuál Lauren Sánchez luce como una propaganda que camina, “sigue creciendo y se espera que alcance los 4.600 millones de dólares en 2030, en comparación con los casi 3.000 millones de 2024.”
En Colombia es permanente el deseo de los nuevos ricos, de uno que otro político torcido, y de los coimeros de todo pelambre, de exhibir sus mal habidas fortunas
Pero la cursileria no es caractersitica exclusiva de los plutócratas extranjeros. En Colombia es permanente el deseo de los nuevos ricos, de uno que otro político torcido, y de de los coimeros de todo pelambre, de exhibir sus mal habidas fortunas. En los matrimonios de sus vástagos los primeros invitados son los miembros de la prensa con la exclusiva finalidad de que divuelguen el mal gusto de los anfitriones. Esa ostentación llega a tal nivel que sujetos de poca catadura moral se dan el lujo de celebrar sus esponsales en público para dejer conocer que están listos a reiniciar la defraudación al Estado. La tragedia colombiana es que casi todo se ha vuelto cursi: los discursos de los integrantes del alto gobierno; las vestimentas muchos altos funcionarios, incluyendo embajadores; los argumentos filosóficos con que tratan de disfrazar sus ambiciones de permanecer en el poder; sus abrazos públicos con delincuentes en las manifestaciones. ¡Nos han convertido en un país cursi!
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