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Como lo dice el último informe de las Naciones Unidas, Colombia batió, por tercer año en serie, su propio récord de área sembradas de coca (253 mil hectáreas-p12). Sin embargo, las ganancias de otros actores internacionales va en aumento.
Qué lejanas que están las épocas de los carteles de Medellín y de Cali, con la capacidad de intervenir a lo largo y ancho de las cadenas globales de suministro de la cocaína. Producción de coca, refinamiento, exportación, distribución al por mayor y al detal, atesorando tajadas formidables del negocio. Lehder entrando al mercado gringo por las Bahamas y por Alaska, los Ochoa actuando como reaseguradores de los embarques, Escobar iniciando su ruta de magnate de la cocaína trayendo pasta de coca de Perú…
Hemos presenciado la reconfiguración del tráfico con los carteles mexicanos, que sustituyeron, parcialmente, a sus colegas colombianos y, desde luego, a las Farc.
Aunque hemos vivido por décadas el flagelo del cultivo, procesamiento y exportación de cocaína, hoy Colombia enfrenta una amenaza más sofisticada y silenciosa: la expansión de redes criminales extranjeras que, sin hacer tanto ruido como los carteles tradicionales, tejen alianzas con actores locales y consolidan rutas hacia Europa.
Una de ellas, cada vez más relevante, proviene de los Balcanes Occidentales, que ha logrado posicionarse como intermediaria clave en el comercio internacional de cocaína (Cocaine Connections, Links between the Western Balkans and South America, Mayo 2025). Su presencia en Suramérica —y particularmente en países productores como Colombia, Perú y Bolivia— revela la dimensión verdaderamente transnacional de este negocio ilícito, que trasciende la de los carteles mexicanos. No solo se refuerza el ciclo de violencia en nuestra región; también desafía las estrategias tradicionales de control del narcotráfico, al requerirse un enfoque global, coordinado e innovador.
El ascenso de las redes criminales balcánicas
Desde los años 90, tras las guerras yugoslavas y el colapso de varios Estados en Europa del Este, las organizaciones criminales de los Balcanes aprovecharon el caos político y económico para expandirse en los mercados ilegales. En un principio dominaban el tráfico de heroína y cannabis, pero el boom del mercado de cocaína les abrió un nuevo campo de acción, mucho más lucrativo.
Gracias a su experiencia en el contrabando y a sus vínculos con otros grupos criminales, estas mafias lograron establecer alianzas duraderas en América del Sur, aprovechando el aumento dramático en la producción de cocaína en la región.
Alianzas locales, ganancias globales
Una de las claves del éxito de estos grupos ha sido su capacidad para formar alianzas estratégicas con carteles locales, bandas armadas y hasta productores de hoja de coca. En Ecuador, por ejemplo, han cerrado acuerdos que aseguran el abastecimiento constante de cocaína. Así, mientras los agricultores locales obtienen ingresos estables, las mafias balcánicas garantizan rutas de tráfico con menos interferencia de las autoridades.
Otro elemento clave ha sido su política de “no confrontación”, lo que les permite operar sin provocar conflictos con los grandes carteles mexicanos o colombianos. Gracias a esta estrategia, han construido una red de suministro eficaz, silenciosa y poco visible para los radares del poder judicial.
Innovación criminal: rutas y camuflajes
La sofisticación de estos grupos no se limita a las alianzas. También han demostrado gran capacidad para adaptarse a las tendencias del mercado y explotar las vulnerabilidades de los sistemas de control. Usan rutas marítimas tradicionales buques mercantes, lanchas rápidas y submarinos— para mover cargamentos desde Suramérica hacia Europa.
Los puertos europeos de Bélgica, Países Bajos y España se han convertido en puntos de entrada clave. Allí, el camuflaje de cocaína en cargamentos legales —como frutas o insumos agrícolas— es una técnica ampliamente usada para evadir controles sin dejar rastros visibles.
El rol obvio de la corrupción
Nada de esto sería posible sin un factor transversal: la corrupción. Las redes criminales balcánicas operan en contextos en los que la fragilidad institucional, tanto en América del Sur (léase Colombia y Ecuador), como en Europa del Este, les permite infiltrar cuerpos de seguridad, manipular aduanas y comprar voluntades.
La falta de respuesta coordinada entre gobiernos latinoamericanos y europeos ha contribuido a la expansión de estas mafias. Aunque ha habido operaciones puntuales exitosas, no existe una estrategia global sólida.
Violencia importada: el precio oculto de la cocaína
El aumento del tráfico de cocaína también ha traído consigo un incremento en la violencia, especialmente en países como Ecuador y Colombia, en los que las disputas entre bandas locales se han intensificado. Las mafias balcánicas no dudan en usar el asesinato como método para resolver conflictos internos.
Los asesinatos, muchas veces ejecutados en puertos o ciudades costeras, evidencian cómo el narcotráfico global tiene un impacto directo en la seguridad local. Los ciudadanos comunes terminan pagando el precio de estas disputas por control de rutas o ajustes de cuentas entre mafias.
¿Qué hacer ante el crimen organizado transnacional?
Para enfrentar a estas redes es necesario fortalecer la cooperación internacional, crear equipos conjuntos de investigación e intercambiar inteligencia de manera constante.
Lo obvio, cacareado desde hace décadas: también se deben atacar las causas estructurales: la pobreza, la falta de oportunidades y la débil institucionalidad en las zonas productoras. Sin soluciones de fondo, la oferta de cocaína y la presencia de actores criminales seguirán siendo una constante.
La alianza entre las mafias balcánicas y el narcotráfico suramericano es un recordatorio de que el crimen organizado es global. Mientras el mundo siga viendo la cocaína como un problema local, seguiremos enfrentando sus consecuencias globales: más violencia, más corrupción y más impunidad.
En el caso de Colombia, esta realidad exige una mirada renovada. El enemigo ya no es solo el campesino cocalero ni el gran cartel visible, sino una red internacional que opera con eficiencia empresarial y apoyo político encubierto. La respuesta debe estar a la altura del desafío: articulada, global y con visión de largo plazo. Y, no lo olvidemos, hay una gran demanda mundial de cocaína (p48).
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