Inversiones Ceralco, Laurelco y Gestiones son las dueñas de Guadalupe, una empresa que genera $70.000 millones al año y sostiene la tradición cárnica en Bogotá
En la Autopista Sur de Bogotá, cuando todavía no amanece del todo y la ciudad apenas empieza a despertar, ya hay movimiento. Decenas de camiones cargados de reses esperan su turno, mientras que los carniceros de la ciudad se apuran a abrir sus locales y el inconfundible aroma de carne fresca empieza a mezclarse con el frío de la madrugada. Allí, entre el bullicio y el ajetreo, se encuentra el Frigorífico Guadalupe, el matadero más antiguo y más grande de la capital, un lugar por donde pasa más de la mitad de la carne que se sirve en las mesas bogotanas.
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La historia de este lugar comenzó hace más de 60 años, en una ciudad que poco se parecía a la actual. Era 1964 cuando los hermanos Rafael, Alfonso y Cenón Espinosa, junto a dos socios más —Pedro Bernal Escobar y Ventura Castillo— decidieron abrir un matadero propio. Lo llamaron Frigorífico Guadalupe, y al principio no era mucho más que una planta modesta, con corrales y un par de salas para el sacrificio de ganado. Pero tenía algo que marcaría su destino: un compromiso por hacer las cosas bien, con orden y con visión.
En sus primeros años se encargaban de sacrificar reses y cerdos, de pesar el ganado, de alquilar corrales. Poco a poco empezaron a vender no solo carne fresca, sino también productos elaborados. Fue en los años 60 cuando, con algo de osadía, enviaron su primera exportación: 536 bovinos a Perú. Después vino Italia. El nombre de Guadalupe empezó a sonar como sinónimo de calidad y confianza.
Los 70 y los 80 fueron años de expansión. El frigorífico creció y se convirtió en una planta industrial completa. Tenía secciones para embutidos, carnes frías, cortes especiales, procesamiento de subproductos como sebos y pieles. Los comerciales de sus productos, con marcas como jamón York o salchichón cervecero, aparecían en la televisión y se grababan en la memoria de los colombianos. Ya no era solo un matadero: era también una marca querida en los hogares.
El lugar fue cambiando con los tiempos. Incorporó nuevas salas, tecnología más moderna y prácticas más limpias. Abrió una escuela para que los hijos de los trabajadores estudiaran allí mismo. Construyó oficinas, cuartos fríos, plantas de tratamiento de aguas. Se fue convirtiendo, sin perder la esencia, en un gigante capaz de abastecer a una ciudad cada vez más grande y exigente.
Hoy, el Frigorífico Guadalupe tiene la capacidad de sacrificar más de 2.000 vacunos y 2.200 porcinos en un solo día. En sus cuartos fríos pueden almacenar miles de canales, y en su Central de Carnes —inaugurada en 2004— decenas de carniceros ofrecen desde la madrugada cortes recién preparados. En la capital, donde se calcula que se consume casi la mitad de toda la carne del país, Guadalupe sigue siendo pieza clave.
El frigorífico también se ha convertido en el sustento de muchas familias. Alrededor de él han surgido los llamados “Maestros de la Carne”, comerciantes que llevan generaciones en la Central con sus carnicerías. Algunos, como Jesús Enrique Betancur o José Enoy Vega, han visto crecer a sus hijos y nietos tras los mismos mostradores. Historias de vida que se mezclan con el sonido metálico de los cuchillos y el murmullo constante de compradores y vendedores.
La empresa, que nació de la visión de la familia Espinosa, hoy está en manos de otros propietarios, aunque sigue conservando ese espíritu de empresa familiar. Desde 2019 la gerencia general la ocupa Juan Guillermo Agudelo Isaza, y la junta directiva está compuesta por Tomás Restrepo Saenz, Francisco José Castro, Luis Alberto Benítez y María del Pilar Pedreira. El control accionario lo tienen tres sociedades bogotanas: Inversiones Ceralco S.A.S., Inversiones Laurelco S.A.S. e Inversiones y Gestiones S.A.S. En cifras, Guadalupe mueve alrededor de 70.000 millones de pesos al año, una muestra de su vigor en el mercado.
Los reconocimientos no han faltado. El frigorífico ha recibido premios y certificaciones por su gestión ambiental y por la calidad de sus procesos. Fue de los primeros en el sector en implementar una planta de tratamiento de aguas residuales y en cambiar combustibles contaminantes por opciones más limpias. Todo esto sin descuidar nunca lo esencial: que la carne que llegue a las casas bogotanas cumpla con los más altos estándares de higiene y seguridad.
Sin embargo, detrás de las cifras y las certificaciones, la esencia de Guadalupe sigue siendo la misma: una comunidad. Allí se entrelazan las vidas de ganaderos que llegan desde sus fincas con camiones llenos de reses; de carniceros que, cuchillo en mano, esperan la mercancía para venderla en sus locales; de trabajadores que llevan décadas asegurando que todo funcione. Incluso de clientes que, con el tiempo, se han vuelto parte de la familia.
El Frigorífico Guadalupe no es solo un matadero: es un punto de encuentro entre el campo y la ciudad. Es la garantía de que la carne llegue fresca y segura, pero también es la suma de las pequeñas historias de quienes han pasado por él. Desde aquel 1 de octubre de 1964, cuando se fundó, hasta hoy, ha sabido mantenerse fiel a su razón de ser, adaptándose a los tiempos sin olvidar sus raíces. Y mientras Bogotá siga creciendo y necesitando carne en sus mesas, es probable que al amanecer siga habiendo movimiento en la Autopista Sur. Que sigan llegando camiones, principalmente del meta y sus alrededores, que sigan abriéndose locales, que los Maestros de la Carne sigan despachando con la misma dedicación de siempre. Porque más que una empresa, el Frigorífico Guadalupe es ya parte de la historia y del corazón de la ciudad.
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