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Esta columna trata sobre una curiosidad ciudadana, no un diagnóstico clínico, pues no soy psicólogo ni psiquiatra, pero como columnista curioso, me propuse observar las conductas públicas del presidente Gustavo Petro desde una perspectiva que muchos evitan: la salud mental del poder. Lo hago guiado por lecturas y comentarios de especialistas en comportamiento siquiátrico y liderazgo político, y motivado por hechos concretos, como la vez en que el propio presidente presentó una excusa por ausentismo en el Senado, firmada por su psiquiatra tratante.
En este ejercicio, encontré sorprendentes coincidencias entre su comportamiento y los criterios descritos por la psiquiatría actual para el trastorno de personalidad negativista desafiante (ODD, por sus siglas en inglés), definido por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, el DSM-5, como un patrón de «conductas iracundas, desafiantes y vengativas hacia figuras de autoridad». No es un diagnóstico, pero sí una advertencia sobre cómo el poder, ejercido sin equilibrio interno, se convierte en una amenaza externa para el país. Además, “las personas con personalidad desafiante, bajo presión o aislamiento, tienen alto riesgo de adicción como forma de controlar sus emociones.” Según el Dr. Luis Carlos Restrepo, psiquiatra y excomisionado de Paz. Veamos los criterios.
Rechazo sistemático a la autoridad y las reglas
Negación constante de la autoridad legítima. En el caso de Petro, ha sido evidente su conflicto con la justicia, el Congreso y los órganos de control. No reconoce límites. Cuando una reforma no pasa, ataca al Congreso. Cuando una decisión judicial no le gusta, acusa al sistema. El orden institucional le resulta incómodo si no se pliega a su voluntad.
La doctora Martha Stout, psicóloga de Harvard, sostiene que “los líderes con rasgos antisociales o desafiantes no toleran límites externos; entienden la ley como una barrera a su poder, no como una garantía colectiva” (The Sociopath Next Door, 2005).
Hostilidad persistente contra aliados y críticos
Petro ha atacado a gobiernos aliados como Estados Unidos, Francia, Alemania, Israel y Perú. Los ha acusado de “golpes”, “genocidio” o prácticas “arianas”. Esta actitud se alinea con la tendencia del desafiante a ver enemigos donde hay crítica. Además internamente ha sido irrespetuoso, cuando le ha dicho a la oposición: “Terroristas de civil”; a los médicos: “Se la pasan tomando tinto en la 93”; a los gremios: “Oligarquía asesina”; “Congreso arrodillado al capital” y más de 30 frases de esta violencia verbal
The Washington Post fue claro al decir: “Petro está actuando como un líder desconectado de la realidad.”
Le Monde sentenció: “Gustavo Petro ha perdido el respeto de sus aliados.”
El País de España no se quedó atrás: “Colombia acumula crisis y caos por culpa de su presidente.”
The Guardian resumió la situación con precisión: “Petro cambia la diplomacia por el drama.”
Impulsividad e irascibilidad
El trino de las 3:00 a. m. devolviendo un avión de deportados es un ejemplo. La política migratoria, que debiera manejarse con diplomacia, se convirtió en un acto de revancha. La emocionalidad reemplazó la razón de Estado. Esta impulsividad es un síntoma típico del perfil desafiante, según el DSM-5.
Tendencia a provocar y luego victimizarse
Petro no solo confronta: también se victimiza. Tras acusar a senadores estadounidenses de querer tumbar su gobierno, se presentó como blanco de una conspiración. No mostró pruebas. La culpa siempre es del otro.
La psicóloga política Jerrold M. Post, exasesora de la CIA, escribe: “El líder con rasgos narcisistas o desafiantes transforma la crítica en amenaza y construye un enemigo externo como coartada para el fracaso interno” (Dangerous Charisma, 2019).
Actos deliberados para molestar o provocar
Comparar a Alemania con el nazismo, romper relaciones con Israel, insultar a Macron o despreciar al Perú y Ecuador, no parecen gestos diplomáticos, sino provocaciones. Molestar deliberadamente, generar reacción, buscar el conflicto: eso, para el desafiante, es reafirmar su identidad.
En Sevilla, Macron le respondió a Petro con contundencia tras sus críticas a Europa: “No simplifiquemos la realidad de nuestra vida política, por favor, lo ruego.”
Necesidad de tener la última palabra
Petro no cede. Ni frente a la justicia, ni frente al Congreso, ni frente a los medios. Para él, el diálogo solo existe si se somete a su narrativa. Según el DSM-5, esto es característico del trastorno de personalidad negativista desafiante (ODD, por sus siglas en inglés): “El individuo discute con figuras de autoridad y actúa como si la última palabra le perteneciera.”
La legión de fieles que alimenta el delirio
Las narrativas radicales del presidente Petro no se sostienen solas. Son amplificadas por su círculo más ferviente, que actúa como escudo y megáfono. El más claro es el falso Pastor Alfredo Saade, asesor espiritual del presidente, quien afirmó en un video:
“Dios me reveló que hay un plan para asesinar a Petro. Lo quieren matar. Hay gente muy poderosa detrás de esto.”
Estas afirmaciones, carentes de evidencia, contribuyen a elevar el nivel de miedo en la opinión pública y justifican una supuesta amenaza perpetua que solo el “mesías” puede enfrentar. Es una fórmula peligrosa: construir paranoia para justificar control total.
En la misma línea, Hollman Morris, directivo de RTVC y figura clave del petrismo mediático, afirmó:
“Hasta con la vida defenderemos este gobierno.”
Esta frase no es un llamado al debate democrático, sino una advertencia beligerante, propia de un gobierno atrincherado. Como diría el psiquiatra Robert Jay Lifton: “cuando los discursos de un líder se transforman en liturgia, la racionalidad desaparece y la emoción sustituye la política.”
Estas voces no promueven la gobernabilidad. Promueven un culto. Y en ese culto, la figura presidencial ya no puede ser cuestionada, solo defendida a ciegas.
¿Y las consecuencias?
Inimaginables para todos nosotros. Por lo tanto, le recomiendo al presidente Gustavo Petro, hacerse un examen toxicológico y mental. Todos tenemos derecho a enfermarnos.
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