Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Para Amalia:
Y pasó. Y nos pasa a todos. Llega un día en que escuchamos Father and Son de Cat Stevens y ya no somos el hijo, somos el papá.
Sin embargo, ser joven es una convicción, una capacidad. Es la ilusión y la fortaleza para crear en el mundo. Para cerrar los ojos y no tener miedo de quedarse sin nada, en la profunda convicción de que se puede crear en un universo iniciado en la total oscuridad.
Ese ser joven dura lo que dura la inconsciencia de los riesgos y del tiempo. Es la feliz y poderosa ceguera a los colores, las etnias, las nacionalidades, las lenguas, las religiones y cualquier separador de los seres humanos. Es reconocer que podemos ser creadores, o co-creadores, del universo y de la historia.
Ser joven no es una edad. Es una actitud. Pero, la verdad, es una actitud que corresponde a una edad.
Si queremos que los jóvenes sean el elemento transformador que la evolución de nuestra sociedad necesita, los viejos tenemos que tomar consciencia de que no podemos dedicarnos a “amaestrarlos” al sistema, sino que necesitamos crear un entorno para que hagan lo suyo propio.
Ese cambio debemos hacerlo para cuando son niños, en todos los frentes, pero en especial en el colegio y en la casa.
En lo que hace al colegio, necesitamos creernos lo que hemos repetido e incumplido. Que los niños son la razón y el centro de la educación, rompiendo el triángulo de la mentira: La educación es un contrato en que las instituciones a través de los maestros trabajan para que el niño reciba la educación y sea formado no como él o ella querría sino como los papás y la sociedad de papás y de viejos queremos. Eso es un error. De esa manera seguiremos eternizando una sola forma de ver las cosas.
La alternativa que propongo es que la educación sea para lo que el o la niña quieran y necesiten para ser jóvenes.
En esa dirección muchas cosas necesitarían cambiar:
Necesitamos que el contrato sea una diana en que la jovencita sea el objetivo. Pero ella, como ella, no como la imaginamos los viejos o la querríamos para que no sea una molestia para el estatus quo que nos da tranquilidad.
Para obrar en esa dirección, los niños deben ser parte de las instancias decisorias de sus programas de educación. Tanto para decidir qué clases se dictan como para opinar sobre cómo se dictan.
Segundo, yo querría que la disciplina tuviera un sentido diferente de la imposición y la autoridad. No podemos crear niños para la democracia si los crecemos en un ambiente donde no se explica ni se consensúa en sus normas y sobre su manera de imponerlas.
De la misma manera, los destinatarios de la educación no pueden ser pasivos respecto de los valores morales, éticos o incluso religiosos que se deciden observar en su comunidad. Se precisa que sepan que hay alternativas y que sea claro que pueden escoger y decidir por sí y por su grupo.
Los jóvenes se están moviendo. Vienen a cambiar el mundo. No seamos un estorbo como lo han sido las generaciones de amaestradoras de almas jóvenes. Seamos, cuando ya no lo fuimos nosotros, una ayuda en el camino que recorrerán para hacer un nuevo mundo.
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