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La antropóloga Margaret Mead, al comparar el comportamiento de la adolescencia en Samoa con el de la juventud estadounidense de los años setenta, señaló que las posibilidades de cambio social están profundamente ligadas a la forma en que cada sociedad define y transmite sus sentidos culturales. En su texto Cultura y Compromiso, propuso tres formas características de relación entre generaciones, que sirven como marco para entender los procesos de continuidad, conflicto y ruptura en las transformaciones colectivas. Traigo esta reflexión a colación porque resulta útil —y quizás urgente— para comprender el vacío político, cultural y existencial que atravesamos en este tiempo. Vivimos un momento de tensiones civilizatorias, en el que los modelos de cambio heredados parecen insuficientes ante la magnitud de los desafíos contemporáneos.
Mead describe, en primer lugar, el modelo prefigurativo, donde los adultos y mayores son quienes definen el rumbo colectivo; son ellos quienes conservan las normas, interpretan el pasado y proyectan el futuro a partir de la experiencia acumulada. Es un modelo donde la tradición y la autoridad de la vejez orientan el camino común, dicho en palabras simples: se avanza siguiendo los pasos de quienes ya han vivido. (Modelo adultocéntrico).
En el segundo modelo, configurativo, el sentido se construye entre pares; el cambio surge del diálogo, la cooperación y la competencia entre quienes comparten una misma generación; aquí no hay una dependencia de la tradición, sino una construcción colectiva del presente. Es un modelo que se sintoniza con la lógica liberal del consenso y la transacción. (Modelo dialógico o transaccional).
El tercer modelo, posfigurativo, plantea una inversión radical: el sentido lo proponen las nuevas generaciones; hay aquí una ruptura con las normas establecidas y con los dispositivos tradicionales del diálogo intergeneracional. Se trata de una emergencia de prácticas nuevas, gestadas desde los márgenes o desde la rebeldía, que confrontan las estructuras existentes y proponen otros modos de estar en el mundo. (Modelo juvenilista o de ruptura generacional).
Estas tres formas —presentadas como tipos ideales— han sido claves, durante las últimas décadas, para analizar los conflictos generacionales y los procesos de cambio cultural; sin embargo, hoy nos encontramos en una coyuntura que rebasa esos marcos interpretativos; vivimos una crisis civilizatoria sin precedentes, un agotamiento profundo de los modelos de sentido y acción, donde ninguno de estos paradigmas parece ofrecer una salida clara o suficiente, especialmente porque son profundamente antropocéntricos y no reconocen otras formas de existencia no humanas.
Frente a las amenazas que pesan sobre la vida – el colapso ambiental, el deterioro del tejido social, la desigualdad obscena, el guerrerismo a ultranza, la desconexión espiritual -, los estados, las instituciones, los mercados, e incluso las comunidades, parecen paralizados; nos invade un sentimiento de estupefacción, como si hubiéramos perdido el lenguaje común para nombrar el dolor del mundo y las rutas para transformarlo; más allá de un realismo cínico que normaliza la catástrofe, no logramos encontrar las sabidurías necesarias para propiciar los tránsitos vitales que exige este momento.
Por eso, quizás sea hora de ensayar otros caminos; tal vez haya que ir más allá de la disputa entre modelos generacionales antropocéntricos, y abrirnos a formas inéditas de existencia, donde el cuidado, la interdependencia y la escucha profunda hacia todo lo vivo se conviertan en principios orientadores. Nos hace falta imaginar una comunidad ampliada de seres, humanos y no humanos, tejidos por el deseo común de preservar y expandir la vida; en medio del incendio planetario y la intemperie existencial que nos habita, necesitamos gestar vínculos nuevos, territorios afectivos y políticos donde quepan otras formas de ser, estar y convivir. Se trata, en últimas, de emprender una transición hacia lo que todavía no sabemos nombrar, pero que late como urgencia en cada gesto hacia lo común, en medio de las diferencias, en cada intento de reparar los vínculos dañados, en cada pregunta lanzada hacia un futuro distinto.
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