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Comenzó la disputa por interpretar el legado de Petro en la historia nacional. Picaron en punta dos González: Jorge Iván González y Guillermo González Uribe en la Revista Cambio y en El Espectador. Permítanme hacer mi lectura preliminar.
De entrada, debemos reconocer que si bien Petro ganó las elecciones a la presidencia, en el Congreso el Pacto Histórico solo obtuvo 20 de 108 senadores y 27 representantes de 188 curules. Eso explica la fragilidad del Gobierno para pasar leyes que permitieran concretar el Programa de Gobierno y luego el Plan Nacional de Desarrollo. Y explica las alianzas non santas a que tuvo que recurrir.
Más importante aún: casi toda la estructura burocrático-administrativa del Estado estaba y sigue estando cooptada por funcionarios leales a los 20 años de dominio clientelista del uribismo, en sus diferentes tonalidades.
Los gremios empresariales y los medios de comunicación de masas han desarrollado una labor exitosa de bloqueo a las reformas propuestas por el primer gobierno de izquierdas en el país. Las Cortes, del poder judicial, en muchos casos, han complementado la tarea de bloqueo sistémico institucional, por ejemplo, esquilmando la reforma tributaria.
Vamos al legado.
Lo que más valoro, es que con Petro pudieron llegar a la alta administración del Gobierno negros, indios, jóvenes, comunistas, sí señor, comunistas, exguerrilleros que no se torcieron hacia la derecha y unos cuantos plebeyos, y el mundo no se acabó. A decir verdad, ya las mujeres y voceros de la población LGTB+ habían ocupado algunos de esos cargos en gobiernos uribistas, sin mayor pena ni gloria. Esa parte de la tradición la mantuvo Petro: el espectro de la participación ciudadana diversa se amplió, y aunque Petro mantuvo a voceros de la nobleza, como Leyva -a quien en lo personal desprecio-, esa ampliación dice bien de la democracia en construcción.
Hablando más en serio, el Gobierno del Pacto Histórico será reconocido en la historia nacional porque demostró que en la Colombia de hoy, dentro de la institucionalidad se puede avanzar de forma real en la transformación estructural de las condiciones de exclusión y de miseria. El recurso a las vías violentas, como retadores no institucionales del Estado, quedó demostrado en la práctica y no solo en la teoría política, es un refugio obsoleto, ahistórico y reaccionario. Lo verdaderamente revolucionario hoy en Colombia es la lucha por la paz. Todos los actores retardatarios defienden la violencia. Eso quedó claro con el Gobierno del Cambio. Veamos una breve muestra.
Más de 500.000 hectáreas de tierras fértiles han sido entregadas a los campesinos pobres. Las reformas Laboral y Pensional ya son historia cumplida. 1.600.000 personas salieron de la pobreza monetaria en los dos primeros años, a pesar de los pesares.
Un tema central ha sido el avance en la transformación en las Fuerzas Armadas. Falta terreno, pero el camino está trazado. No me imagino a otro gobierno de derechas sacándole los ojos a los muchachos que protestan o matando otros 6.402 jóvenes, para que los asesinos sean premiados con vacaciones y prostíbulos. De la doctrina del “enemigo interno” a la “seguridad humana”, falta, falta, pero el saneamiento ha sido importante.
Antes del Gobierno Petro la política exterior de Colombia consistía en no tener política exterior propia
Con muy contadas excepciones, hasta antes del Gobierno Petro la política exterior de Colombia consistía en no tener política exterior propia, en seguir los dictados del Norte. Recuerden el caso de la guerra de Las Malvinas, cuando fuimos el Caín de América. El Gobierno del Cambio condenó de forma consecuente el genocidio en Gaza y posicionó, hasta donde es posible, otra política en la guerra contra las drogas, la transición energética y la defensa de la Amazonia Viva en la agenda internacional.
No todo ha sido exitoso. La lucha contra la corrupción ha avanzado, frente a la feria descarada del pasado, pero ha tenido tremendos nubarrones que afectan el futuro de la izquierda. Petro ha sido, desde que estuvimos en la Alcaldía de Bogotá, muy timorato en apoyar la creación de un partido/movimiento de masas, como lo discutimos en esa oportunidad. Ha preferido eso de “operar en red” y con nodos y lo de recurrir a “la multitud”, en lo que tuvo éxito. Pero el legado así no queda asegurado.
La contradicción es evidente: gracias al dominio que despliega Petro en las redes sociales como “X” y a que ha operado como un predicador por todo el país, sembró en la conciencia nacional y de los sectores populares que el Cambio no podía ocurrir en solo cuatro años y debe continuar. No tanto como los 200 años de dominio de la derecha. No obstante, Petro habla/predica muy bien, pero me emputa cuando escribe en “X” con errores de ortografía y de sintaxis que demeritan su inteligencia y su formación académica.
En suma, Petro es un plebeyo que llegó al dominio del Ejecutivo, enfrentó un muro de la derecha casi infranqueable y rabioso, dispuesto a todo para evitar los cambios dentro de la institucionalidad. Pero con audacia, arrojo y valentía a toda prueba, mediante su verbo encendido logró instalar en la conciencia popular la necesidad y viabilidad probada de cambios estructurales, sin recurrir a la violencia. Los plebeyos también cometemos errores, no solo los nobles.
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