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No alcanzo a comprender por qué el senador Iván Cepeda ha salido a presentar como su gran victoria el hecho de haber llevado al expresidente Álvaro Uribe Vélez hasta el momento procesal en que concluyen las pruebas, se oyen los alegatos finales y se aproxima el fallo. Para el senador Cepeda, este episodio constituye la culminación de su odisea personal y política, y no ha dudado en cantarla por todos los medios como si fuera la hazaña que define su vida pública.
Contrario a lo que él supone, esa que celebra como una gran victoria se ha convertido, en realidad, en su más patética derrota. Porque su protagonismo persistente, casi obsesivo, en este proceso ha dejado en evidencia lo que la mayoría de los colombianos intuyen desde hace años: que el juicio contra el expresidente Uribe tiene un carácter fundamentalmente político y no jurídico. La figura de Cepeda como senador, su presencia activa y su papel beligerante han terminado por corroer la legitimidad del proceso que tanto pretende enaltecer.
Hay quienes afirman que Iván Cepeda es un hombre inteligente, e incluso lo elevan al rango de estratega principal de la izquierda colombiana. No tengo razones para dudar de esa percepción. Pero en este caso, con franqueza, se le fueron las luces. No resulta aceptable que un dirigente político —por más radical que sea su ideología— degrade su papel y dilapide su legado dedicando años enteros a una cruzada judicial enconada contra su contradictor. El senador Cepeda ha reducido tanto su horizonte político que podría decirse que ha consagrado su vida a tres cosas: exonerar a las Farc, elegir a Petro y condenar a Uribe.
El senador Cepeda ha reducido tanto su horizonte político que podría decirse que ha consagrado su vida a tres cosas: exonerar a las Farc, elegir a Petro y condenar a Uribe
Resulta imposible entender cómo un senador de la República ha dedicado tiempo, recursos y atención casi exclusiva a recorrer cárceles, entregar prebendas y ofrecer beneficios carcelarios, todo con el propósito de reclutar delincuentes y convertirlos en testigos contra el expresidente. ¿Cómo pretende que la nación acepte un fallo condenatorio sustentado, entre otros, en el testimonio de personajes como Juan Guillermo Monsalve? Es un desatino político mayúsculo y una señal alarmante del deterioro de nuestras instituciones.
Pero hay un asunto aún más grave, de orden constitucional y disciplinario. El régimen de incompatibilidades que rige a los congresistas colombianos es claro: están obligados a ejercer de manera exclusiva las funciones propias de su investidura. Basta recordar el caso del querido “Negro” Édgar Perea, quien perdió su curul por narrar un partido de fútbol mientras era senador. ¿Cómo es posible, entonces, que Cepeda haya destinado años de su gestión parlamentaria a una causa judicial personalísima, mientras los colombianos le pagamos a él y a su Unidad de Trabajo Legislativo cifras millonarias para ejercer como senador, no como enemigo judicial de Uribe?
Además, el proceso ha coincidido con un momento de desprestigio profundo del gobierno de Gustavo Petro y del partido que lo respalda. Mientras se multiplican los escándalos por corrupción y autoritarismo, el senador Cepeda guarda un silencio que lastima. No ha dicho una sola palabra sobre los desmanes éticos de su propio sector político. Prefiere seguir enfocado, con tozudez inexplicable, en buscar la caída judicial de un expresidente que ha sido víctima, no de una justicia imparcial sino de una ofensiva política implacable.
Frente a todo esto, me parece un deber cívico expresar una posición clara sobre este juicio. Por la trascendencia del expresidente Uribe, por el interés público que ha generado entre cientos de miles de colombianos que han seguido cada audiencia, y por el carácter evidentemente politizado del proceso. Hoy es claro que no existe prueba alguna que justifique una condena. Se ha demostrado la inocencia de Uribe, y se ha confirmado que ha enfrentado con dignidad, respeto institucional y espíritu democrático una de las persecuciones más inclementes de la historia reciente del país.
Mientras tanto, la actitud de Iván Cepeda no ha sido la de un contradictor democrático sino la de un perseguidor sistemático. Su papel no es el del héroe justiciero que él intenta representar sino el del victimario político que ha instrumentalizado la justicia para lograr lo que nunca pudo obtener en las urnas.
Por eso insisto: el senador Iván Cepeda no es ningún héroe frente a Álvaro Uribe. Ha sido, simple y llanamente, su más obsesivo perseguidor.
Del mismo autor: Gustavo Petro debe ser juzgado por el crimen contra Miguel Uribe Turbay
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