Humberto Guatibonza vistió por 33 años el uniforme, fue director del Gaula y comandante de Bogotá donde conoció al Presidente y hoy es su jefe de su seguridad
En la memoria del general Humberto Guatibonza hay varios momentos que se parecen demasiado a un último suspiro. El primero sucedió en una curva del Putumayo, cuando una bomba explotó a pocos metros de su carro y la onda lo empujó contra el borde de la carretera. El segundo, cuando un avión de la Policía que salió después del suyo fue ametrallado con 94 impactos, porque las extintas Farc, en ese momento comandadas por Manuel Marulanda Vélez, alias Tirofijo, pensaron que él viajaba allí. Y quizá el más recordado: las siete veces que el cartel de Pablo Escobar intentó matarlo en Medellín cuando integraba el Bloque de Búsqueda que se creó en septiembre de 1992, en el gobierno de Cesar Gaviria, para dar de baja o recapturar al capo de capos que se había fugado de la Catedral. En esos años 90, para muchos, salir con vida fue un milagro.
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Hoy, en cambio, ya retirado de la Policía, Guatibonza camina por los pasillos de la Casa de Nariño, aunque no con tanta calma. Con su sonrisa invariable, de boyacense acostumbrado a los vendavales, se mueve con la naturalidad y tranquilidad, pero con una responsabilidad mayúscula. Desde los últimos días del mes del pasado mes de abril es el nuevo jefe de seguridad del presidente Gustavo Petro desde cuando entró a reemplazar al también general boyacense Pedro Sánchez, quien dejó el cargo para ser ministro de defensa a raíz del retiro de Iván Velasquez, ahora embajador de Colombia ante la Santa Sede.
La relación del General Guatibonza con Gustavo Petro viene desde 2014. El entonces Alcalde Petro era el jefe de la Policía de Bogotá y el hoy su jefe de seguridad fue nombrado Comandante de la Metropolitana de Bogotá cuando el polémico general Rodolfo Palomino se desempeñaba como Director de la Policía.
El hijo de Boyacá que casi se termina de cura
Humberto Guatibonza nació en Duitama, Boyacá, en 1962, en una casa de disciplina y afecto se repartían el trabajo: su padre, don Belarmino, era un hombre recio, y su madre, una mujer cercana. Fue el sexto de ocho hermanos. Fue buen estudiante y por un tiempo creyó que su vocación era la sotana. Se metió al seminario de los Paulinos en Bogotá y estuvo allí durante cuatro años, pero un día se dio cuenta de que quería ver el mundo. Colgó los hábitos, regresó a casa y como por azar, no por convicción, terminó en la Policía.

Guatibonza tenía una beca para estudiar ingeniería, pero no sabía si aceptarla. Un amigo que soñaba con ser policía lo convenció de presentar papeles en la Escuela General Santander. Logró entrar, pero su amigo no. “Además, era más rápido ser policía que ingeniero”, ha dicho entre risas. Se graduó como subteniente en 1983.
Cuando lo enviaron a Medellín como parte del escuadrón que perseguía a Pablo Escobar, lo escogieron por dos razones: no era paisa y conducía motos mejor que nadie. Saltaba puentes y escaleras, hacía maniobras imposibles, y eso lo convertía en una ficha eficaz en una ciudad donde se mataba a la gente a la vuelta de cada esquina. Fue blanco de atentados, bombas, ráfagas, amenazas escritas y un cheque en blanco del cartel para forzar su retiro. Nunca se fue.
Lo sacaron del Bloque de Búsqueda para protegerlo y lo mandaron como agregado a Chile, donde estudió mientras las cosas se enfriaban. Tres meses después sus compañeros dieron de baja a Escobar en el techo de una casa humilde en Medellín. Cuando volvió al país, fue director de la escuela de policía Gabriel González, comandante del Departamento de Policía de Putumayo, comandante del Distrito Operativo Especial del Bajo Cauca Antioqueño, hasta que lo llamaron a liderar el Gaula de la Policía, en medio de un país atacado de punta a punta por el secuestro y la extorsión. Fue en 2007.
Un uniformado que encontró en el Gaula una oportunidad
Durante ocho años dirigió el Gaula, salió en 2015 a dirigir la policía de Bogotá. Como jefe del Gaula lideró personalmente más de cien operativos y rescató a más de dos mil personas de las manos de la guerrilla y los secuestradores. Estos hechos lo convirtieron en un blanco. Aunque lo intentaron muchas veces, nunca pudieron matarlo. En una carretera de San Juan a Mocoa esquivó una emboscada gracias a la habilidad del conductor. En San Vicente del Caguán, los guerrilleros atacaron con granadas y morteros un avión de la policía donde creyeron que él iba. Guatibonza había salido en el avión anterior.
Las cicatrices y la cercanía con la muerte templaron su carácter. Dicen quienes lo conocen que nunca perdió la sonrisa. Aunque por dentro, cada policía muerto le dolía. Una vez, uno de los policías bajo su mando murió ahogado en sus brazos durante un rescate. Otro vez, siete integrantes del Gaula murieron por fuego amigo del Ejército. Esas imágenes lo ha perseguido por siempre.
Pero no solo las perdidas físicas lo acompañan sino aquellos que tomaron caminos por la vía de la ilegalidad como su amigo de infancia Henrry Castellanos, alias Romaña, quien se convertiría en uno de los comandantes de las Farc a quien se recuerda por las tristemente célebres Pescas milagrosas, los secuestros masivos en la vía que conduce entre Bogotá y los Llanos. Cuando eran muchachos, Romaña trabajaba como ayudante de bus en los vehículos que manejaba el papá del general Guatibonza en Caquetá. La guerra no solo los separó, sino que los puso en bandos contrarios y el General logró dirigir el rescate de más de uno de los secuestrados por Romaña.


En 2011, ya cansado, quiso renunciar. Creía que lo estaban relegando al enviarlo de comandante regional después de haber dirigido el Gaula a nivel nacional. Pero el presidente Santos no aceptó su dimisión. Y en 2015 el Presidente lo nombró precisamente Comandante de la Policía de Bogotá y fue cuando se cruzó en el camino de Gustavo Petro. Permaneció solo un poco más de un año en el cargo.
Ya sin uniforme en el 2016 junto a Carlos Arenas, quien fue su jefe de prensa en la Metropolitana de Bogotá, fundaron una pequeña empresa de seguridad. Por algún tiempo, su nombre fue asociado a un caso de interceptaciones ilegales, pero después de muchos años, la justicia lo absolvió hace un par de meses de dicha investigación. Para el juzgado no hubo pruebas suficientes para acusarlo de los delitos de concierto para delinquir, interceptación ilegal de datos y uso de software malicioso, como pretendía hacerlo ver la investigación de la Fiscalía.
Con el peso de más de 30 años de experiencia operativa, el general Gautibonza ya no tiene que perseguir secuestradores ni a Escobar ni esquivar bombas ni ser el responsable de patrullas enteras; ahora su responsabilidad es mucho mayor: cuidar la vida de Gustavo Petro, un presidente amenazado.
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