Son campeonas Holstein, en Agroexpo se roban todas las miradas, vienen del criadero Rio de Oro, de San Pedro en Antioquia y valen millones, pero no se venden
En San Pedro de los Milagros, en lo alto del norte antioqueño, donde la neblina baja por las montañas, la ganadería Río de Oro guarda sus tesoros con cuidado. Desde hace casi dos décadas, entre praderas húmedas y pastos que huelen a madrugada, esta finca de San Pedro de los Milagros cría vacas que no solo producen leche, sino también orgullo. Este año, dos de sus ejemplares, Camil y Corazón, viajaron hasta Bogotá para demostrar que la grandeza también se aprende en silencio, entre ordeños y paciencia.
Camil tiene tres años y una estampa que impone. En su primer parto ya se había ganado el respeto de todos cuando, con apenas 36 meses, llegó a Agroexpo y conquistó el primer puesto en su categoría. Se fue de la feria con el título de campeona nacional y una mención de honor colgando en su nombre. Ahora, con su segundo parto encima y una producción que supera los 50 litros diarios, volvió a la capital para defender su corona con la calma de quien ya sabe lo que es ganar.
A su lado caminó Corazón, más joven pero igual de prometedora. Tiene 28 meses, un parto y un aire dulce que no engaña a nadie: detrás de su mirada serena hay una campeona. En Rionegro, Antioquia, ya había conseguido el primer puesto y el título de mejor novilla reservada. Con una producción diaria que oscila entre los 42 y los 45 litros, esta fue su primera vez en Agroexpo, dispuesta a buscar su lugar entre las mejores.
Ambas son hijas del trabajo minucioso de Río de Oro, una finca que desde hace 19 años se dedica a la producción lechera con una obsesión por la calidad genética. No solo crían Holstein —las vacas de pelaje blanco y negro que se han vuelto un emblema mundial— sino también Jersey, más pequeñas, con un hato de unas 40 cabezas que producen alrededor de 25 litros diarios cada una.
Las Holstein, como Camil y Corazón, llevan siglos destacando. Nacieron en las verdes llanuras de Frisia, en los Países Bajos, donde la hierba fresca y el clima las hicieron fuertes y fértiles. Su aspecto robusto y su capacidad de adaptarse a casi cualquier entorno las hicieron famosas. Y en Antioquia, con sus montañas húmedas y pastos abundantes, encontraron un paisaje parecido al de su tierra natal.
El camino a Bogotá no fue sencillo. Antes de la feria, sus cuidadores pasaron semanas afinando su alimentación, peinando cada detalle, asegurándose de que estuvieran listas para el viaje. Luego vinieron las horas de carretera, el bullicio de la ciudad y las luces de Agroexpo, que para ellas no parecen nada comparado con las mañanas frías de San Pedro.

Mientras en la feria sus cuerpos relucían bajo los reflectores, allá en la finca seguían los ordeños y el trajín de siempre, con la tranquilidad de saber que sus campeonas estaban representando a todos. Porque la excelencia no se improvisa: nace de la tierra, de las manos que cuidan y de la tradición que enseña que las verdaderas reinas no se hacen en un día, sino en años de dedicación y afecto.
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