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Por fin lo dijo. Después de casi dos años de evasivas, mentiras y silencios cómplices, Gustavo Petro terminó confesando dónde estaba metido en París durante los dos días en que se perdió sin dejar rastro. Lo hizo en uno de esos monólogos escabrosos a los que nos tiene acostumbrados, con ese tono de iluminado que pretende convertir cualquier desatino personal en episodio filosófico. Confesó que había estado en el parque Bois de Boulogne, y que allí, dizque, se dedicó a leer en voz alta textos de Marx subrayados por él mismo, porque —según dijo— los ha leído varias veces. A ese nivel ha llegado el cinismo.
Lo primero que sorprende no es la confesión en sí misma, sino el silencio ensordecedor de los medios de comunicación. Tal vez porque no saben —o no quieren saber— qué es realmente el Bois de Boulogne. Pues bien, para los efectos que nos ocupan, es necesario aclararlo: el Bois de Boulogne es el prostibulario más lumpen y degenerado de París. Es la calle del Cartucho de Francia. Un parque de más de 800 hectáreas que, si bien tiene zonas de enorme valor ambiental, es también desde hace décadas un epicentro de prostitución abierta, exhibicionismo, orgías a cielo abierto y, especialmente, de prostitución travesti. Es un lugar donde la noche parisina se convierte en un carnaval de excesos, drogas, comercio sexual y decadencia.
Petro se había escabullido de su agenda oficial, de los diplomáticos, de los protocolos, de los escoltas, del avión presidencial y de sus propios funcionarios. Cuando se perdió en París, dejó botado a todo el mundo: los ministros esperando instrucciones, los periodistas durmiendo en los andenes de la embajada, los diplomáticos inventando excusas y hasta un decreto presidencial falsificado con su puño y letra para justificar la prórroga del viaje, dizque por “problemas aeroportuarios”. Todo era mentira. Y ahora lo sabemos con certeza.
Pero eso no es lo más grave. Lo más grave es lo que implica la confesión tardía: Petro no sólo reconoce que se desapareció dos días completos durante una visita oficial a Francia, sino que lo hizo en el lugar más indigno y degradado de la capital europea. Y no conforme con eso, pretende disfrazarlo de acto de reflexión revolucionaria. Como si fuera razonable, o al menos creíble, que un presidente de la República se pierda dos días en el equivalente francés del Cartucho a leerle pasajes subrayados de El Capital a una tropa de prostitutos y hampones. ¿Quién puede tragarse ese cuento?
Como si fuera creíble, que un presidente de la República se pierda dos días en el equivalente francés del Cartucho a leerle pasajes subrayados de El Capital a una tropa de prostitutos
Uno se pregunta por qué confesó ahora, tantos meses después, justo cuando nadie se lo estaba preguntando. La respuesta es simple: porque sabe que viene el escándalo. Porque sabe que pronto saldrán fotos, videos, testimonios y pruebas de lo que en verdad pasó en esa “faena erótico-marxista” —como ya la llaman algunos—. Y como todo lo que hace Petro, esta confesión no es espontánea. Hace parte de una estrategia de “explosión controlada” para minimizar el impacto del escándalo que se avecina. Una táctica patentada por Roy Barreras en el episodio de los pactos de La Picota durante la campaña presidencial: cuando sabes que la bomba va a estallar, mejor que estalle en tus propias manos para intentar manejar los daños.
No se trata, pues, de una anécdota escandalosa. Se trata de una indignidad institucional. Porque no estamos hablando de un turista excéntrico ni de un bohemio en París. Estamos hablando del jefe de Estado de Colombia. Y porque no hay excusa, ni perdón, ni explicación que justifique que un presidente se pierda dos días en una visita oficial para sumirse en el rincón más sórdido del París subterráneo. Y menos aún que lo oculte, que mienta reiteradamente, que obligue a su hija a mentir por él, que use a su familia como coartada, y que solo cuando la verdad se vuelve inevitable, intente lavarla con un baño ideológico de marxismo de parque.
Esas son las verdaderas confesiones de París. No son confesiones morales. Son confesiones políticas. Y deben tener consecuencias. Si esto no conduce a un Juicio Político por indignidad, entonces no será Gustavo Petro quien quede como indigno. Será nuestra democracia. Será nuestra nación.
Porque el problema ya no es solamente lo que hizo. El problema es lo que somos capaces de tolerar. Y si como país estamos dispuestos a dejar pasar que un presidente se pierda dos días en un parque prostibulario de París, con recursos públicos, mintiendo al Estado, a la opinión y a su propio equipo de gobierno, entonces no nos quejemos después cuando la democracia se derrumbe. Porque ese derrumbe lo estaremos firmando con nuestra propia cobardía. Y lo estaremos sellando con nuestro silencio.
Señores de los partidos políticos: OJO
Señores congresistas: OJO
Señores de la Comisión de Acusación: NOTIFICADOS
Señores Magistrados de la Corte Suprema: POR FAVOR
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