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Como en casi todo lo que aflige a Colombia, la solución al paro arrocero es como poner pañitos para bajar la fiebre renunciando a buscar curar la enfermedad.
El problema de los arroceros es complejo, tiene muchos aspectos y depende de muchos factores.
Pero el primero de todos es el no saber cuál es el problema, es decir no tener el diagnóstico del mal para saber qué se busca solucionar.
El arroz es el principal motor del país en ocupación de tierras, en transporte tanto en volumen como en peso, entre los tres primeros en mano de obra, en aporte al PIB agrícola, en consumo de los hogares, etc. Como sector más importante de la economía rural y de la alimentación de los colombianos de él depende buena parte del funcionamiento del país.
Pero no existe ese ‘diagnostico’ porque los participantes y vinculados al problema que sufren los arroceros no están interesados en entenderlo pues no les preocupa la falta de solución.
Entre ellos el vocero del gremio -administrador de la vocería, de la personería jurídica, y personaje principal para la administración de los recursos propios y del Fondo Nacional del Arroz- quien lleva más de veinte años en el cargo. Aplica aquí una variante de la frase de Einstein de que “nada más tonto que repitiendo las mismas medidas se esperen resultados diferentes”. No es bajo la dirección actual de Fedearroz que se avanzará algo para entender el problema (por eso la aparición de agremiaciones alternativas como “Dignidad arrocera”).
No están interesados en la solución ni en un estudio de la misma los molineros (con dos entidades gremiales ). Básicamente porque son un oligopolio con control no solo de la industrialización sino con él el de la comercialización. Hasta la aparición de la competencia de las grandes superficies siempre podían contar con el costo más barato, sea producto nacional o externo (importado o de contrabando).
Los TLC solo tienen por propósito acercar el precio al internacional del momento, pero nada inciden en la estructura interna pues es poco atendido porque no participa del modelo de comercio internacional (no se exporta ni genera divisas).
El Fondo Nacional del Arroz no funciona como fondo de estabilización sino destina los recursos a investigación y a inversiones en molinos para competir con la industria molinera.
El Estado solo ve a los consumidores, por lo tanto su preocupación es la estabilidad de los precios (no sucede como con otros productos (v. Gr. la papa) cuyo precio al consumidor es altamente variable, compartiendo penas con todos los consumidores).
La suerte del productor está sujeta a factores climáticos, a la variedad de semillas con comportamientos muy inciertos, y a precios dependientes de los internacionales y del manejo del gobierno.
Entre los productores hay dos tipos de actores: el ‘empresarial’ dedicado permanentemente a esa actividad con grandes inversiones y bastante control sobre su productividad. Y el de los ‘aventureros’ que no tienen inversión fija y entran y salen y se remplazan según los resultados de cada cosecha, pero son determinantes para la formación de precios.
En los últimos veinte años el llano (Meta y principalmente Casanare) se ha convertido en el primer productor pero en base a ‘aventureros’. Las tierras nuevas y los bajos costos permiten sacar utilidades iniciales con bajas producciones. Pero no permiten proyectos estables. Éstos acaban quebrandose, pero han producido una especie de ‘fiebre del oro’ que hace que se multipliquen los que desean ensayar.
El problema siempre es de precios, según sobren o falten inventarios
El problema siempre es de precios, según sobren o falten inventarios. La falta de una política y visión estructural y de largo plazo ha atacado el “problema” como si fuera solo una situación de cada coyuntura sin considerar que las crisis son recurrentes, cada vez más pronunciadas con excedentes y faltantes cada vez más grandes.
El sector arrocero como conjunto integral se caracteriza por el aumento de las siembras, un precio final inamovible, unos costos crecientes, unas producciones sumamente variables, un intermediario oligopólico (máximo cuatro firmas manejan todo el mercado), una comercialización no competitiva, y el productor del campo como único mecanismo de ajuste para todas las diferentes situaciones que emanan de esa estructura.
Es indispensable un mecanismo para amortiguar las fluctuaciones y una definición política para insertarlo en las políticas de comercio internacional. También integrarlo como un solo sector entre productores, industriales y comercializadores para que participe en condiciones competitivas en el mercado sin que la prosperidad de los unos sea a costa de los otros.
Del mismo autor: Guerra fría y guerra de narrativas
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