Un capítulo de la historia cultural del país se cerró para siempre en la medianoche de este 30 de julio. La HJCK —la emisora que durante 75 años había sido un refugio de poesía, música, voces y memoria— dejó de transmitir desde la Web, donde funcionaba como emisora digital, cuya programación marca estaba liderada en los últimos seis años por la periodista Camila Builes.
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La última decisión de la salida definitiva del aire le fue comunicado a Pilar Castaño, la única heredera de Álvaro Castaño Castillo, uno de los fundadores de esta emblemática emisora. A los oyentes les queda solamente la opción de escuchar el archivo digital y cultural, que son más de 300 mil grabaciones en la plataforma Spotify.
Fue un adiós sin estridencias, de despidieron con un poema de Piedad Bonnett publicado en redes sociales y un mensaje breve, agradecido, que parecía más otra de sus pinceladas culturales que un adiós. El recuerdo solo estará en Spotify, pero nada nuevo volverá a escucharse en su página web. Se apagó el bombillo rojo que durante décadas marcó la señal de “al aire” en la “radio cultural de Colombia”.
La historia de la HJCK no comenzó con la grandeza que hoy evocan los obituarios digitales. Nació el 15 de septiembre de 1950 como un sueño casi precario de dos jóvenes apasionados por la cultura: Gonzalo Rueda Caro y Álvaro Castaño Castillo. Con la ayuda —siempre vital— de Gloria Valencia de Castaño, la emisora se propuso elevar el nivel cultural de la radio en un país que, hasta entonces, no tenía una frecuencia privada dedicada exclusivamente a la literatura, la música clásica, la ópera y la palabra pensada. Al principio emitían en la vieja banda AM, desde un pequeño estudio con paredes de corcho en el centro de Bogotá, y sobrevivían gracias a apoyos ocasionales de Caracol Radio y Caracol Televisión, ambas empresas en su momento propiedad de la poderosa familia Santo Domingo y su grupo empresarial Valorem.
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Con los años, la emisora se convirtió en testigo y protagonista de la historia. En sus micrófonos se escuchó el discurso de Alberto Lleras Camargo en el Hotel Tequendama, tras la caída de Rojas Pinilla; por su cabina pasó Salvador Dalí, y también un joven Héctor Abad Faciolince que estrenaba lecturas. Fue en 1977 cuando la señal se trasladó a la frecuencia FM 89.9, para evitar interferencias con otras emisoras. Desde allí la HJCK se consolidó como una rareza y, a la vez, un tesoro: una emisora de cultura en un dial cada vez más dominado por la inmediatez.
La historia dio un giro en 2005. La falta de pauta y del apoyo a la cultura llevó a la crisis y ahí la decisión de arrendarle su dial 89.9 a Caracol Radio, que instaló allí su emisora juvenil Los 40 Principales. Fue el día en que la HJCK dejó de sonar en la FM y pasó a transmitirse únicamente en internet, un espacio que le permitió sobrevivir, aunque sin la masividad de antes. Diez años después, en 2015, el destino de la frecuencia y de la emisora volvió a cambiar: Caracol Televisión, propiedad del grupo Valorem de la familia Santo Domingo, que había perdido sus emisoras agrupadas bajo la sombrilla de Caracol Radio en un mal movimiento liderado por Ricardo Alarcón, compró Radial Bogotá S.A., dueña de la HJCK. Fue el momento en que los Santo Domingo se sacaron el clavo con el Grupo Prisa que se había quedado con todas sus emisoras de Caracol.
Julio Mario Santo Domingo había hecho una promesa muchos años atrás: mientras él viviera, y mientras Bavaria y Avianca existieran, la emisora tendría apoyo. Y cumplió. La HJCK fue una especie de joya discreta, sostenida en buena parte por esa palabra empeñada. Pero Julio Mario murió en 2011 en Nueva York, y, con él, se fue también una era. Aun así, la emisora seguía flotando en la web, convertida en un archivo vivo, aunque cada vez más silencioso.
En paralelo, la familia Santo Domingo escribía otra historia: la de su regreso al negocio radial. Después de haber vendido Caracol Radio al grupo español Prisa en 2004 —una decisión que siempre les pesó—, pasaron ocho años sin voz en las ondas. Hasta que en 2012 nació Blu Radio, la emisora informativa que armaron casi sin hacer ruido, con un formato sólido y un equipo encabezado por Néstor Morales. En 2015, cuando compraron la HJCK y la frecuencia 89.9, la jugada se completó: Blu Radio se instaló en el dial, y Los 40 Principales, de Prisa Radio, empacó maletas y tuvo que regresar sin mucho placer a su antigua frecuencia.
Para algunos, la compra de la HJCK era un gesto de respeto por la cultura y la memoria. Para otros, era simplemente una transacción más en la reconfiguración de los negocios de Valorem. Lo cierto es que el archivo cultural quedó en manos de los Santo Domingo, y la HJCK, desde entonces, habitó únicamente el mundo virtual.
El fin llegó sin drama, casi como llegó el inicio: con una idea simple y con una despedida sencilla. Este 30 de julio de 2025, la emisora publicó un mensaje en X: “Cerramos este capítulo con gratitud y con la certeza de que el espíritu de la HJCK sigue vivo”. Y con eso, se acabó. Lo que fue un refugio de “la inmensa minoría”, como alguna vez la definieron, dejó de sonar.
No fue un cierre cualquiera. Significó también el fin de una manera de entender la radio. La HJCK no competía por rátings ni buscaba la viralidad; era una emisora que apostaba por lo que otros consideraban marginal: lecturas de poesía, conciertos de cámara, entrevistas con escritores, conversaciones que parecían eternas. Y, sin embargo, sobrevivió más de siete décadas.
Detrás de esa resistencia hubo personajes que sostuvieron la llama. Desde Álvaro Castaño, su fundador, hasta Carlos Arturo Gallego, vicepresidente de Caracol Radio y luego motor de Blu Radio, que alguna vez prometió no dejar de apoyar la cultura. Pero las promesas también caducan.
Hoy, lo que queda es un archivo inmenso: más de 30.000 voces que documentan no solo la historia de la HJCK, sino la de un país entero. Está en Spotify, accesible para quien quiera bucear en él, aunque esa sea otra forma de escuchar, más fría, sin la magia del dial. El apagón de la HJCK no solo marca el fin de una emisora: es un recordatorio de que la memoria cultural necesita guardianes, porque de lo contrario, como la señal de radio que se desvanece en la noche, se pierde para siempre.
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